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WATSONVILLE, California.
La
nota estaba pegada en la puerta del garage: " ¡Desde que ustedes
mexicanos mojados llegaron el valor de nuestras propiedades se han ido
al infierno!" Luego, los botes de basura tirados en el zaguán.
Huevos podridos y verduras arrojados contra la casa
Era
una casa de cinco cuartos, de un piso, dos veces más larga que
ancha, de casi una cuadra de largo, con su techo de tablillas de madera,
las paredes pintadas de un verde más bien sin gracia, lo que
no le quitaba nada a su inegable belleza
una belleza americana,
idílica, de cinco cuartos, que estaba sobre un cerro con una
suave pendiente y una vista hacia el valle del Pájaro.

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Esta
había sido la ilusión más grande de Reyna Guzmán:
una casa de cinco cuartos. Un cuarto para cada uno de sus niños:
para Ignacio, el agrónomo vuelto chofer de camión porque
su licenciatura mexicana no tenía valor en los Estados Unidos;
para Aarón, el hijo que se casó con una chicana, para
gran desilusión de Reyna; para Iván, que a la edad de
catorce años estaba coqueteando con las pandillas y las drogas
y cosas peores, pero que se ha calmado y ahora está obsesionado
con la espiritualidad de los indios americanos; para Blanca, con la
que apenas ha hablado desde que se fue con un muchacho chicano cuyos
hábitos no son de su agrado; y para Beatriz, la menor, que sigue
los pasos de Iván bajo el embrujo de un anciano indígena
y que le prometió que se casaría "bien", en
Cherán, con un muchacho del lugar que se había enamorado
de ella la última vez que estuvo allí, con un casamiento
purépecha esplendoroso, con la banda de músicos y las
procesiones y su cabello arreglado con cintas y los votos en la iglesia
Ella
quería a la familia entera bajo un techo.El agente de bienes
raíces anunció un precio de venta de 300,000 dólares
la cantidad usual en vecindades como esta en
Watsonville, constituida por casas grandes ocupadas, extrañamente,
por familias pequeñas, en su mayoría anglosajonas.
Los
dueños rechazaron su oferta inicial. Ella buscó por otras
partes, pero no encontró por ninguna parte la casa de cinco cuartos
de sus sueños. Sin embargo, el agente llamó de nuevo,
preguntando si le importaría hacer nuevamente la oferta, ya que
los dueños no habían tenido éxito al venderla a
otras personas. Ella ofreció 200,000 dólares y ellos aceptaron.
Luego dio un anticipo de 30,000 dólares y la casa fue suya.
Al
inicio, la gélida recepción de sus vecinos la deprimió
hasta el punto de implorarle al agente de bienes raíces que rompiera
el contrato. Sin embargo, pensó: "he trabajado toda mi vida
para comprar esta casa
" y se juró que los únicos
que se cambiarían serían sus vecinos. Cinco años
después, la profecía se ha cumplido: el vecino, del que
ella sabía que era la causa más grande del hostigamiento,
un oficial blanco de la policía, ha colocado un letrero ofreciendo
la venta de su propiedad. Pronto se habrá ido.
Reyna
Guzmán es en gran medida como la mayoría de las mujeres
purépechas que conozco y admiro: es de corta estatura pero físicamente
muy fuerte, con la parte superior del brazo llena de músculos.
Tiene la piel oscura y el cabello negro. Y, contrariamente a lo usual,
esta madre indígena madre soltera es todo menos
sumisa. Reyna Guzmán es una madre dedicada , aunque con problemas,
y una activista política feroz y una empresaria. Ella es incansable,
agresiva, franca y malhablada cuando tiene que serlo.

Reyna
habla algo de purépecha, español y un inglés funcional.
En realidad, dice "fuck you" (Chinga tu madre) bastante bien.
Eso le dijo una mañana a la mujer del policía cuando aquella,
al pasar frente a ella mientras estaba arreglando las plantas en su
jardín, le dijo alegre e hipócritamente "¡buenos
días!"
Se
casó tres veces. Cuando le pregunto si los maridos abandonaron
la familia, como es el caso a veces demasiadas veces- con los
hombres mexicanos, ella responde: "No, yo los saqué a patadas."
En
la vida de Reyna se cruzan los hilos de muchas historias que
son las historias de dos pequeñas ciudades, Cherán, en
Michoacán y Watsonville, en California; dos ciudades "proféticas",
cuya importancia es mucho más grande que las estadísticas
de sus habitantes. Como lo escribimos ayer, Watsonville ha sido el lugar
de luchas políticas y laborales, cuyas repercusiones se han sentido
mucho más allá del valle del Pájaro. Lo mismo que
Cherán: la ciudad más importante de la región purépecha
ha servido de caldo de cultivo para el activismo político (El
PRD, un partido de oposición, ganó allí las elecciones
locales mucho antes de obtener sus muy publicitadas victorias en el
año de 1997) y se ha transformado, en la era de la migración,
en un símbolo de rápidos cambios, para bien o para mal,
por los incesantes movimientos de las personas, el comercio y la cultura
a través de las fronteras.
Ella
vino al norte por primera vez en 1973, prácticamente empujada
por su primer marido (con el que estaba casada contra su voluntad).
Comenzó, como todo el mundo, recolectando fresas en los campos.
Pero al cabo de un año ya estaba rentando cuatro acres de tierra,
supervisando 35 trabajadores y generando una ganancia neta de 20,000
dólares por cosecha.

