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El otro es el efecto narcótico de la cultura corporativa: Los principales medios cada vez se vuelven más desabridos y timoratos, tal como las enormes burocracias de las que son propiedad y cada vez se vuelven más indistinguibles del gobierno federal y de entre ellos mismos. Cada vez es más difícil “monitorear a los centros de poder” cuando trabajas para una gigantesca corporación que se encuentra en el mismísimo centro del poder.

Hay un intercambio “faustiano” para el “periodismo de acceso” al que cada vez más periodistas prominentes han sucumbido, tal como lo revela la debacle de Judith Millar. Tal como el informante del Pentagon Papers, Daniel Ellsberg dijo a sus editores en el 2003, éste es un pecado capital del periodismo. “Es irresponsable que cualquier miembro de la prensa se guíe únicamente solamente por las fuentes gubernamentales, sean el presidente, los secretarios u oficiales de menor rango. Eso definitivamente incluye a los personajes semiocultos que alegan tener la “verdadera” historia. Así como las conferencias de prensa son un vehículo para mentirle al público, estos personajes semiocultos lo son para mentirle a la prensa, convenciéndola de que están obteniendo una historia vendible”.

Mientras resonaban los tambores de la guerra, la prensa compró y compró hasta que se dieron cuenta que ellos habían sido vendidos.

Un asunto muy relacionado es el advenimiento de una súper clase de periodistas de TV, que son tan ricos y famosos como la gente que cubren, y que rutinariamente socializan con ellos en fiestas y eventos. Estos periodistas-celebridades podrán presumir de su “dureza”, pero nadan cómodamente en las aguas del conocimiento convencional a su alrededor, y en lo relativo al Medio Oriente, ese conocimiento convencional está en la bancarrota.

Esto nos lleva a la tercera y última área en donde el periodismo fracasó después del 11 de septiembre: La ideología. El evaluar el porqué los Estados Unidos fueron atacados requería que los periodistas aprendieran sobre la historia del mundo árabe y musulmán, y no leer a medias algún tendencioso artículo de Bernard Lewis descalificando los reclamos árabes.  El evaluar lo peligroso que realmente era Saddam Hussein, requería tener un conocimiento del Medio Oriente contemporáneo, no solo una rápida lectura de  The Threatening Storm (La Tormenta amenazante) de Kenneth Pollack, que decía que la amenaza que representaba Saddam era tan grande, que la guerra era necesaria. Evaluar toda la “Guerra contra el Terrorismo” de Bush, precisaba una desapasionada exploración del terrorismo en sí mismo, libre de lo emotivo del 11 de septiembre, y comprender que el terrorismo es esencialmente una forma de guerra asimétrica, que a menudo tiene éxito al provocar una reacción excesiva, y que puede esgrimirse al servicio de metas legítimas, y que la mayoría de los terroristas no son ni cobardes ni dementes. En verdad cada una de éstos temas necesitaba ser visto con completa objetividad, sin vacas sagradas de ninguna especie.

Nada de esto ocurrió debido a tres razones relacionadas entre sí. La primera fue simple ignorancia: La mayoría de los periodistas de los grandes medios, sencillamente no sabían mucho del Medio Oriente y poseídos por una especie de humildad malentendida, creyeron que aprender no era algo que tenían que hacer.

En segundo lugar, la sociedad americana en general tiene una tendencia pro israelí, que generalmente es compartida por los periodistas (que están demasiado intimidados o son demasiado ignorantes para cuestionar), lo que inmediatamente los lleva a hacer suposiciones y adoptar creencias respecto de los árabes, el terrorismo y el Medio Oriente en general. El historiador Tony Judt opino en el London Review of Books, que el apoyo brindado por  tantos periodistas liberales y expertos a la guerra de Bush se explica por su apoyo a Israel. Puesto que ésta orientación es considerada la “apropiada”, prácticamente afecta todos los aspectos de la cobertura de los medios en el Oriente Medio. Las perspectivas musulmanas y árabes no tienen  casi cobertura mediática en los EEUU, debido a que tienden a ser anti-Israel. Si hubieran sido cubiertas, muchos norteamericanos  hubieran sopesado de manera muy distinta las oportunidades de éxito de la guerra en Irak. En lugar de eso, los medios norteamericanos trabajan dentro de un espectro ideológico muy estrecho del Medio Oriente, usando una y otra vez las mismas fuentes de centro-derecha y derecha. Para dar un ejemplo específico, el New York Times, cuando requiere opiniones expertas sobre asuntos israelíes, recurre  al Washington Institute on Near East Affaires (Instituto de Washington sobre Asuntos del Medio Oriente), un grupo intelectual pro-israelí de centro-derecha. El Times rara vez recurre a expertos de centro-izquierda o izquierda como Cobban o MJ Rosenberg para comentar sobre Israel. No hay evidencia de que el desastre de Irak, que estos expertos de derecha apoyaron de manera casi unánime, haya servido para que los medios replanteen sus fuentes o su orientación ideológica.

