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Frank Horvat      

Un Reporte Diario 1999
de Frank Horvat

Reseña del libro por Trisha Ziff

 

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Hay algo de Daily Report (Reporte diario) que me impulsa a regresar a él. Un libro, como lo indica el título, de imágenes tomadas día con día por el fotógrafo francés Frank Horvat durante el último año del milenio, un diario visual. No es que cada una de las imágenes presentadas sea memorable, o que la narración fluya con una decidida convicción. Este libro posee un poder más sosegado. Quizás lo que intrigue al espectador sean precisamente sus ponderadas cualidades mundanas, y sin embargo, carece de banalidad. Horvat no intenta ser monumental, no hay artilugios ni grandes sobresaltos. Éstas no son imágenes épicas, sin embargo, revelan una gran cantidad de información sobre ciertos mundos específicos.

© Frank Horvat

Un libro modesto de muchas maneras, el diario visual de Horvat es a la vez una valiosa contribución. Hermosamente impreso sobre papel de alta calidad, su forma refleja una sensibilidad para la precisión y el cuidado semejante a la de su contenido. Una idea sencilla, que fácilmente hubiese sido repetitiva y poco interesante; pero Horvat logra mantener una energía, un interés y un ritmo que se sostienen a lo largo del año. El libro es en sí mismo compacto, como un ladrillo; le recuerda a uno esos calendarios que se van deshojando con el paso de los días, haciéndose más delgados y manejables. O un flip-book (libro con dibujos que se animan al mover las hojas) que narra un cuento, pero en este caso no hay una narración, sólo una serie de non sequiturs (sin sentidos) que al ser vistos en secuencia producen una agradable sensación de caos. Como con un códice, no hay ninguna necesidad de una lectura lineal; en última instancia no hay ninguna estructura ni narración reveladora que exija que el calendario tenga que ser seguido. Es un libro al que se puede regresar, imágenes que se pueden ver una por día o todo el año en una sola sesión.

El registro que hace Horvat del año de 1999 es un testimonio personal sin la pretensión de ser más que eso. Sin embargo, ¿qué tan indicativo es del transcurso normal de su año? El proyecto, en parte patrocinado por Kodak Francia y otras corporaciones, deja al lector sin certeza alguna sobre cuestiones que son importantes para una lectura del contenido general del libro. No se puede más que especular sobre qué tanto influyeron y cambiaron estas aportaciones los días de Horvat durante 1999. ¿Ayudaron estos recursos para que Horvat pudiera tener el tiempo libre suficiente para concentrarse en Daily Report o lo proveyeron con los fondos necesarios para poder viajar para hacer su libro? ¿Hubiese sido igual su año con o sin esta subvención? El autor no da ninguna indicación sobre estos detalles, por lo que se deja al lector la pregunta de hasta qué punto queda reflejado en el libro un año “auténtico” en la vida de Horvat o si creó un año “específico”, diseñado según los requerimientos del libro.¿Qué fue lo más importante para la imagen de cada día? Son asuntos importantes que quedan sin respuesta.

Jueves 4 de marzo, París, Aquaboulevard
© Frank Horvat

En su introducción, Horvat escribe: “No tomé fotografías de guerra, ni de la miseria, el sufrimiento o la locura; no porque me sean indiferentes estas calamidades sino porque nunca sentí tener la justificación moral ni el valor físico (en el caso de la guerra) para hacer frente a estas situaciones con mi lente”. Su posición refleja sus propias elecciones y privilegios. En un contexto geográfico o temporal distinto, otro fotógrafo podría no tener tales elecciones. Nacido en 1928, Horvat pasó la Segunda Guerra Mundial en Suiza. No tenemos ningún indicio de lo que aquellos años significaron para él cuando joven, ¿quién sabe qué lleve a un fotógrafo a tomar fotografías de conflictos o calamidades o rehuir de ello? ¿Y quién puede juzgar? ¿Hay una jerarquía de valores en la creación de imágenes?

Este es un libro lleno de los otros momentos que forman la base de nuestras vidas. Las escenas que con frecuencia se nos escapan y quedan sin ser registradas. Cada momento que se aprehende es una pausa, una huella mientras se pasa conscientemente hasta el siguiente momento. Humores que cambian y vuelven a cambiar. La mayor parte de estos momentos, imágenes en el libro, parecen ser descubrimientos y no creaciones, no ese momento decisivo crucial esperado pacientemente por muchos fotógrafos; nada aquí parece haber sido ponderado en demasía. Vivir parece haber sido la principal preocupación, las fotografías fueron tejiéndose después a ese año de vida. Observadas cuidadosamente pero nunca forzadas.

