Acababa
de ser rodeado por 15 patrullas de la policía. Las intermitentes
luces azules y rojas inundaban el paisaje de la 1:30 de la madrugada.
Había no menos de 80 policías alrededor de mi automóvil,
algunos con pesadas ametralladoras que hacían ver a “Terminator”
como, bueno, pues un simple gobernador de California. Debo decir
que de no haber sido tan real, la situación hubiera parecido
como tomada de una mala película. Lo que voy a relatarles
posiblemente sea una de las historias mas coloridas que hayan oído
en mucho tiempo. En ella se cruzan los caminos de lo analógico
a lo digital, la fotografía, el sexo, los accidentes y un
montón de imprevistos giros y vueltas dignos de un cierre
de año.
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Pedro Meyer © 2003 |
Uno
de los principales museos de la Ciudad de México me había
comisionado para producir una obra para una exhibición permanente
que tendrá lugar en los próximos cinco años.
Debía fotografiar lo que ocurría en la ciudad durante
el período comprendido entre las 8 PM y las 6 AM. Fueron
dos de las cosas que me llevaron a cubrir este horario: una fue
el reto de averiguar qué es lo que acontece durante estos
interesantes momentos del día; la otra fue que, con la tecnología
digital, la experiencia de fotografiar de noche se había
transformado por completo. La calidad en la captura de las imágenes
con luz baja es algo muy distinto de lo que antes podía lograrse
con película. Encuentro que mis cámaras digitales
responden mucho mejor a las condiciones de luz baja que su contraparte
en película. Además, un nuevo lente Nikon equipado
con un motor que reduce las vibraciones, me permitiría añadir
cerca de tres pasos (f), con la nueva tecnología podría
obtener resultados asombrosos.
Sin
embargo tenía que enfrentar un gran problema. Ir por la ciudad
a altas horas de la noche en los rudos vecindarios que planeaba
visitar no era precisamente lo más seguro, ni para mi, ni
para el equipo que pensaba llevar. No tenía ningún
deseo de ser asaltado o separado de mis cámaras digitales,
por lo que pedí al director del museo que solicitara a la
policía me asignara un par de agentes no uniformados para
protegerme durante la semana que iba a realizar las tomas. La policía
se mostró muy comprensiva y de inmediato me ofrecieron su
ayuda puesto que el proyecto les pareció muy interesante.
Yo estaba muy emocionado.
El proyecto iba a comenzar en una semana y ya todo estaba en marcha.
Pero a pesar de todas las precauciones que había tomado,
no me encontraba preparado para el giro que tomarían las
cosas. Tuve un serio accidente en mi propio estudio mientras instalaba
el equipo de sonido en la parte trasera de mi recién adquirida
Mac G5. Tropecé con los cables y caí al piso, me desgarré
el tendón de Aquiles, y tuve que someterme a una intervención
quirúrgica. No podía moverme, mi pie estaba enyesado
y ni siquiera podía apoyarlo. Durante los siguientes tres
meses estaría confinado a una silla de ruedas. El escenario
no era nada prometedor para el tipo de fotografía que planeaba
realizar.
No obstante, después de sentir pena por mí mismo durante
un par de días, decidí que no iba a permitir que este
accidente arruinara el proyecto y comencé a ver el problema
desde una perspectiva totalmente distinta. Sabía que forzosamente
las imágenes iban a ser distintas de lo que hubieran podido
ser en condiciones normales. No sabía con precisión
lo que implicaría, pero podía imaginarme algunos posibles
resultados. Por ejemplo, debía repensar el ángulo
y la altura que tendrían ahora las fotos. También
imaginé que el llegar en una silla de ruedas con un séquito
de personas necesariamente cambiaría la dinámica de
cualquier lugar al que fuese. En lugar de ser el fotógrafo
no visto, tenía que aceptar el hecho de que yo sería
el foco de atención en todos lados, y tenía que replantear
absolutamente todo. Por supuesto, todo esto cambió lo que
inicialmente tenía en mente.
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por Enrique Villaseñor © 2003. |
Dado
que todo era distinto, mis actividades contaron con nuevas estrategias.
Invité a varios amigos a acompañarme en distintos
días en que fui a tomar fotos. Pedí a uno de mis colegas
que me tomara fotos mientras yo realizaba el ejercicio de fotografiar
en silla de ruedas, y a otro más que grabara los sonidos
de los distintos lugares que íbamos a visitar, para posteriormente
crear material audiovisual.
