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El efecto combinado creado por el tamaño y el peso de este libro hicieron que me fuera imposible hojearlo de atrás para adelante como suelo hacer con los libros de fotografía. E incluso si uno tiene la fuerza suficiente para sostener el libro en el brazo extendido, las imágenes más grandes rebasan cualquier límite razonable de lo que pudiera considerarse la distancia adecuada para mirarlas. Esto, por sí solo, me obligó a descansar el libro en una mesa y a empezar en el principio. Sea o no intencional, el diseño de este libro en sí constituye una declaración. Tuve que empezar con la determinación de aceptar que no vería este libro de la manera como suelo ver los libros de fotografía. Las fotografías panorámicas han existido desde hace mucho tiempo. En los últimos años este formato se ha vuelto muy popular. Sin embargo, la forma del encuadre panorámico es tan espectacular, que a veces me parece difícil evaluar si una imagen funciona o no. Hay veces en que la relación entre forma y contenido en estas imágenes es engañosa, casos en los que una fotografía parece ser fuerte simplemente porque se ve tan espectacular. Esto no ocurre en el caso de Koudelka. De hecho, toda la obra es tan seductora, tan puramente vista, que casi acaba por neutralizar cualquier énfasis en el encuadre. Esto no quiere decir que Koudelka no se deleite con el formato panorámico. Muy al contrario. Pero Koudelka es Koudelka, y tiene cosas más importantes que hacer. Cuando veo las imágenes de Caos, escucho la música de Miles Davis, una música de oscuridad y belleza. Uno podría sostener que el tema de este trabajo es la desolación y el vacío. Y ciertamente ambos rasgos forman parte de casi todas las imágenes. Pero la profundidad y la amplitud de este trabajo se desprenden de una especie de reto autoimpuesto, uno que se pregunta qué tan oscura puede llegar a ser una imagen y aún mantener la belleza. Y yo me pregunto ¿cuánto tiempo puede un fotógrafo sostener este tipo de imágenes sin ser repetitivo o técnico? Los músicos de jazz se enfrentan a un problema semejante cuando les llega el turno de tocar su solo. Con este trabajo, Koudelka alcanza con absoluta certeza una nota baja deslumbrante (en su caso, piénsese en un contrabajo o un chelo acústico, una nota producida con un movimiento largo del arco) y la sostiene con entera confianza hasta la resolución de la nota misma, que en este caso equivale a la entera extensión del libro. Es asombroso. Sólo Koudelka podía descubrir un cielo celestial habitando dentro de lo que parece ser un trozo de hojalata hecho pedazos colgando en un paisaje urbano desolado (p. 41). O por ejemplo, un edificio bombardeado, las paredes acribilladas con agujeros de bala, terminaría siendo en el caso de una imagen más predecible hecha por cualquier otro fotógrafo, un comentario sobre los horrores de la guerra. Pero para Koudelka, es aquí donde el pasado y la eternidad se juntan en el mismo momento. Esta relación no es forzada. Está ahí, completamente reconocida y documentada para que nosotros la atestigüemos (p. 17). A diferencia de su trabajo anterior, sólo hay cuatro fotografías en las que aparecen personas. Y en cada caso, no son sólo imágenes anónimas, sino casi bizarras, viviendo de alguna manera extraña fuera del tiempo. Es decir, fuera de cualquier tiempo con el que pudiéramos estar familiarizados nosotros. Aunque todo este cuerpo de trabajo me parece fortísimo, el libro tiene un defecto. Con un vocabulario visual tan extenso y poético como el de Koudelka, estoy acostumbrado a ver sus fotografías presentadas como imágenes individuales, sin ninguna referenciación directa de una imagen a otra. Exilios, su último libro, es un ejemplo perfecto de esto mismo bien hecho, un libro en el que se usó una imagen por cada dos páginas. En Caos, ya que aparecen hasta tres imágenes verticales en una sola página, se vuelve virtualmente imposible que no se informen la una a la otra. Esto crea una distracción así como una interrupción en la cadencia y el ritmo del libro. ¿Son intencionales estos agrupamientos o resultado de compromisos forzados por el diseño y el formato de la panorámica misma? De cualquier forma, lo que terminé haciendo fue cubrir las verticales con papel blanco para poder verlas individualmente. Dicho esto, Caos constituye una actuación virtuosa por parte de Koudelka, no sólo porque nos muestra en toda su extensión su dominio y comprensión del medio de la fotografía, sino que al exhibir su singular habilidad de aventurarse lejos de la melodía (la fotografía documental) sin perderla de vista, continúa definiendo lo que puede ser una fotografía documental: una reflexión tan completa que es a la vez profundamente humana, ricamente poética, y modestamente espiritual en el sentido más amplio. Un terapeuta jungiano me dijo una vez que aunque todos disfrutamos interpretar nuestros sueños, lo que realmente quiere un sueño es otro sueño, y otro y otro. Esto es verdad también en el caso de las fotografías. Y nadie parece entenderlo mejor que el mismo Koudelka.
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