Hay algunos de nosotros que se sienten seguros de saber quiénes son y de dónde vienen. Pueden caminar sobre la tierra, mirando sus huellas, escuchando sus voces, sintiendo su propia piel y encontrar consuelo porque su presencia queda confirmada.

Pero hay otros para quienes la existencia es insegura. Viven con el temor de saber que su identidad no tiene forma, de que su presencia no puede ser verificada. Están atrapados entre dos mundos y son arrastrados a capricho de uno a otro por una fuerza para ellos desconocida. Sus lamentos son como un grito susurrado.

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