Otros amigos también me acompañaron sólo por
diversión y sugirieron lugares para visitar y fotografiar.
Llegamos a ser hasta siete personas. También llevaba un chofer-
obviamente yo no podía conducir- quien me ayudaría
empujando la silla de ruedas. Nos escoltaba un auto de la policía
sin insignias. Uno de los policías iba en él y el
otro viajaba conmigo por lo que conformábamos una caravana
de dos autos.
Evidentemente, cada vez que entrábamos en un club nocturno
yo, mi silla de ruedas y mi séquito provocaban que la gente
se preguntara quién era yo. Cualquiera podía darse
cuenta fácilmente de que había gente protegiéndome.
Supongo que debo haber parecido algún enigmático personaje,
con cámaras colgando de mi cuello y sentado en una silla
de ruedas. Mis amigos ofrecían distintas explicaciones a
los parroquianos una vez que iniciaban una conversación.
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por Enrique Villaseñor © 2003. |
Según
la situación, decían que era un famoso director de
cine buscando una locación para mi próxima película.
Otras veces era yo un político en una expedición voyeurista
por la noche citadina, o un reportero escribiendo una historia para
la televisión. Probablemente
de lo único que no se me acusó o de lo único
que no era sospechoso, era de ser un simple y llano fotógrafo.
Esto debe decirnos algo interesante respecto a nuestra profesión,
de cómo se nos percibe bastante insípidos.
La primera noche fue de 'tanteo', de ir en busca de situaciones
que como fotógrafo me interesaba capturar. En el momento
en que veía algo que tuviera sentido para mí, pedía
que detuvieran el automóvil y sacaran la silla de ruedas
para que pudiera tomar las fotos. Pronto me percaté de estar
imitando de manera muy disfuncional lo que hubiese hecho en circunstancias
normales. Lo difícil que ahora era el tomar una foto significó
que tendría que repensar todo nuevamente.
Descubrí que debía adoptar varias estrategias nuevas
para trabajar con más eficiencia. Una de ellas fue que antes
de salir del auto, enviaba a alguien por adelantado para averiguar
si al menos me sería permitido tomar las fotos.
Resulta que en el primer lugar en el que bajé, tuve frente
a mí una pandilla entera de muchachos amenazantes que no
estaban dispuestos a permitirme fotografiar. Mi vulnerable condición
en la silla de ruedas resultó irrelevante. Al ver lo que
sucedía los policías fueron a hablar con uno de ellos,
y en menos tiempo de lo que me llevó el escribir sobre esto,
estos amenazadores jóvenes ya estaban levantándome
en mi silla de ruedas sobre la elevada acera y me colocaban frente
a la tienda que tenía pensado fotografiar. Las cosas cambiaron
como por arte de magia, no sabía qué había
pasado, no tenía idea de por qué alguien se oponía
a que yo tomara unas fotografías de ese lugar.
Los policías después me explicaron que la tienda en
cuestión vendía al mayoreo día y noche artículos
navideños de contrabando provenientes de China. Nunca pensaron
que alguien con una cámara estuviese realizando sólo
una labor de tipo cultural, sino reuniendo evidencia en su contra.
Como uno de tantos extraños giros que sucederían a
lo largo de la semana, los policías que me acompañaban
fueron precisamente aquellos que hicieron sentir a estas personas
que no tenían nada que temer con las fotografías.
Lo irónico es que aquellos que debían estar reuniendo
la evidencia en su contra eran precisamente los que calmaban sus
temores.
Otra estrategia que parecía sensata por las circunstancias,
fue tomar las fotos desde el automóvil mismo. Al discutir
sobre el asunto acordamos que el chofer cedería su puesto
a uno de los agentes, quien tenía entrenamiento en técnicas
de vigilancia y sabía muy bien como debía conducir
para que yo pudiera fotografiar.
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por Enrique Villaseñor © 2003. |
Como
era de suponerse, las escenas que encontramos durante nuestros paseos
en el automóvil eran muy variadas, desde prostitutas encendiendo
pequeñas fogatas para calentarse el trasero en la helada
noche de la ciudad, soldados arrestados por orinar en la acera,
hasta gente recolectando desperdicios para ganarse la vida. De algún
modo, todas representaban necesidades humanas eminentemente básicas.