Pero
desde el inicio era ambivalente acerca de su nueva vida en los Estados
Unidos
"Me la pasé 25 años pensando en mi regreso
a Cherán, ahorrando dinero y diciéndome a mí misma
que este sería el año de mi regreso
"
Ella
volvió una vez, en los tardíos años setenta, cuando
sus niños todavía eran muy jóvenes (Blanca y Beatriz
todavía no había nacido) y abrió un restaurante.
Pese a un comienzo lucrativo, tuvo que cerrar después de tres
años debido a una serie de acontecimientos imprevistos
incluyendo tipos envidiosos y una burocracia mexicana que conspiraba
contra ella.
Volvió
a Watsonville y adquirió un trabajo en la compañía
de conservas de Watsonville, empacando brócoli, espinaca y chiles
desde las seis de la tarde hasta las tres de la mañana;
tres horas de sueño para levantarse y preparar a los niños
para la escuela
cinco años
sin vacaciones
y luego
comenzó la huelga el día nueve de septiembre de 1985 a
las cinco de la mañana. Fue un punto decisivo en su vida.
Hay
una foto de Reyna en un periódico local, en el que aparece desafiante
ante una línea de policías, mostrándoles el dedo
del medio. Ella marchó contra la alcaldía, ella marchó
contra los jefes. La huelga duró 18 meses. Y aunque pocas de
sus demandas fueron tomadas en cuenta por los nuevos dueños de
la compañía, ellos mantuvieron sus trabajos y lo
más importante, a su manera de ver, es que "ganamos respeto".

Desde
entonces ha estado en la política. Ayudó a elegir a Óscar
Ríos para alcalde después de que la nueva alineación
de distritos hiciera posible que un latino subiera al poder. Condujo
un boicot contra el McDonalds local porque el dueño, una
mujer mexicana, apoyaba la Propuesta 187 (la iniciativa, que en el año
de 1994, buscaba negar los servicios públicos a los inmigrantes
ilegales). Hoy, su plataforma política es el césped frente
a su casa, sembrado de letreros de apoyo a medidas y candidatos.
No
da la impresión de que Reyna vaya a retornar pronto a Cherán
así que ella trajo Cherán a Watsonville. Hay un altar
en su sala de estar con velas y cintas y los santos favoritos de los
Purépechas, el Santo Niño de Atocha y la Virgen de Guadalupe
y las máscaras que se ponen los indios en sus danzas tradicionales.
Hay carteles anunciando fiestas y competiciones en su tierra. Y en la
cocina hay tazones de vidrio con los ingredientes para las mismas comidas
que los Purépechas ha preparado durante cientos de años
cilantro, cebolla, chile pasilla, col
Ella
prepara "churipo", una comida popular purépecha (sopa
de carne con caldo condimentada con chile rojo) para sus visitas. La
tradición, dice Reyna, es importante. Su hija Bety le ayuda en
la cocina. La tradición actúa como una vacuna contra la
contaminación de las influencias de este lado de la frontera.
Ella cita el ejemplo de su hijo Iván, que parecía seguir
un sendero de autodestrucción en las pandillas. Ella lo motivó
visitar Cherán. "Allí se encontró a sí
mismo", dice Reyna. Él dejo la pandilla.
Por
otro lado, ha habido influencias de este lado de la frontera que indudablemente
han ayudado a la familia
hubiera sido difícil, por ejemplo,
que Reyna se divorciase de su primer marido en su tierra y aun más
difícil casarse y divorciarse otras dos veces después
de eso. Con mayor certeza, no habría tenido la oportunidad de
transformarse en una activista laboral. Probablemente, no habría
rentado y trabajado un campo de fresas. Y posiblemente tampoco habría
sido capaz de comprarse una casa de cinco cuartos.
El
hecho es que sólo dos de sus niños están ahora
con ella en la casa, Iván y Bety. Dos de los cuartos están
vacíos. Y debido a que Blanca y Aarón tienen una relación
problemática con Reyna, incluso las reuniones son raras.
Esta
es la vida de Reyna: físicamente presente en Watsonville; conjurando
siempre a Cherán en sus altares y sus comidas y en las lecciones
de "tradición" que ha tratado de darle a sus niños,
pese a que las influencias en su nuevo hogar les atraigan.
Es
una historia clásica de inmigrantes: ha perdido algunas cosas
preciosas y ganado algunas otras. Sería difícil en este
momento para Reyna Guzmán responder la pregunta de que si el
intercambio valió la pena. Pero, después de todo, ¿quién
lo puede hacer?
Rubén Martínez
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