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Esa tarde, sin embargo, algo de la nueva parecía asomarse a la vieja. Esa tarde, en el Aula Magna del Colegio Nacional, cien o doscientos alumnos que parecían tan chiquitos nos preguntaban cómo había sido la historia de aquellos que, para ellos, eran historia tan lejana
Esa tarde no duró casi nada. Después vinieron largos silencios, y tardamos doce años en volver al Colegio. No fue casual. ![]() "Ya ustedes no son más/ que una inscripción en nuestras plazas./ Ya el recuerdo de sus amores/ se va desdibujando./ Ya ustedes sólo son/ por haber muerto". ![]() En esa acción de los malos, los nuestros se convertían en desaparecidos y en nuestros relatos sin historia nosotros volvimos a desaparecerlos: les quitamos sus vidas. Hablamos de cómo fueron objeto de secuestro, tortura, asesinato y no hablamos casi de cómo eran cuando fueron sujeto, cuando eligieron para sus vidas un destino que incluía el peligro de la muerte, porque creyeron que tenían que hacerlo. Aquellas versiones de la historia eran, entre otras cosas, una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos. Quizá
tardamos, pero terminamos por darnos cuenta de que, con esa segunda desaparición,
desaparecíamos todos. Nuestras historias se perdían con
las suyas, que nadie contaba. La primera desaparición, la más
cruel, era inevitable; la segunda, no. Ahora, desde hace poco, hemos podido volver a recordar. En espacios y sectores distintos, por individuos o por grupos, de las maneras más diversas, vamos armando una historia. También
en el Colegio Nacional. A fines del 96 recordamos a aquellos estudiantes
con una exposición, un acto, palabras más o menos pertinentes,
abrazos y memorias. Esa noche, en claustros que ya no eran tan grandes,
las fotos de Marcelo Brodsky fueron, quizás, el vínculo
más claro, el más visible.
La
fotografía va, por la historia, contra el tiempo: la fotografía
es un intento siempre vano de detener el tiempo, de postular errores en
su paso. En cada foto, lo que ya no es ni será nunca se presenta
como si fuera todavía: con la larga lozanía de las flores
de papel pintado. Aparece, por un momento, la perplejidad de encontrarse
frente a lo perdido: la emoción de ese encuentro. Después,
la tristeza.
Por suerte, esa impotencia es relativa. Contar, mostrar la época no quiere decir revivirla, pero, supongo, recuperarla es necesario para vivir ésta. Ahora hay otra, tan
distinta y tan igual: me gustaría pensar que esta época
se hace, entre otras cosas, de esta confrontación: de la manera
en que, entre esas caras, la Argentina de entonces y la nueva se enfrentan
y se hablan y a veces, incluso, casi sin darse cuenta, llegan a algún
acuerdo.
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