Las excursiones nocturnas se sucedieron diariamente, fuimos cortésmente
rechazados en muchos centros nocturnos, bares de desnudistas y clubes
de travestis. Los gerentes querían proteger a sus clientes
y temían que mis fotos pudieran comprometerlos al no saber
donde podrían llegar a ser publicadas, aún cuando
nosotros teníamos la mejor de las intenciones. Mientras más
elegante y lujoso era el lugar, menor era la disposición
para dejarme fotografiarlo, sin embargo no todos nos rechazaron.
En
una de las cervecerías a las que fuimos, sentimos que iba
a haber problemas desde el momento que entramos. Los policías
me dijeron cuál sería la estrategia en caso de que
las cosas se pusieran difíciles. Ellos se ocuparían
de sacarme en mi silla de ruedas y los demás tendrían
que arreglárselas por su cuenta, puesto que, además
de que seguramente podrían hacerlo mucho mejor que yo, su
tarea era protegerme sólo a mí. Los problemas iniciaron
al suscitarse una pelea entre un trasvesti y su amante, y las botellas
de cerveza comenzaron a volar. El dueño del lugar, a pesar
de ser sordomudo, sabía muy bien lo que pasaba y tenía
a todo su personal bajo un estricto control. Los camareros sabían
exactamente lo que tenían que hacer, uno de ellos nos lo
contó todo. Contrariamente a lo que hubiese yo querido en
esa situación, fui apartado de la línea de fuego en
cuanto los ánimos empezaron a caldearse. Hubiese preferido
ir hacia la escena y tomar fotos de toda la acción, pero
no estaba en posición de decidir, y las personas con órdenes
de protegerte no se andan con rodeos.
Uno de mis amigos me dijo después que las personas de la
mesa de enfrente habían estado extremadamente incómodas
con nuestra presencia, ya que se repartían mutuamente algo
así como el botín obtenido durante el día por
debajo de la mesa: relojes de todo tipo y joyería extraña.
Tengo que admitir que nunca me percaté de nada, yo no noté
esos finos detalles. Al estar en esa posición tenía
que ocuparme de un montón de cosas, lo que provocó
que ese y otros tantos momentos se escaparan de mi lente. Evidentemente,
estar en silla de ruedas había afectado mi radar fotográfico.
Tomar fotos desde el auto empezó a funcionar muy bien. El
policía que conducía el auto tenía mucho sentido
de las cosas que yo requería como fotógrafo, tales
como ángulo de visión, velocidad respecto al sujeto
y por último, pero no por ello menos importante, seguridad.
Este punto sería crucial en nuestro próxima sesión
de fotografía.
Entre
los sitios que visitamos las siguientes noches, fuimos a un club
gay. Nos encontramos ahí a un buen numero de amigos puesto
que el día siguiente era feriado. Al momento de sentarme
y ordenar algo de beber fui literalmente arrollado por una bella
joven (una actriz según supe después). Aunque no la
conocía, se sentó en mis piernas en la silla de ruedas
como si fuéramos viejos amigos y comenzó a restregarse
contra mí.
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by Enrique Villaseñor© 2003 |
Después me dijo en términos inequívocos que
pusiera mi mano en su pecho. Mi amigo Rogelio, en la esquina derecha
expresa su sorpresa, la que creo que todos compartimos. De hecho
la fotografías es un excelente ejemplo de cómo las
imágenes son tan ineficientes para la transmisión
de “la verdad” que tan desesperadamente buscan muchos
fotógrafos. Por ejemplo la imagen no explica nada de lo que
realmente sucedía, por ejemplo no se ve para nada el hecho
de que su novio ó acompañante estuviera al lado pidiéndole
que se fueran, ella probablemente sólo trataba de ponerlo
celoso. Como frecuentemente ocurre, lo que queda fuera de cuadro
es tan importante como lo que queda dentro.
Pero
también sólo supongo lo de este asunto de los celos,
por que hay la posibilidad de que se haya sentido atraída
por mi llegada –al parecer ella me conocía- acompañado
de toda esa gente y al ver el resplandor del flash y, siendo actriz
decidió integrarse el espectáculo. La verdad es que
esto no fue más real que al escena de una película.
