English


Joel-Peter Witkin ha sido considerado como una mezcla entre El Bosco y Masacre en Texas. Sus cuadros fotográficos, cuidadosamente compuestos e impresos con esmero, nos ofrecen la oportunidad de trascender el tema propuesto y acceder a lo que Witkin denomina un mundo de “amor y redención”.

 

The Bone House.

En algún lugar entre depravado y divino, Joel-Peter Witkin ha creado un espacio que no ocupa ningún otro fotógrafo vivo. Su último libro, The Bone House, documenta su progresión desde fotógrafo infantil hasta llegar al sitio que ocupa hoy en solitario. Palabras fuertes, ciertamente, pero merecidas. Joel-Peter Witkin es un intrépido creador de imágenes.

El libro es en sí mismo una obra de gran belleza. Encuadernado en tela verde y con una funda gris, es el vehículo ideal para mostrar sus perturbadoras, pero fascinantes imágenes. Witkin no es nada [si no] un estudio de contrastes.

Lo que distingue a Joel-Peter Witkin de sus contemporáneos es una inquietud y un deseo que lo llevan a lugares temidos por otros –el lado oscuro donde cada resplandor es auténtico. Su ámbito no es nada menos que el más grande misterio que ha ocupado a la humanidad desde sus comienzos, la eterna pregunta acerca de la vida y la muerte –pregunta que por su propia naturaleza es en última instancia irresoluble, excepto en aquellos momentos personales, breves, experienciales, en que el arte salva la brecha entre los sentidos y el entendimiento. Nadie ocupa este lugar mejor que Witkin.

Witkin crea un arte que no se puede desechar o ignorar. De hecho, alcanza la condición a la que aspira todo arte: nadie, al ver una imagen de Witkin, puede permanecer ambivalente. Pero esto no es sólo resultado de lo que Witkin escoge fotografiar. Es más bien por el modo en que aborda el material y trasciende sus limitaciones. Usando cadáveres, hermafroditas, jorobados, y otros a los que la sociedad en general denomina freaks, Witkin crea paradojas visuales que desafían nuestra percepción. Frecuentemente acusado de sensacionalismo y de la explotación de sus sujetos, en realidad los realza y redime –los vuelve fundamentales en su búsqueda espiritual. Una vez fotografiados, ingresan a la corriente eterna del arte.

Es imposible conceptuar una imagen de Witkin de una sola mirada y luego descartarla. Cada imagen, después de haber sido manipulada cuidadosamente en el cuarto oscuro con hojas de afeitar, seguros, y otros implementos, nos obliga a cuestionar, visceralmente, nuestra capacidad para comprender. Una imagen de Witkin puede, como la mejor poesía, ser leída una y otra vez, y seguir siendo un misterio –un misterio que parece estar un poco más allá de nuestro alcance. Vienen en mente unas líneas de Elizabeth Bishop: “and [we] looked and looked our infant sight away.”

Joel-Peter Witkin sabe que, en contra de la sabiduría popular, no somos criaturas racionales, sino que estamos sujetos a nuestros sentidos. Utiliza la vista, nuestro sentido más privilegiado, para desconcertar e instruirnos. Las imágenes de Witkin no sólo impresionan, también ilustran, si acaso sólo al obligarnos a tomar en cuenta aquello que preferiríamos no examinar.

Mujer amamantando a una anguila, Nuevo México, 1979, es una imagen abierta a múltiples interpretaciones. ¿Qué se quiere decir? La disonancia cognitiva es desconcertante, pero algunas partes se sostienen: la anguila, la mujer, sus pechos al descubierto, el pico de pájaro de forma cónica que lleva como máscara. Pero, ¿cómo se relacionan? Toda tentativa personal de descifrar este misterio es solamente eso –una tentativa personal, como tiene que ser toda interpretación de Witkin. Entre más se intenta comprender mediante el entendimiento, más se da uno cuenta que sólo se puede confiar en los sentidos, pero aún aquí, la vista, nuestro sentido más estimado, es incapaz de aprehender la totalidad de la imagen. Los elementos son claros, su contexto no. ¿Cómo puede amamantarse una anguila? ¿Cómo puede un ser humano sentir afecto por una anguila o sentir el impulso de darle el pecho? ¿De qué manera se entremezclan la vista, las emociones y el entendimiento en estos objetos tan poco probables? ¿Qué quiere decir todo esto?

