Soy argentino de primera generación. Nací y crecí en una país con una historia tumultosa. Desde 1930 ningún presidente civil pudo culminar su mandato (hasta Alfonsín y Menem): siempre fueron depuestos en golpes de estado. Cuando estaba en la escuela, en 1958, depusieron al Presidente Frondizi. Cuando estaba en la universidad, en 1966, la policía a caballo entró en la facultad expulsando a estudiantes y docentes. Fue la noche en que el Presidente Illía fue reemplazado por el General Onganía. Este General fue depuesto por el General Levingston, quien a su vez fue depuesto por el General Lanusse. En 1976 la Presidente Isabel Perón fue echada por el General Videla. Este fue depuesto por el General Viola algunos años depués y el General Galtieri tuvo su turno luego. Durante estos hechos, los sindicatos fueron disueltos, los intelectuales perseguidos, la gente fue presa, miles debieron abandonar el país al exilio y miles más desaparecieron (la palabra desaparecido llegó a ser internacionalmente conocida, un dudoso logro del idioma español). A lo largo del tiempo la Iglesia, con algunas raras excepciones entre sus prelados, acompañó siempre en silencio, lista para acomodarse al poder de turno. A pesar de lo traumático de estos hechos, me dí cuenta rápidamente que el mío no era un país "loco". A lo largo y a lo ancho de América Latina se repetían los mismos esquemas, con excepciones y originalidades de acuerdo a las condiciones locales. Cuando me convertí en fotógrafo, en fotoperiodista, fui testigo de estos hechos en cada país que visitaba: Chile, Perú, Brasil, Bolivia, Nicaragua, Panamá, etc. Y comencé a fotografiarlos. Vi a los diferentes actores en un teatro de iniquidades cuya obra ya conocía. La estricta y mesiánica postura del General y la mirada piadosa del Obispo, su sentido de propiedad - algunos de cuerpos, otros de almas. Para la gente del hemisferio norte, es quizás dificil comprender el rol decisivo que ambas instituciones tuvieron en las realidades devastadoras de este continente. Hay otras similaridades: después de todo no es coincidencia que la Iglesia se vea sí misma como el "Ejército de Dios" y que las Fuerzas Armadas sean devotamente católicas. Ambas están estructuradas de manera similar: fuertemente jerárquicas, con una cadena de mando, escuelas de formación de cuadros y un status diferente del resto de la sociedad. Los fotógrafos (y yo me incluyo) parecen estar corriendo de un lugar a otro, reportando sobre el hambre y la guerra, transtornos sociales y golpes de estado, como si estuvieran tapando agujeros de un dique que no cesa de resquebrajarse. La mayor parte de nuestro trabajo está enfocado en las consecuencias inmediatas de hechos dramáticos, pero raramente prestamos atención a la raíz de los conflictos. Podemos ver el sufrimiento del pueblo Ruandés, la lucha en Bosnia y los devastadores efectos del SIDA; pero quien sabe como las cosas llegaron a ese punto. Sugiero entonces, que deberíamos concentrar algunos esfuerzos en tratar de comprender las causas, en lugar de tener que documentar las consecuencias. Diego
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