Una ficción que la gente cree por que está apoyada
por una imagen, una foto que ni siquiera supe quién tomo,
simplemente apareció en mi cámara, alguien debió
haberla tomado y simplemente capturó el momento. Así
que no sólo la veracidad del contenido de la imagen es cuestionable,
sino que también es de un autor desconocido. No obstante,
si quieres imaginarme como un donjuán, ¡adelante! Recuerda,
la evidencia es sólo una fotografía.
Después de este fugaz encuentro, un joven artista se sentó
junto a mi y comenzó a contarme sobre su carrera. Un joven
muy agradable quien comenzó a platicarme con orgullo de un
tatuaje que se había hecho hace poco y el dinero que había
tenido que ahorrar para poder hacérselo. Ofreció quitarse
los pantalones para mostrármelo y lo hizo en cuanto se dio
cuenta que no me ofendería que lo hiciera.
La conversación fue interrumpida por otra joven que se presentó
como alumna mía.
Se
ofreció a empujar mi silla de ruedas para tomar fotos del
lugar. Y eso fue lo que hizo, como si yo fuera un niño en
un carrito de supermercado, para terminar en la pista de baile en
donde me sentó en una mesa y ordenó una jarra de cerveza.
Antes de esto me había llevado al baño de hombres,
en donde pensó que podría obtener algunas buenas imágenes.
Pero la silla se atoró en la puerta y mi autonombrada guía
comenzó a explicar a cualquiera que estuviera dispuesto a
escuchar, que me estaba metiendo al baño de hombres por que
yo era voyeurista y que no tenían de que preocuparse, no
había nada que ver, así que decidí continuar
con la parodia ¿Qué otra cosa podía yo hacer?
Yo
estaba sorprendido de que toda la gente fuera tan amable y educada,
no había agresión en el ambiente, le dije a uno de
mis amigos que yo había estado en fiestas infantiles en donde
había más agresión y tensión de la que
podía sentirse esa noche en ese club. Este era otro de los
mitos acerca de “esos lugares” a los que la gente teme
asistir.
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Pedro Meyer © 2003 |
Entre los temas principales que deseaba fotografiar estaba la prostitución
callejera, actividad que abunda en la Ciudad de México. Nos
dirigimos a varias áreas donde se encuentran las resplandecientes
damas de la noche, esperando poder capturar más imágenes
desde la ventana del auto. Íbamos en nuestro convoy de dos
autos como en días anteriores. La gente en el segundo automóvil
nos acompañaba tan sólo por lo emocionante del momento
ya que teníamos pensado ir a otro lugar después.
Estaba
tomando fotografías cuando de la nada aparecieron cinco personajes
golpeando la ventana del auto exigiendo que les entregara la cámara.
Únicamente los despedí con la mano y el policía
que conducía sugirió que saliéramos de prisa
de ahí, ya que no valía la pena un enfrentamiento.
Viró a al izquierda con gran habilidad y se alejo hacia donde
el tránsito fluía. Creímos que habíamos
evadido la confrontación cuando un par de calles adelante
fuimos interceptados por dos autos en los que estaban los mismos
rufianes que me habían amenazado antes. Corrieron hacia nosotros
con toda la intención -según su expresión facial-
de entrar al automóvil a como diera lugar y llevarse mi equipo.
Comenzaron a patear la puerta y en ese momento el policía
que conducía salió repentinamente y les apunto con
su arma, diciéndoles con mucha calma que se largaran. Mientras
tanto el policía que estaba en el otro automóvil ya
había realizado una maniobra y se encontraba fuera del auto
apuntando hacia los truhanes por el otro lado.
Al verse cercados, se retiraron rápidamente. Todos los que
nos encontrábamos dentro de ambos autos viendo esta escena
de policías y ladrones, suspiramos con alivio celebrando
que las cosas no hubieran pasado a mayores, ya que eso se podía
haber convertido fácilmente en un tiroteo como los de las
películas de acción de segunda. Ambos
policías abordaron de nuevo el automóvil una vez que
estos tipos se fueron, todos pensamos que eso era el fin del asunto,
pero no fue así.
Unas
cuadras después volvimos a ser interceptados, pero esta vez
por patrullas policíacas, primero una, luego otra y pronto
había cerca de quince patrullas rodeándonos. Era extraño
ser detenido por la policía cuando había un policía
en servicio conduciendo el auto. Lo que me intrigaba era lo que
el siguiente episodio nos depararía. La noche estaba anegada
por las pulsantes luces rojas y azules de las torretas de las patrullas,
que iluminaban todo lo que estaba en su derredor.
