Graffiti, Los Angeles
© Pedro Meyer, 1989

 

 

 

 

 

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Cuestión de TAMAÑO

Anteriormente (hasta fines de los ochenta) los fotógrafos de casi todo el mundo imprimíamos nuestras fotos para las exposiciones en un tamaño de 11 x 14 pulgadas. Había muchas razones, pero una de las más importantes era el alto costo del papel fotográfico, así como su disponibilidad.

Debo confesar que tenía cierta envidia -combinada con admiración- hacia los fotógrafos del llamado primer mundo, que, sin preocuparse demasiado, producían hermosas imágenes que eran “mucho más grandes”, de 17 x 22 pulgadas. Por supuesto, se necesitaba también un cuarto oscuro lo suficientemente grande como para trabajar formatos tan grandes, así como una ampliadora, caballetes y charolas para hacer impresiones en semejantes dimensiones. En otras palabras, la producción de impresiones grandes requería, no solo del papel, sino también del equipo necesario para hacerlas.

Al pasar el tiempo y con el advenimiento de la era digital, todas estas cuestiones comenzaron a tomar un rumbo totalmente distinto. Todo empezó muy lentamente, las primeras impresoras con tecnología de inyección de tinta, que permitían hacer impresiones de gran tamaño, fueron las impresoras Iris, pero eran muy caras y la estabilidad de las tintas que usaba no era muy buena.

Al mismo tiempo, comenzamos a ver en los monitores de nuestras computadoras las imágenes publicadas en Internet. Existía el problema de que las conexiones eran lentas por que la amplitud de banda que había no era muy grande. Esto significaba que las imágenes publicadas fueran más bien pequeñas. Los monitores también eran pequeños, y bastante inestables para reproducir el color, así que nadie sabía como se iba a ver una imagen publicada en el Internet. Una de las páginas más visitadas que teníamos en ZoneZero, era una página para calibrar el monitor.

Sin embargo, en solo una década, todas estas cuestiones fueron resueltas a una velocidad increíble. La tecnología encontró soluciones para todos estos problemas. Epson fue de las primeras compañías en producir impresoras que, en mi opinión, tenían la calidad suficiente como para competir con las impresiones analógicas. Aunque el tamaño de sus primeras impresoras solo permitía hacer impresiones de hasta 17 x 22 pulgadas, eso era ya una enorme diferencia con lo que podía producirse en los pequeños cuartos oscuros de antaño. El costo de las impresoras había bajado dramáticamente, pero quedaba pendiente la cuestión de la longevidad de la imagen. Las impresiones lucían estupendamente, pero su estabilidad era cuestionable.

Otro asunto que vale la pena mencionar fue la introducción al mercado de, literalmente, cientos de nuevos papeles para imprimir, con una gran diversidad de texturas. Pero no solo eso, la velocidad para hacer una impresión no podía compararse para nada con la de la época del cuarto oscuro, ya que podían hacerse impresiones muy grandes en muy poco tiempo. Los costos habían bajado y ya hacían fuerte competencia a las impresiones tradicionales.

Los monitores empezaron a aumentar en tamaño y calidad, y los monitores de pantalla plana comenzaron a sustituir a los voluminosos y menos confiables monitores CRT (de Tubos de Rayos Catódicos). Las conexiones de banda ancha a Internet empezaron a volverse cosa común y, junto con el aumento en el tamaño de las pantallas, permitieron que las imágenes publicadas en Internet pudieran competir con las imágenes de 8 x 10 o de 11 x 14 pulgadas producidas en el cuarto oscuro. Estas imágenes no solo tenían el mismo tamaño, sino también eran más luminosas que sus contrapartes de papel. La luminosidad dio un mayor rango tonal a estas fotografías cuando eran vistas en las nuevas pantallas planas que comenzaron a dominar el mercado mundial.

Así que un fotógrafo que deseara publicar su trabajo en Internet en un tamaño de 8 x 10 o de 11 x 14 pulgadas, difícilmente iba hacer una impresión de gran tamaño, si el tamaño que se usa para una exposición es el mismo que se utiliza en un libro o en un monitor. Ésta lógica también cambió con la llegada de increíbles avances tecnológicos que, dentro de los límites económicos de cada fotógrafo, permitían hacer impresiones muy grandes.

Epson introdujo las primeras impresoras de gran tamaño que combinaban precio y calidad. No fueron las primeras impresoras de gran tamaño, pero sí fueron las primeras que realmente ofrecían confiabilidad, calidad y un precio razonable. La inversión que se requería para adquirir un equipo digital llegó a ser igual a la requerida para montar un cuarto oscuro. La velocidad a la que la tecnología digital ha sido adoptada es el resultado de la combinación de la comodidad en su uso y precios relativamente atractivos.

Hoy en día, las impresiones, dependiendo de las tintas y papeles utilizados, han comenzado a rebasar la expectativa de vida de las buenas impresiones de plata y gelatina. La variedad de papeles disponibles es mucho mayor de lo que había anteriormente. Me parece que la cuestión técnica de las impresiones de gran tamaño ha quedado ya definida totalmente, ahora bien, ¿Para qué necesitamos impresiones de gran tamaño?

Pienso que, una vez que prácticamente se han resuelto las cuestiones técnicas, debemos dirigir nuestra atención hacia el contenido. ¿cuál es la finalidad de hacer impresiones pequeñas para exposiciones, cuando la imagen puede ser vista en un monitor con mayor calidad y la relación entre la imagen y el espectador, es –en mi opinión- nueva y mejor? Así es como, hoy por hoy, yo percibo la cuestión de hacer impresiones de gran tamaño.

Resulta interesante que, como probablemente ya sepan, el Museo de Arte Moderno de Nueva York acaba de inaugurar un nuevo edificio, que ha sido completamente remodelado. Su departamento de fotografía tiene ahora galerías con diferentes alturas en los techos. Las primeras salas de exhibición muestran el trabajo hecho en años anteriores, en los tamaños más pequeños a los que ya me referí, y la altura de sus techos es la que siempre han tenido en ese museo. Pero conforme el tamaño de las imágenes ha ido aumentando, el museo se ha visto forzado a aceptar la realidad y ha tenido que construir espacios con techos de mucha mayor altura, para dar cabida a las obras cada vez más grandes que se exponen o que forman ya parte de su colección.

Una última cosa, conforme fue creciendo el tamaño de las impresiones, también creció el tamaño de las mesas para poder revisarlas y desde luego, el tamaño de los lugares para almacenarlas en caso de que se fueran a enmarcar. Como dice el refrán: “Todo tiene un precio”. Junto con todas las cosas buenas que he dicho acerca de las impresiones de gran tamaño, también puedo enumerar muchos problemas, tales como la necesidad de mayor espacio, en lugar de un cuarto oscuro, necesitamos más espacio para lo que llamamos el “cuarto de luz”. El transporte se complica comparado con el de las impresiones pequeñas y si una impresión se arruina, se desperdicia mucho más material (papel y tinta) que con las impresiones pequeñas. Pero el placer de ver nuestras imágenes en un formato grande justifica todos los inconvenientes y probablemente el público responderá favorablemente a las impresiones grandes cuando las vea en los muros de una exposición.

Pedro Meyer
Coyoacán, Abril 2006

 


 


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