
por
Fernando Castro R.

Leí recientemente una crítica extremadamente negativa de la exposición"Juan Alexander: Una retrospectiva", que tuvo lugar en el Museo de
Bellas Artes de Houston. El acre tono de la reseña me recordó por qué es que yo no escribo críticas negativas. El crítico se lanza no sólo
contra la obra, sino también contra el artista mismo: “la estrategia
de Alexander de dar grandes brochazos expresivos funciona bien para
ocultar sus defectos artísticos" y "Caramba, este individuo realmente
es un mal pintor”.1 En toda mi vida, caí solamente una vez en la
trampa de escribir una crítica negativa. No solamente me resultó una
tarea extremadamente difícil el demostrar por qué una fotografía bien
ejecutada era superficial, sino en última instancia también sentí que
había sido un esfuerzo infructuoso.
Supongo que los críticos de teatro, cine o culinarios que
señalan las fallas de los actores que no actúan bien sus papeles, las
historias que no convencen a nadie, o los mariscos demasiado cocidos,
realizan un valioso servicio público al calificar obras de teatro, películas y restaurantes con cero a cinco estrellas. Después de todo, la gente no desea perder su dinero ganado con tanto esfuerzo para ver una producción pobre o comer una paella poco apetitosa. Pero en la fotografía, la pintura y otras artes visuales por el estilo, el público raramente tiene que pagar para verlas y se puede marchar de una galería siempre que lo desee. Si bien es verdad que en muchos museos la gente tiene que pagar, una vez que una obra de arte ha llegado allí, ha pasado a través de suficientes filtros como para hacer de la elección una mera cuestión de gusto. En resumen, no veo a la crítica de arte
como un servicio de calificación que requiera que el crítico de arte escriba críticas negativas. Para mí la crítica del arte no se trata de alabar o condenar, sino de interpretar.
El argumento de que “no es un servicio de calificación" es solamente
una razón por la que no escribo críticas negativas. He aquí algunas
otras. Primero, me equivoco más a menudo de lo que quisiera. Así que
podría causar un serio daño si fuera a condenar una obra como la de
Vincent Van Gogh, por ejemplo. Muchos artistas importantes tuvieron y
tienen detractores: Murillo, Gauguin, Vasarely, Dali, Frida Kahlo,
Chagall, Paul Jenkins, Andrew Wyeth, etc. Los que tenemos el
poder de publicar debemos ejercitarlo con prudencia, modestia y
discreción. Si una obra de arte me pareciera "carecer de méritos", permitiría
que alguien más inteligente que yo me convenciera de lo contrario; o,
si nunca me convenzo de sus méritos, simplemente la dejo pasar en
cortés silencio. De hecho, el silencio es a menudo el comentario
negativo más devastador - ¡Ni siquiera se puede buscar en google!
En segundo lugar, aunque se requiere que un filósofo sea un tanto
iconoclasta, parece una pérdida de tiempo y energía ensañarse contra las
obras de arte y los artistas - a menos que los asuntos en juego vayan
más allá del arte. El entusiasmo corrosivo, en general es mejor dirigirlo
hacia temas políticos, económicos, sociales, ambientales y morales
de mayor importancia. Los artistas deberían de poder tomar riesgos sin
temer incurrir en equivocaciones y un crítico debería no solamente
permitir que exista esa libertad, sino ayudar también a generarla.
Por cierto, a veces uno está tentado a romper el cortés silencio cuando
se celebran las obras y los artistas mediocres. Sin embargo, tal
situación es más una prueba para un crítico que para las instituciones
del arte. ¿Después de todo, quién va a ser engañado? Vive y deja
vivir, digo yo. Si alguien puede ganarse una buena vida vendiendo arte
cuestionable, tanto mejor para ellos. A largo plazo, esto es bueno
por una variedad de razones: su efecto multiplicador en la economía,
el dinero está mejor gastado en mal arte que en coches que contaminan,
los ricos que están más felices a pesar de su caro y mal gusto podrían
contribuir generosamente a proyectos de arte, etc.