Los refuerzos comenzaron a llegar por todas partes. Parecía
que se preparaban para una invasión, tenían armas
de todos los calibres imaginables, lanza-proyectiles, lanzagranadas
y pistolas con gases lacrimógenos, solo me faltó ver
a alguien que llevara perros entrenados para detectar drogas o explosivos.
Permanecimos calmados dentro de nuestros vehículos, cuando
el “Jefe” de todos estos policías se asomó
por la ventana del conductor. Pidió a nuestro conductor se
identificara y cuál no sería su desconcierto al ver
que se había metido en un lío que no imaginaba, al
descubrir que los perseguidos eran policías. Ambos comenzaron
a llamar a sus respectivos superiores desde sus teléfonos
celulares para saber qué hacer. Las patrullas fueron despachadas
y el asunto se fue calmando gradualmente.
El problema era que el “Jefe” vendía protección
a la mafia de la prostitución, por lo que no podía
simplemente mandar a paseo a esta gente y decirles que se olvidaran
del asunto, ya que para ese entonces ellos (los proxenetas -los
cinco tipos y dos mujeres-) habían llegado gritando falsas
acusaciones sobre nosotros. Discretamente nos dijo "Esta gente
quiere por lo menos el rollo de película que tomó"
yo le expliqué "lo siento éstas son cámaras
digitales que no usan película". A lo que respondió
con gran astucia y franqueza: “Entonces tendré que
enviar a uno de mis hombres a comprar un rollo en algún lugar,
se lo damos y usted finja que lo saca de la cámara, se los
entregamos, y a ver si así terminamos con todo este asunto”.
Yo le respondí: “Por mí no hay problema”.
Mientras esperábamos en el auto, llegaron más refuerzos,
pero esta vez pertenecientes al departamento de los agentes que
me acompañaban. Se saludaron con extremada discreción,
ya que nadie debía saber que eran aliados. Me enteré
de estas cosas mediante el agente que conducía mi auto -él
me reveló toda esta información de la cual no tenía
yo la menor idea-. Me explica lo que tienen planeado hacer: tomar
el arma del otro policía y la llevarla a nuestro auto. La
pistola fue introducida por la ventanilla y el policía que
conducía la pasó por detrás de su espalda mientras
se reclinaba hacia atrás. Después me entregó
el arma y me pidió que la ocultara en la bolsa de mi cámara.
Y eso es exactamente lo que hice, la puse debajo de todas las cámaras
y lentes. El se despojó de su propia pistola y me la entregó
para que hiciera lo mismo. Ahora, además de mis cámaras
y lentes tenía dos pistolas en mi bolsa. Sólo me asustaba
pensar qué pasaría si una de esas armas se disparara
ya que llevaba la bolsa sobre mis piernas. Me preguntaba si el disparo
me volaría las pelotas o el estómago.
Las evidencias desaparecían por todas partes, el recién
llegado rollo de película estaba vacio y reemplazaría
a las imágenes digitales en los discos de memoria. Las armas
ahora ocultas fueron reemplazadas con historias ficticias y nunca
aparecieron. Mis acusadores ahora decían que ellos ni siquiera
se habían acercado al automóvil y ya me habían
convertido en un alto funcionario público cuyos guardaespaldas
abusaban de su poder. Los policías que llegaron a ayudarnos
a desaparecer las pistolas actuaron su parte pretendiendo no conocer
a sus colegas. Los policías que protegían a las prostitutas
supuestamente cumplían con su deber atendiendo una denuncia
interpuesta por inocentes ciudadanos. Nadie dijo la verdad acerca
de nada, en ningún momento. Hasta yo estaba mintiendo al
decir que no sabía nada sobre las pistolas.
No pude evitar pensar en todos esos estúpidos debates moralistas
sobre la “verdad” sostenidos en la fotografía.
Me pregunté cómo es que en tal mar de mentiras, alguien
se atreve tomar una foto y ofrecerla como una representación
de “la verdad”. También me vinieron a la mente
Bush y su pavo de navidad artificial en Irak.
