por Luis González de Alba
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Compré boletos para ver el estreno en español de la ópera Frida y el
día de la función los regalé. Detesto a Frida Kahlo y a su tiempo. No
es un odio sin motivos: estoy convencido de que la misma actitud que
ha trepado a los altares a una pintora mediocre, obsesionada con su
desgracia (¡Dios santo! ¿Por qué no la mató el tranvía?), es la misma
que mantiene pobre a México, un país rico en recursos que no tienen ni
Corea ni Singapur ni Irlanda: paradigmas de países miserables hace 30
años, que sólo producían oleadas de inmigrantes y hoy son países ricos
porque han seguido el camino opuesto al de México.
Vayamos por partes: Frida con sus vestidos de tehuana es el ejemplo de
la mujer incapacitada para trabajar en una fábrica, hasta, vaya, para
subir en camiones y desplazarse al trabajo; como pintora es ejemplo de
invención por el mercado del arte gringo. La época de Frida y Diego es
la del nacionalismo barato en el que se cimentaron las políticas que
nos atan, todavía, a la pobreza y los defectos que incapacitan al
pueblo mexicano. Uno de los peores es su xenofobia: los extranjeros
vienen siempre a robarnos, y la prueba es que nomás llegan y se
vuelven ricos, dice el taxista sabio. No es su mayor capacidad de
trabajo, no son sus mayores conocimientos, hasta su mayor habilidad
por lo que pronto prosperan entre un pueblo ensimismado. No, es que se
aprovechan de los mexicanos.
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©Pedro Meyer
Ridículo, pero también tengo mi propia xenofobia, a la inversa: veo
que, siempre, son hijos de extranjeros, como del alemán señor Kahlo,
quienes nos imponen el folklor como único futuro: "Pero ¿por qué queréis despojaros de vuestras tradiciones?" Los extranjeros amantes
del folklor y los intelectuales mexicanos ídem, eligen lo más vistoso
de las costumbres populares, como los bordados, y no se aplican jamás
todo cuanto tienen de opresivo. A los indios les recetan apego a
tradiciones que son, en sí mismas, productoras de pobreza, como es la "democracia" directa, a mano alzada, con la que el cacique se
eterniza; o las mayordomías que aniquilan cada año la "acumulación
originaria del capital", como la llamó Marx, y la vierten en fiestas
lindísimas... para la foto, pero que condenan a los habitantes a
seguir sin agua corriente, sin piso de cemento en casa, sin medicina
como no sea la del hechicero (maravilloso fotografiado por Gabriel
Figueroa). Fotografía incomparablemente mejor una mujer que transporta
un hermoso cántaro de agua al hombro que un ama de casa que abre el
grifo en la cocina para lavar platos. ¿Cómo puede alguien comparar la
belleza de moler en metate al burdo encendido de una licuadora? Dirían
quienes prohíben comer hamburguesas en Oaxaca, pero no ven mal que los
APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca) quemen un teatro.
Una gran proporción de los mexicanos se cree el cuento gobiernista de
que "el petróleo es nuestro" y por eso PEMEX debe irse a Texas cuando
abre una refinería con capital privado, y así da empleo a texanos; no
logra entender que si el IVA pasa de 15 por ciento a 10 generalizado
significa que baja, no que sube. Mexicanos encuestados se oponen a la
competencia en la producción de energía, aunque disfrutan de un
servicio telefónico que, con ser malo, es inmensamente superior al que
nos ofrecía la burocracia cuando los teléfonos eran "nuestros". Como
Frida a su silla de ruedas, siguen asidos a las muletas de la
ideología escolar impuesta por los gobiernos desde 1917 porque no se
han desembarazado de Frida, Diego, el muralismo y nuestro glorioso
pasado... de edad de piedra.
En la escuela nos adoctrinan para asumirnos hijos de los vencidos y no
de los vencedores. Y poca gente revisa la doctrina: ¿astronomía maya?
Predecían eclipses, pero los atribuían a que una gran serpiente
devoraba al sol. No hubo explicación de la naturaleza por la
naturaleza misma, base de toda ciencia. Los aztecas eran
cazadores-recolectores en pleno 1300, etapa superada por mayas mil
años antes y ocho mil antes por chinos. Buena parte de ese odioso
adoctrinamiento viene de la época de Frida, en que los sindicatos y
otras corporaciones integraron la demoledora maquinaria del gobierno y
nos enseñaron asistencialismo, esto es que el gobierno, como la Divina
Providencia de endenantes, proveerá a nuestras necesidades.
Y todo eso está destilado en el culto a Frida Kahlo, del que
finalmente ella no es culpable: se limitó a pintar mal,
autorretratarse obsesivamente y promover a las mexicanas peludas.
Luis González de Alba