Mi primer acercamiento al Tarot fue fortuito. Un mazo de cartas junto con un libro, que cayeron casualmente en mis manos, abrieron la puerta hacia un mundo de simbolismo y tradición que me sobrecogió.

Siendo de naturaleza escéptico, hasta ese momento el Tarot no era para mí más que una superstición. Y aunque a la fecha conservo cierta distancia intelectual respecto a la adivinación, el haber trabajado durante más de dos años en este proyecto me ha acercado a un tipo de conocimiento que no había sabido valorar en su justa medida: el conocimiento intuitivo.

A través de esa primera lectura, y de muchas otras sucesivas que se fueron sumando, aprendí que los 22 Arcanos Mayores del Tarot simbolizan un orden universal. Cada Arcano es la representación de diversas fuerzas primordiales, originarias, que han guiado el rumbo de las acciones humanas desde el principio de los tiempos.

De ahí se deriva la creencia de que, al barajar las cartas, la persona les imbuye su propio destino. En la "tirada" de cartas, el cartomántico interpreta con base en las relaciones que se desprenden del orden de las mismas y del hecho de que estén de frente o invertidas, lo que cambia su sentido.

Aisladamente de este aspecto adivinatorio, lo que a mí me fascina es el carácter simbólico de los Arcanos, simbolismo que a lo largo de la historia se ha nutrido de diversas tradiciones, culturas y religiones. Cada Arcano es un personaje arquetípico que sirve para presentar diversos atributos mediante un aspecto tangible y fácil de comprender.

Así, por ejemplo, las ideas de introspección, receptividad, fe y del contacto con lo oculto están personificadas en la Sacerdotisa, así como la modestia, la sabiduría, la capacidad de análisis y la búsqueda de la verdad se concretan en el Ermitaño.

Aunque estos simbolismos están vigentes, podría pensarse que algunos de los personajes han envejecido históricamente y difícilmente pueden identificarse con la actualidad. Sin embargo, el recorrer cotidianamente una ciudad como la de México puede bastar para contradecir ese pensamiento ya que, si se mira bien, seguramente se podrá reconocer el nuevo rostro de la Emperatriz, la Justicia, el Sumo Sacerdote e, incluso, del Diablo o la Muerte en persona.

Este es el principio que da pie al Tarot mexicano, un proyecto caprichoso que se basa en la creación de equivalencias, en ocasiones cargadas de humor e ironía, entre los Arcanos tradicionales del Tarot y personajes actuales de la ciudad de México.

La mayoría de los tipos presentados en el Tarot mexicano son gente de la calle. Más que retratar sus rasgos particulares, las imágenes buscan enfatizar lo genérico y, así, convertirlos en nuevas interpretaciones de los arquetipos tradicionales.

La búsqueda de los modelos y locaciones justos para visualizar los diferentes conceptos hizo que la producción de cada una de las fotografías se convirtiera en una vivencia particular cargada de anécdotas, lo cual me enriqueció personalmente y, siento, en gran medida también enriqueció al proyecto.

El Tarot de Marsella, versión medieval tomada como referencia por su pureza estilística y por ser la más antigua que se conserva como un mazo de baraja completo, se ve así transformado en un Tarot mexicano actual, que propone al espectador el juego de verse a sí mismo como un destino que no escapa al orden universal fijado hace miles de años.

José Raúl Pérez



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