Un estudiante de fotografía de Sudáfrica me preguntó
hace poco de qué manera el advenimiento de lo digital en
la producción de imágenes había impactado a
nuestra percepción tradicional de la fotografía documental.
Le ofrecí responder a su pregunta en una de nuestras editoriales.
Antes de continuar, por favor miren las imágenes de arriba
y anoten en un pedazo de papel, solo para si mismos, si piensan
que esta fotografía tiene o no una naturaleza documental.
En mi respuesta a nuestro amigo de Port Elizabeth quisiera ahondar
en algunas ideas mas allá del debate que ya ha tenido lugar,
sobre todo en lo referente a la cuestión de la veracidad
de la imagen.
Primero se me ocurrió que debíamos revisar la noción
misma de lo que constituye una fotografía documental. Comencé
por preguntarme cuándo una fotografía no es documental,
esperando alcanzar una respuesta haciendo la pregunta inversa. Para
ello examiné con detenimiento todas las fotografías
del catálogo de una reciente bienal de fotografía,
y quedé convencido de que sin importar el estilo de la imagen,
de una u otra manera todas tenían un carácter documental.
Aún las imágenes que obviamente han sido compuestas
digitalmente son buenas candidatas para ser consideradas documentales
dentro de su lógica particular.
Lo que resaltaba en todos estos ejemplos era que la imagen fotográfica
realizaba su magia de representación visual sobre la base
de nuestra comprensión del mundo a través de lo percibido
por los ojos, algo que tendemos a denominar “realismo”
aunque nuestra representación este desenfocada (solo recuerden
su última borrachera). Me parece que hemos realizado grandes
progresos en lo referente a nuestra comprensión acerca de
cómo los fotomontajes digitales no tienen por que ser menos
“realistas” que la naturaleza de su contenido en lo
que hasta ahora se había entendido como la fotografía
“directa”.
Una y otra vez se ha demostrado la falsedad de la noción
de que la fotografía “directa” de alguna manera
tenía una superioridad moral en lo relativo a su veracidad
y no necesitamos más regresar a ese debate. Lo que sin embargo
no se ha discutido, o por lo menos no mucho, y es de lo que quiero
hablar ahora, tiene que ver con la frontera en que la representación
ha sido construida por medios no ópticos, aunque terminen
siendo fotografías.
La imagen “Dos mujeres con vestido
rojo” ejemplifica este punto. La imagen está
compuesta por una pintura y telas reales. El momento en el que estos
materiales se convirtieron en fotografía (y en una digital)
fue cuando fueron capturados por el lente de la cámara. Entonces
se debe concluir que lo que se está viendo es una fotografía.
No obstante, puede decirse que su origen no es fotográfico.
¿Pero que hay de una foto de mí mismo? Supongo que
esa piel podría sustituir a la pintura de las dos caras,
sin que alguien cuestione la validez de la naturaleza documental
de ese retrato mío hecho con la ayuda de la cámara.
Entonces, ¿por qué alguien podría considerar
a una imagen como ”Dos mujeres con vestido rojo” como
menos documental que una representación directa?
Lo que enfrentamos aquí son los retos visuales presentados
por el siempre cambiante punto de vista sobre que es lo que constituye
a una fotografía. Las herramientas digitales de que disponemos
ahora nos permiten aumentar las posibilidades de lo que puede llevarse
al reino fotográfico, debemos cuidarnos de esa predisposición
dominante a rechazar todo lo que habíamos considerado como
no fotográfico “por naturaleza”.
Pedro Meyer
Coyoacan, Marzo 2004
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