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Where
did I find Bolivia in me? In the arcane eyes of the peasants,
the harsh cheek of the children, the ageless wrinkles of the elderly,
in the intense blackness of women's hair. In callused feet, loaded
backs, no complexed laughter, and in dignified silence. In mud
bricks and cane, masks and pottery. Landscape and men integrated,
aesthetic pleasure and social deepening in one.
If
traveling the country is to see Bolivian eyes, penetrate in the
mines is to know its entrails. In those deep galleries, I learned
in fright that Dantesque labyrinth: stone and acid, dust and sweat,
gunpowder, alcohol and coca leaves. Hammering of chisels, howling
of loaded carts, shuddering ofdrills. Uncertain lights and shadows.
The kingdom of miner deity, the "supay".
I
rose again from that subhuman world to the dazzling ultraviolet
light of the highlands, as the miner does every day. To the ochre,
and yellows of the landscape; to the wind cradled by the snow
murmuring while it cracks the earlobe; to that painfully pure
atmosphere that expands the soul toward silence.
If
the country touched my heart and the mine my guts, the city reached
my intellect. I came back within the provincial crowd that flows
to the fairs, I wandered around following the footsteps of the
leather sandals -from soil to asphalt- pried behind the doors,
tried its weight in the demonstrating masses.
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¿Dónde
encontré a Bolivia dentro de mí? En los ojos misteriosos
de los campesinos, los severos pómulos de los niños,
las intemporales arrugas de los ancianos, el negro intenso del
cabello de las mujeres. En los pies callosos, las espaldas cargadas,
la risa sencilla y el digno silencio. En ladrillos de adobe y
caña, máscaras y cerámica. El paisaje y el
hombre integrados, el placer estético y la conciencia social
a la vez..
Si
viajar a través del país es ver los ojos de los
bolivianos, descender a las minas es conocer sus entrañas.
En esas galerías profundas, reconocí con temor el
infierno dantesco: piedra y ácido, polvo y sudor, pólvora,
alcohol y hojas de coca. El golpeteo de los cinceles, el rugir
de los carros cargados, las vibraciones de los taladros. Luces
y sombras inciertas. El reino de la deidad minera, el "supay".
Salí
una vez más de ese mundo subhumano al resplandor de la
luz ultravioleta del altiplano, como hace el minero cada día.
A los ocres y amarillos del paisaje, al viento mecido por la nieve
que murmura mientras resquebraja el lóbulo de la oreja,
a la átmosfera pura y dolorosa que expande el alma hacia
el silencio.
Si
el campo tocó mi corazón y las minas mis entrañas,
la ciudad tocó mi mente. Regresé con la multitud
provinciana que fluye a las ferias, deambulé siguiendo
el paso de las sandalias de cuero, de la tierra al asfalto.
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