Anteriormente (hasta fines de los ochenta) los fotógrafos
de casi todo el mundo imprimíamos nuestras fotos para las
exposiciones en un tamaño de 11 x 14 pulgadas. Había
muchas razones, pero una de las más importantes era el
alto costo del papel fotográfico, así como su disponibilidad.
Debo confesar que tenía cierta envidia -combinada con admiración-
hacia los fotógrafos del llamado primer mundo, que, sin
preocuparse demasiado, producían hermosas imágenes
que eran “mucho más grandes”, de 17 x 22 pulgadas.
Por supuesto, se necesitaba también un cuarto oscuro lo
suficientemente grande como para trabajar formatos tan grandes,
así como una ampliadora, caballetes y charolas para hacer
impresiones en semejantes dimensiones. En otras palabras, la
producción de impresiones grandes requería, no solo
del papel, sino también del equipo necesario para hacerlas.
Al pasar el tiempo y con el advenimiento de la era digital, todas
estas cuestiones comenzaron a tomar un rumbo totalmente distinto.
Todo empezó muy lentamente, las primeras impresoras con
tecnología de inyección de tinta, que permitían
hacer impresiones de gran tamaño, fueron las impresoras
Iris, pero eran muy caras y la estabilidad de las tintas que usaba
no era muy buena.
Al mismo tiempo, comenzamos a ver en los monitores de nuestras
computadoras las imágenes publicadas en Internet. Existía
el problema de que las conexiones eran lentas por que la amplitud
de banda que había no era muy grande. Esto significaba
que las imágenes publicadas fueran más bien pequeñas.
Los monitores también eran pequeños, y bastante
inestables para reproducir el color, así que nadie sabía
como se iba a ver una imagen publicada en el Internet. Una
de las páginas más visitadas que teníamos
en ZoneZero, era una página para calibrar el monitor.
Sin embargo, en solo una década, todas estas cuestiones
fueron resueltas a una velocidad increíble. La tecnología
encontró soluciones para todos estos problemas. Epson fue
de las primeras compañías en producir impresoras
que, en mi opinión, tenían la calidad suficiente
como para competir con las impresiones analógicas.
Aunque el tamaño de sus primeras impresoras solo permitía
hacer impresiones de hasta 17 x 22 pulgadas, eso era ya una enorme
diferencia con lo que podía producirse en los pequeños
cuartos oscuros de antaño. El costo de las impresoras había
bajado dramáticamente, pero quedaba pendiente la cuestión
de la longevidad de la imagen. Las impresiones lucían estupendamente,
pero su estabilidad era cuestionable.
Otro asunto que vale la pena mencionar fue la introducción
al mercado de, literalmente, cientos de nuevos papeles para imprimir,
con una gran diversidad de texturas. Pero no solo eso, la velocidad
para hacer una impresión no podía compararse para
nada con la de la época del cuarto oscuro, ya que podían
hacerse impresiones muy grandes en muy poco tiempo. Los costos
habían bajado y ya hacían fuerte competencia a las
impresiones tradicionales.
Los monitores empezaron a aumentar en tamaño y calidad,
y los monitores de pantalla plana comenzaron a sustituir a los
voluminosos y menos confiables monitores CRT (de Tubos de Rayos
Catódicos). Las conexiones de banda ancha a Internet empezaron
a volverse cosa común y, junto con el aumento en el tamaño
de las pantallas, permitieron que las imágenes publicadas
en Internet pudieran competir con las imágenes de 8 x 10
o de 11 x 14 pulgadas producidas en el cuarto oscuro. Estas imágenes
no solo tenían el mismo tamaño, sino también
eran más luminosas que sus contrapartes de papel. La luminosidad
dio un mayor rango tonal a estas fotografías cuando eran
vistas en las nuevas pantallas planas que comenzaron a dominar
el mercado mundial.
Así que un fotógrafo que deseara publicar su trabajo
en Internet en un tamaño de 8 x 10 o de 11 x 14 pulgadas,
difícilmente iba hacer una impresión de gran tamaño,
si el tamaño que se usa para una exposición es el
mismo que se utiliza en un libro o en un monitor. Ésta
lógica también cambió con la llegada de increíbles
avances tecnológicos que, dentro de los límites
económicos de cada fotógrafo, permitían hacer
impresiones muy grandes.
Epson introdujo las primeras impresoras de gran tamaño
que combinaban precio y calidad. No fueron las primeras impresoras
de gran tamaño, pero sí fueron las primeras que
realmente ofrecían confiabilidad, calidad y un precio razonable.
La inversión que se requería para adquirir un equipo
digital llegó a ser igual a la requerida para montar un
cuarto oscuro. La velocidad a la que la tecnología digital
ha sido adoptada es el resultado de la combinación de la
comodidad en su uso y precios relativamente atractivos.
Hoy en día, las impresiones, dependiendo de las tintas
y papeles utilizados, han comenzado a rebasar la expectativa de
vida de las buenas impresiones de plata y gelatina. La variedad
de papeles disponibles es mucho mayor de lo que había anteriormente.
Me parece que la cuestión técnica de las impresiones
de gran tamaño ha quedado ya definida totalmente, ahora
bien, ¿Para qué necesitamos impresiones de gran
tamaño?
Pienso que, una vez que prácticamente se han resuelto las
cuestiones técnicas, debemos dirigir nuestra atención
hacia el contenido. ¿cuál es la finalidad de hacer
impresiones pequeñas para exposiciones, cuando la imagen
puede ser vista en un monitor con mayor calidad y la relación
entre la imagen y el espectador, es –en mi opinión-
nueva y mejor? Así es como, hoy por hoy, yo percibo la
cuestión de hacer impresiones de gran tamaño.
Resulta interesante que, como probablemente ya sepan, el Museo
de Arte Moderno de Nueva York acaba de inaugurar un nuevo edificio,
que ha sido completamente remodelado. Su departamento de fotografía
tiene ahora galerías con diferentes alturas en los techos.
Las primeras salas de exhibición muestran el trabajo hecho
en años anteriores, en los tamaños más pequeños
a los que ya me referí, y la altura de sus techos es la
que siempre han tenido en ese museo. Pero conforme el tamaño
de las imágenes ha ido aumentando, el museo se ha visto
forzado a aceptar la realidad y ha tenido que construir espacios
con techos de mucha mayor altura, para dar cabida a las obras
cada vez más grandes que se exponen o que forman ya parte
de su colección.
Una
última cosa, conforme fue creciendo el tamaño de
las impresiones, también creció el tamaño
de las mesas para poder revisarlas y desde luego, el tamaño
de los lugares para almacenarlas en caso de que se fueran a enmarcar.
Como dice el refrán: “Todo tiene un precio”.
Junto con todas las cosas buenas que he dicho acerca de las impresiones
de gran tamaño, también puedo enumerar muchos problemas,
tales como la necesidad de mayor espacio, en lugar de un cuarto
oscuro, necesitamos más espacio para lo que llamamos el
“cuarto de luz”. El transporte se complica comparado
con el de las impresiones pequeñas y si una impresión
se arruina, se desperdicia mucho más material (papel y
tinta) que con las impresiones pequeñas. Pero el placer
de ver nuestras imágenes en un formato grande justifica
todos los inconvenientes y probablemente el público responderá
favorablemente a las impresiones grandes cuando las vea en los
muros de una exposición.
Pedro
Meyer
Coyoacán, Abril 2006