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I On April 29, 2002, a wildfire ignited south of the Sonoita
Valley, a
rolling savanna of grass, oak and
mesquite in the high Mexican borderlands of southeastern Arizona.
Driven by fierce winds, the so-called
Ryan Fire eventually consumed nearly 40,000 acres, including
more than
80 percent of the Appleton-
Whittell Research Ranch, an 8000 acre parcel of magnificent grassland
now managed as part of the
sanctuary system of the National Audubon Society. Following the
fire, the grounds of the Research Ranch were blackened
by ash. Agaves and yuccas were
scorched, as were some of the biggest sycamores and cottonwoods
on the
sanctuary. During May and
early June, black dust devils rose from the land, revealing a
grassless mars-scape of rocky, red soil.
The photographs in this portfolio were taken in the days and
months
following the Ryan Fire. At first,
fire-scarred Agaves provided the only indication of life on the
ash-
covered hills. I was drawn to
photograph them in part to avert my eyes from a scene that could
only
be called desolate, and in part to
create a memorial to a landscape I had grown to love. The
transformations of color and shape wrought
by the fire created what to my eyes were life-affirming, evocative
patterns. |
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El 29 de abril del 2002 un incendio forestal calcinó el
sur del valle de Sonolita una sabana de pastos robles y mezquites
en las tierras altas de la frontera de México y el sudeste
de Arizona. Impulsado por los fuertes vientos, el hoy llamado
Fuego de Ryan finalmente consumiría casi 40,00 acres que
incluyeron más del 80 % del Rancho de investigaciones
Appleton Whittel, una magnífica parcela de 8000 acres
parte del santuario de la National Audabon Society. Los terrenos
del rancho quedaron tiznados por las cenizas, así como
los agaves y yucas y algunos de los sicomoros y algodonales más
grandes del santuario. Durante mayo y principios de junio demonios
de polvo negro se levantaron de la tierra develando un paisaje
marciano de yerma tierra rojiza.
Las fotos de este portafolio
fueron tomadas en los días y mese que siguieron al Fuego
de Ryan. Al principio los quemados agaves eran el único
signo de vida en las colinas cubiertas por la ceniza. Quise fotografiarlas
en parte para desviar mis ojos de una escena que solo pude llamarse
desolada y en parte para crear un monumento a un paisaje que
había aprendido a apreciar. Las transformaciones del color
y la forma creados por las llamas resultaron en patrones que
a mis ojos eran evocativos y una afirmación de la vida. |