Peor aún, quizás el tabú de discutir este tema públicamente, ha contribuido a ahogar el crucial debate sobre la guerra. Como señaló Michael Kinsley hace más de 4 años en Slate, una de las grandes motivaciones para el gran apoyo de los neoconservadores a Israel a favor de la guerra se dió debido al proverbial “elefante en la habitación”, todos lo ven pero nadie habla de él. Kinsley señala correctamente que había motivos honorables para tal silencio, nadie quería que se dijera que la guerra era promovida por judíos que únicamente debían lealtad a Israel. Esta es una caricatura. Tal como Kinsley y yo hemos dicho, para los judíos neoconservadores que jugaron un papel clave en la planeación de la guerra, simplemente se tomo como un axioma el que los intereses de EEUU y los de Israel son idénticos. Pero la suposición de los intereses compartidos es altamente problemática, por decir lo menos. Algunos comentaristas, como Philip Weiss, han llevado a la mesa de discusión el sensible tema del papel jugado por la preocupación de los neoconservadores por la seguridad de Israel. En los años por venir, los historiadores cavilarán el porqué los EEUU bajo Bush, adoptaron, en efecto, la posición israelí respecto al mundo árabe, sin que se discutieran las implicaciones – o por lo menos se reconocieran los paralelos- de esta arriesgada y radical postura.

Para terminar, los medio fueron incapaces de lidiar con las motivaciones, altamente abstractas e ideológicas, de la guerra de Bush, especialmente por que esas motivaciones, como fue admitido notoriamente por Paul Wolfowitz, nunca fueron aclaradas. Para oponerse a la guerra frontalmente, uno debía retarlas dos razones reales detrás de ella, la cruzada neoconservadora contra el “Islamofascismo” y el frío deseo de los guerreros para reafirmar el poder norteamericano. Pero esto significaba no solo enfrentarse a las vacas sagradas del 11 de septiembre e Israel, sino también lidiar con la negativa de la administración para reconocer públicamente estas abstractas razones y retar el que la Casa Blanca se oculte detrás de pruebas amañadas sobre la existencia de las armas de destrucción masiva de Saddam, debido a “razones burocráticas”, para usar las palabras de Wolfowitz. Para los medios masivos -sin preparación, intimidados y atrapados en el torrente del conocimiento a medias y el patrioterismo- esto era demasiado. Tal como dijo Kristina Borjesson, el resultado fue que los medios masivos se fueron de la guerra y no la llegaron a entender. No puede haber una acusación más seria.

Debemos señalar otra razón del fracaso de los medios en Irak: la administración Bush. Los medios masivos, especialmente en su debilitada posición actual, simplemente no están equipados para lidiar con un régimen tan manipulador, disimulado, vengativo y –para andarse sin rodeos- maligno como éste. Ver a la prensa tratando de enfrentarse a la pandilla Bush-Cheney es como ver a la caballería polaca cargando contra los tanques alemanes en 1939.

¿Aprendieron los medios la lección?¿Que nos depara el futuro? De muchas maneras, los medios definitivamente han mejorado. Después que la guerra comenzó a ir mal y las armas de destrucción masiva no aparecieron, la mayoría de las agencias de noticias comenzaron a endurecer su posición contra la administración Bush. El New York Times en particular, halló sus agallas criticando a la administración por su incompetencia e hipocresía y siendo escépticos ante sus supuestos progresos en Irak. Y desde el comienzo de la guerra, el trabajo de los corresponsales en el campo ha sido muy superior al de los analistas.

El problema, desde luego, consiste en que la prensa se volteó contra Bush solo cuando bajó su popularidad, otra señal de que el Cuarto Poder se ah convertido más en un anemómetro que en un relator de la verdad.

El veredicto final no ha llegado. Los medios han mejorado, sin duda, pero tienen mucho que resarcir. Los problemas estructurales-psicológicos, institucionales e ideológicos- que jugaron tan importante papel en su derrumbe, siguen ahí y no hay razón para pensar que se irán. Y además, está la guerra, que redujo a gran parte de los medios a meros hinchas agitando la bandera. Si los medios aprendieron que un tonto puede hacer sonar el clarín de guerra, que no todas las guerras iniciadas por los EEUU son correctas o necesarias, y que las pretensiones de superioridad moral no constituyen un argumento, entonces tal vez algo pueda rescatarse de este lamentable capítulo después de todo.

Gary Kamiya


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