Cuernavaca, Morelos 1998 © Pedro
Meyer |
EEn tercer lugar, al estudiar el movimiento de arte indigenista, llegué a la conclusión de que algunas pinturas "mediocres" son realmente
importantes y dignas de reflexión. Es un error pensar que los valores
del arte están totalmente aparte de los de la sociedad en general,
aunque no sean exactamente iguales, hay de hecho traslapes
significativos. Los pintores indigenistas trataron temas que, debido a
una variedad de razones racistas e ideológicas, fueron considerados
por muchos como indignos de ser representados; a saber, los pueblos y
las culturas indígenas. De hecho, en el apogeo de la pintura
indigenista, un crítico antagónico calificó a su trabajo como "pintura
de lo feo”, un ataque más dirigido al tema de ese arte que al arte mismo o al artista, y que ahora, bochornosamente es más revelador de sus propios prejuicios.
La crítica negativa hacia John Alexander también me recordó una de las
primeras lecciones que aprendí sobre lógica y filosofía: evitar
prudentemente comentarios ad hominem y tratar siempre las tesis
(las obras de arte), nunca la persona que las propone (el artista).
Por otra parte, aún cuando sólo discuto las obras, contengo mi
entusiasmo y evito los elogios. La descripción laboral
de un crítico de artes visuales no debe incluir el elogiar, ni condenar
sino sólo informar, conectar, contextualizar, explicar, clarificar y
proporcionar interpretaciones plausibles de los trabajos. Por último,
existe una distinción importante entre un tema difícil y un lenguaje
oscuro. Tanto los escritores como los lectores deben aceptar el desafío de
temas complejos, mas no tienen que ser alienados por un lenguaje oscuro ni por teorías innecesarias. El arte, como el Jazz, es para todos, aunque solamente algunos decidan desarrollar un gusto por él.
Una vez un profesor francés me preguntó qué método de crítica
practicaba en mi escritura crítica. Por un microsegundo sentí que
quizá había estado jugando al tenis sin raqueta, pero un nano-
segundo después, recordé que era filósofo. Para interpretar obras de
arte empleo cualquier medio racional usado por Sherlock Holmes para
solucionar un crimen, desde el pensamiento inductivo cuidadoso y la
conjetura calculada, hasta la lógica deductiva y la probabilidad. Uno
tiene que preguntarse: quién es la víctima, cuál es la evidencia,
dónde fue perpetrado el crimen, cuáles fueron las motivaciones
posibles de los autores, quiénes son los posibles culpables, cuánto importa el crimen, quién se beneficia con él, que responsabilidad tiene la sociedad, etc. Aunque me incomoda la idea de seguir métodos, llamé a esta manera de pensar sobre el arte "psicoanálisis ideológico", porque intenta entender las ideas detrás de una obra y de la mente que la produjo. Así que es ideológica sin ser marxista y psicoanalítica sin ser freudiana. Mientras más misterioso y atroz es un crimen, mayor es la exigencia hacia nuestro pensamiento. Sin embargo, si el crimen es un robo de poca monta no se necesita involucrar a Sherlock Holmes.
1. Para consultar la mencionada crítica negativa, visitar:
http://houstonpress.net/2008-06-05/culture/john-alexander-the-mediocre/
Fernando Castro R.
eusebio9@earthlink.net
Junio, 2008
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Fernando Castro R. estudió filosofía en Rice University como becario Fulbright (1979-1985). Su libro Cinco Rollos de Plus-X (1982) alterna fotografía y poesía. Su carrera de crítico comenzó en 1988 escribiendo para El Comercio (Lima). Desde entonces ha colaborado con Lima Times , Photometro (San Francisco), Art-Nexus (Colombia), Cámara Extra (Caracas), Zonezero.com (México), Artlies, Visible, Literal, Spot (Houston), Arte Al Día (Miami), Aperture (New York), etc. Su trabajo curatorial incluye "La Modernidad en el Sur Andino: Fotografía Peruana 1900-1930"; "El Arte del Riesgo/ El Riesgo del Arte" (1999), “Piedra” (2004), “El Arte de la Guerra” (2006) y "Con Otros Ojos" (2007). Su propia obra fotográfica tomó un giro político en 1997 bajo el título "Razones de Estado". Su muestra individual más reciente “La Ideología del Color” (2004) en el Centro Cultural Borges de Buenos Aires es ahora una exhibición virtual en el website de la Universidad de Lehigh. Sus obras forman parte de las colecciones permanentes del Houston Museum of Fine Arts, The Dancing Bear Collection (New York), Lehigh University (Pennsylvania), Museo de Arte de Lima, Harry Ransom Research Center (Austin), etc. Actualmente reside y trabaja en Houston. |