Gran parte de la incomodidad surge porque los sujetos de Witkin (sin incluir su primera obra y su obra más reciente) llevan usualmente máscaras, vendas o rostros falsos. Con este recurso, nos niega el signo distintivo de la personalidad — el rostro— sólo para remplazarlo con otro. ¿Qué sentimos? ¿Qué vemos? Una dualidad irreconciliable en el seno de una sola entidad. La constante carga de las emociones contra el entendimiento, y viceversa. Una razón de más para sentir que lo que vemos casi puede ser comprendido. Tómese en consideración el Retrato de Nan, Nuevo México, 1984. En esta imagen vemos una mujer sentada en una silla cubierta de tela viendo hacia nosotros. Muchos elementos de la imagen son interesantes: el diminuto esqueleto en el margen derecho, el modo en que su pelo parcialmente trenzado está sujeto al muro detrás de ella, el feto animal que carga en el regazo, pero lo que desentona es la máscara en forma de T que el fotógrafo ha impuesto sobre su rostro. Nuestra vista dice una cosa, nuestras emociones dicen otra cosa, y no hay manera de reconciliarlas. No importa cuántas veces se mire, este fenómeno nunca cambia, nunca nos libera. De hecho, dada la necesidad humana de reconciliarnos e integrarnos con todo lo que nos rodea, este delicioso malestar, a la vez abstracto y concreto, puede saborearse sin peligro –evidencia de una de las muchas funciones del arte.

A diferencia de otros fotógrafos de arte que concentran su visión exclusivamente en la labor fotográfica o en el cuarto oscuro, Witkin emplea títulos dignos de aspiraciones literarias, pero el valor que da a lo literario no es un fin en sí mismo. Cada título trasciende la mera etiqueta, una acusación que puede levantársele a muchos otros fotógrafos por otra parte de gran calidad, sumando además una dimensión adicional a imágenes que cargan ya con múltiples matices de significado. Lecciones sobre la Cábala, Nuevo México, 1981, Cristo con un cuerno, Nuevo México, 1976, Estiramiento testicular con posibilidades de aplastar una cabeza, Nuevo México, 1982. En última instancia, crean una pauta que puede usarse para ver las imágenes.

Si toda creación puede ser considerada divina, entonces la creación de estas imágenes adquiere una cualidad espiritual que se percibe más fácilmente en las imágenes en donde Witkin utiliza cadáveres y partes del cuerpo. Al fotografiar a los muertos, Witkin otorga una vez más movimiento y expresión a su esencia moribunda; toma lo que normalmente descartaríamos como cosa del pasado y le vuelve a dar vida. De este modo, lo que estos cadáveres alcanzan es nada menos que una nueva vida, una nueva oportunidad parar entrar en comunión con los vivos, y más notablemente, una oportunidad para que los vivos convivan con los muertos.

El beso (Le Baiser), Nuevo México, 1982, es la imagen de una cabeza que ha sido partida exactamente por la mitad para que se le practique la autopsia, las dos mitades aparentando ser dos seres distintos en el acto de besarse. No hay máscara alguna. Witkin permite que los muertos asuman libremente la expresión que está impresa en sus rostros. Qué extraño y a la vez qué reconfortante. Un beso, inherentemente placentero y asociado con la alegría, desarma al espectador, aun cuando el entendimiento niegue la posibilidad de que esa cabeza pueda sentir algo. El que cada mitad de la cabeza esté consiguiendo lo que tenía en vida, su plenitud, aunque sea sólo metafóricamente, no disminuye la sensación de que así sea. Este hecho no hace que tenga menos fuerza. Claro que hay muchos otros niveles potenciales de significado, pero el suceso más importante de la imagen es la manera en que los muertos, frente a la razón, parecen respirar y comunicar.

Tomando en cuenta que las imágenes de Witkin se resisten a la categorización, quizá la única verdad que pueda decirse de ellas es lo siguiente: en cada imagen de Witkin hay algo que atrapa al espectador, algo que no nos permite desechar lo que vemos ni aceptarlo en su totalidad. Nos alejamos de una imagen de Witkin con la sensación de que hemos entrevisto significado a pesar de que el ojo ha escrutado de frente a la imagen. Estas imágenes son nada menos que un intento de decir lo indecible, tarea que alguna vez Thomas De Quincey denominó “la carga de lo incomunicable”. En compañía de Goya, Bosch, Blake y otros grandes artistas de lo inefable, Witkin, en The Bone House, ha creado un libro esencial e inagotable.

Charles Mann

Charles Mann, actual editor asistente de The Photo Review, es un poeta laureado de Bucks County, Pensilvania. Recientemente concluyó un ciclo de poemas basados en las fotografías de Witkin.

 


Cerrar Ventana