Cuando regresé a la Argentina después de muchos años de vivir en España, acababa de cumplir cuarenta y quería trabajar sobre mi identidad. La fotografía, con su capacidad exacta de congelar un punto en el tiempo, fue mi herramienta para hacerlo.

Empecé a revisar mis fotos familiares, las de la juventud, las del Colegio. Encontré el retrato grupal de nuestra división en primer año, tomado en 1967, y sentí necesidad de saber qué había sido de la vida de cada uno.

Decidí convocar a una reunión de mis compañeros de división del Colegio Nacional de Buenos Aires para reencontrarnos después de veinticinco años.

Invité a mi casa a los que conseguí localizar, y les propuse hacer un retrato de cada uno. Amplié a un gran formato la foto del 67, la primera en la que estábamos todos juntos, para que sirviera de fondo a los retratos y pedí a cada uno que llevara consigo para el retrato un elemento de su vida actual.

Seguí retratando a los compañeros del curso que no vinieron a la reunión, pero la foto grande no podía transportarse. Llevaba conmigo pequeñas copias de la imagen para incluir en esos retratos, que se realizaron en Buenos Aires, en Madrid, en Robledo de Chavela (España) y en Nueva York.

Más tarde se organizó un acto para recordar a los compañeros del Colegio que desaparecieron o fueron asesinados por el terrorismo de estado en los años negros de la dictadura. Después de veinte años, las autoridades del Colegio aceptaron por primera vez que recordáramos oficialmente en el Aula Magna a los que faltan. Fue un hecho histórico.

Resolví trabajar sobre la foto grande que me había servido de fondo para fotografiar a mis compañeros de división y escribir encima de la imagen una reflexión acerca de la vida de cada uno de ellos. La misma se completó posteriormente con un texto más extenso que acompaña los retratos.

  
 
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