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¡Ah, los malos viejos tiempos! Cuando el conocimiento estaba siendo generado por la sociedad a un ritmo relativamente lento -hasta e incluyendo el siglo XIX- efectivamente ocurría que muchos doctores, abogados, ingenieros, arquitectos, historiadores, maestros de escuela, contadores, banqueros, comerciantes, editores, campesinos, sacerdotes y monjas, niñeras, profesores universitarios, políticos y prácticamente cualquier gente podía realmente tener la seguridad de que la base de conocimiento con la que contaba al graduarse de la preparatoria y la universidad sería suficiente para el resto de su vida laboral. Después de todo, el nivel de investigación en muchos de estos campos era bastante bajo, la diseminación de nueva información era lenta (generalmente por medios impresos), y las actitudes sociales hacia la innovación y el cambio no empezaron a modificarse positivamente sino hasta la segunda mitad del siglo XIX. Tal es el caso de la teoría de la evolución de Darwin, la cual se debatió acaloradamente cuando apareció publicada por primera vez, y no sólo porque resultaba "horrendo" pensar que el hombre pudiera estar emparentado con los primates, sino también porque la idea se oponía fundamentalmente a las creencias que se habían sostenido con fervor religioso durante siglos. La educación era vista como un proceso por medio del cual, después de unos cuantos años de escolaridad, se le proporcionaba a la gente ignorante las herramientas intelectuales (principalmente lectura y escritura) para convertirse en "miembros productivos de la sociedad". El paradigma actual de escolaridad se estableció a finales del siglo XIX y principios del XX, como respuesta, en parte, a las exigencias económicas de esos tiempos en los que se requería de trabajadores que pudieran ser entrenados con mayor facilidad para puestos de trabajo en las líneas de ensamblaje. El ser incapaz de leer y escribir hacía que el conseguir un trabajo en una fábrica fuera imposible e incluso peligroso para los otros -por ejemplo, por no entender las advertencias de peligro. Se han relacionado los niveles educativos más altos (medidos como el promedio en años de escolaridad) con un incremento en los niveles de actividad económica y bienestar social. La ecuación calculada en todas partes del mundo es bastante sencilla: mientras más gente permanece en la escuela más tiempo, incrementando su base de conocimiento y su capacidad para aprender, más altas son las probabilidades de que florezca la economía de un país. Ésta ha sido la razón fundamental que explica los niveles masivos de inversión en infraestructura educativa en todo el mundo, particularmente durante la segunda mitad del siglo XX. Sin importar su ubicación, las instituciones educativas en todas partes han seguido muy de cerca la evolución de los medios masivos de comunicación. Con la aparición de cada nuevo medio, los "tecno-entusiastas" han hecho atrevidas declaraciones sobre su poder de transformar (para bien) la educación y el aprendizaje. Con la radio se iban a poder salvar todas las barreras de distancia. Las películas aportarían la riqueza de la comunicación visual. Con la televisión se superarían las cuestiones de distancia y tiempo al permitir que los mejores maestros (en el escenario típico) fueran vistos y escuchados por estudiantes en cualquier parte. Empezando en los años setenta, las computadoras, por su habilidad de procesar y presentar grandes volúmenes de información, iban a transformar la manera en que cada materia sería enseñada. Y durante los últimos cinco años, se ha dicho que el internet está modificando la manera en que trabajamos, jugamos, nos comunicamos Y aprendemos -según reza la frase publicitaria usada por Cisco Systems, uno de los principales proveedores de hardware ligado al internet.
Por supuesto
existen muchas otras razones, pero me detendré ahí porque
esas primeras cinco apoyan el argumento central con el que quisiera
cerrar. El aprendizaje es un asunto de curiosidad y el internet, al
darnos la capacidad de reconocernos como seres inmensamente curiosos,
tendrá un profundo impacto en las actitudes que tenemos hacia
lo que desconocemos. Por primera vez, quizá, desde que la imprenta
le permitió a las masas tener acceso al conocimiento y a la información
que habían sido limitados a unos cuantos, el internet será
la fuerza conductora que modifique las instituciones educativas en todo
el mundo y que modifique lo que las personas esperan ser capaces de
hacer para lograr acceso a las oportunidades de aprendizaje, en donde
quiera que estén, en horarios que les sean convenientes, y -más
crucialmente- sin importar quiénes son.
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