Ya
para entonces lo que la mafia quería era vengarse, pero no
se podían encontrar las armas por ninguna parte. Los policías
vinieron en tropel para registrar ambos automóviles, bajo
los asientos, y bajo el auto mismo. Yo solo los miraba impasible,
con mi bolsa encima de las piernas. El “Jefe” divisó
mi bolsa y me preguntó qué es lo que tenía
dentro, le expliqué que tenía mis cámaras y
mis lentes y le mostré la bolsa, sacando lentamente la mayor
parte del equipo. Satisfecho con el rápido registro se marchó.
Pregunté
a uno de mis policías por qué, si lo que estábamos
haciendo estaba dentro de la ley, habían tenido que esconder
sus armas. Me explicaron que bajo las circunstancias, lo más
importante era impedir que el suceso creciera hasta convertirse
en una escándalo político y legal para sus superiores.
Así que, mientras menos ruido se hiciera, mejor. No bien
terminó de decir esto, vimos el brillo de los reflectores
de las cámaras de la televisión a través de
la ventana; reporteros de la radio y gente de la Comisión
de Derechos Humanos que habían llegado a defendernos. Puesto
que la batahola tuvo lugar en una de las principales avenidas de
la ciudad, era solo cuestión de tiempo antes de que la prensa
llegara a averiguar lo que sucedía.
Para
ese momento yo ya estaba harto, eran pasadas las cinco de la madrugada.
Así que cuando llegaron la prensa y la Comisión de
Derechos Humanos les conté toda la historia. Después
de todo, yo tenía todo el derecho de tomar fotos desde mi
auto puesto que estábamos en la calle y no dentro de una
propiedad privada. También estas fotos eran para un museo
y podía probarlo, además, los policías que
me acompañaban estaban en servicio. Teniendo todo esto en
cuenta, pedí a la gente de Derechos Humanos que preguntaran
a las mujeres -que seguían quejándose a todo pulmón
de los supuestos atropellos- si tenían en verdad alguna queja
en contra mía. Para entonces se habían percatado de
que yo no era ningún alto funcionario al que pudieran chantajear,
así que, con increíble afabilidad cuando vieron que
efectivamente yo estaba en silla de ruedas, dijeron que me fuera,
que no tenían nada en mi contra, pero que “los policías
y el otro tipo (refiriéndose a mi chofer que estuvo todo
el tiempo sentado en el otro auto y sólo había salido
del auto para hacer una llamada en su teléfono celular, pero
que según ellas también portaba un arma) debían
ser llevados a la delegación de policía y ser presentados
ante el Ministerio Público”.
“Bien -dije-, que una de mis amistades conduzca mi auto (recuerden
que yo no podía conducir) y otra el otro auto y permítanos
marcharnos cuanto antes”. Pensaba en las armas en mi bolsa
de las cámaras y quería salir de allí lo más
pronto posible. Así que nos fuimos.
En cuanto llegué a mi casa, recibí una llamada de
la delegación de policía. La mujer que había
presentado la denuncia estaba dispuesta a desistir si le pagábamos
tres mil pesos (unos trescientos dólares) para cubrir los
gastos médicos, puesto que ahora decía sufrir de agudos
dolores en el pecho por la angustia que el asunto le había
causado. Por supuesto acepté, para que así los tres
(los dos policías y mi chofer) pudieran salir inmediatamente
y sin ser fichados.
Lo
que no sabía yo en ese momento -uno de los policías
me explicó esto después- , era que todos se arregló
rápido y fácilmente porque el oficial a cargo de escribir
el reporte con la queja de lo sucedido, de pronto se percató
de que no tenía ni armas o autos como evidencia que presentar.
Este oficial preguntó a sus subordinados "Entonces,
si no están aquí los autos, vas a decirme que estas
personas llegaron a pie?"
La situación resultaba tan ridícula e hilarante sin
autos ni armas, que supongo que aquella gradual degradación
de la evidencia fue premeditada ya que nadie quería tener
nada que ver con el asunto, excepto la mujer perteneciente a la
mafia de la prostitución.
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"Policía encubierto". Pedro Meyer ©
2003 |
Para mí y mis acompañantes de esa fatídica
velada, la noche estuvo llena de interesantes cuestiones acerca
de nuestras distintas percepciones. De hecho, todo giró alrededor
de las suposiciones y creencias de cada persona. Fue un baile de
campos distorsionados de realidad y evidencias que desaparecen.
Pedro Meyer
Diciembre 2003.
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foros.
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