Domingo 18 de abril, Cotignac, Francia, "La Veronique", autorretratot © Frank Horvat

Se puede especular sobre cómo el ojo relajado de Horvat pudo, al pasar los meses, irse preocupando más por el asunto de la repetición o incluso del aburrimiento por la disciplina necesaria para hacer y registrar una imagen diaria. No hubo días de descansos para el ojo detrás de la cámara ¿Dónde estaba la cámara de Horvat la mañana del primero de enero de 2000 o diez días después? Por último, ¿se tomó tiempo libre o fue un proceso continuo? ¿Fue un viejo hábito difícil de superar, o quizás uno anterior reforzado?

El mundo que Horvat ofrece al espectador es una combinación de espacios interiores y exteriores, lo suficientemente personales como para poder hacernos una idea del hombre detrás de la cámara, pero sin nunca cruzar los límites establecidos. “No busqué mostrar mi sexualidad o la de otros, porque nunca lo he hecho anteriormente y sería impropio comenzar a mi edad”. Y sin embargo es un registro íntimo. Un testimonio de que es posible revelar la esencia de nuestro propio ser sin exponerse. Horvat se revela como un hombre firme, cómodo con su manera de ser y con sus años. Un hombre con un ojo agudo para el detalle y una necesidad aparente de orden y reserva.

Miercoles 11 de agosto, Reims, Francia
© Frank Horvat

Daily Report es un libro rebosante de las preocupaciones de la fotografía europea con temas de la calle, del flaneur y está estrechamente ligado a la especificidad de esa mirada. La mirada de Horvat refleja las preocupaciones que dominaron en la fotografía francesa del siglo veinte, imágenes de la calle que documentan la vida cotidiana. En la década de los cincuenta conoció a Robert Capa y a Cartier Bresson y posteriormente se mudó a Londres en donde trabajó tanto para la revista Life como para Picture Post. Un hombre cuya mirada está impregnada de una tradición humanista, un populista consumido por las preocupaciones de la narración visual. Horvat se ubica a sí mismo como un partícipe dentro de una comunidad tanto de fotografía ‘documental’ como de fotografía de moda. Toma fotografías de aquellos con los que se encuentra en sus reportajes, a sus amigos; Joseph Koudelka en su cocina (igualmente espartana); Véronique Leyrit, cuando la visitó en París; un retrato de Helmut Newton, el puente de sus anteojos reflejando la misma cadencia que sus cejas. Marc Riboud en Italia aún tomando fotografías, Cartier Bresson con sus biógrafos. Fotógrafos cuyos trabajos y preocupaciones son singulares, pero que como individuos han realizado importantes contribuciones a la fotografía europea del siglo veinte.

El 4 de mayo, Horvat visita a su amigo Edouard Boubat, un fotógrafo cuya obra refleja preocupaciones similares a las de Horvat. Hace un retrato de Boubat, sus ojos todavía son agudos y sonrientes. A las pocas semanas, Boubat fallece. Horvat toma fotografías del funeral y del féretro de su amigo. Es el único día representado por más de una imagen. Un homenaje silencioso, como si se pausara el ritmo de su año y hubiera la necesidad de decir algo más. Un día que se aparta del resto. La fotografía del féretro de Boubat sobre el suelo tan parecido en la forma a la primera imagen del libro: una tina nueva. Estas dos fotografías se vuelven inseparables, el primero de enero y el 2 de julio; limpieza y muerte. La imagen de la tumba abierta de Boubat vista desde arriba es una imagen misteriosamente íntima, no sentimental. No hay diferencia con ver una tina vacía y hacer especulaciones sobre quién la ocupará.

Las imágenes de los siguientes días reflejan una sensación del paso del tiempo y de pérdida. A una fotografía triste de Jean Michel Horvat, el hijo del fotógrafo, junto con su hijo, Grégoire, le sigue una toma de una calle solitaria. Nada se dice, sólo el susurro de unas imágenes que denotan reflexión. El libro de Horvat está lleno de imágenes de su familia, de su compañera Véronique Aubry, de sus hijos y nietos, y los amigos de ellos, vivos y cálidos. Su familia ocupa un amplio espacio dentro de su mundo. Son imágenes tiernas y sensibles de gente que está habituada a su mirada y a su cámara, y sin embargo son imágenes abiertas y sin obstrucciones. A pesar de la intimidad de la relación con él, fotografía a cada miembro de su familia con separación e independencia visual.

Viernes 7de mayo , La Mancha, España
© Frank Horvat

Otro tema que atraviesa el diario son las imágenes de animales. Hay algo incomparablemente europeo en la legitimidad de la mirada masculina puesta sobre un gatito, o para ser más precisos, algo particularmente francés. Supongo que en otras culturas visuales estas imágenes son vistas pero no son registradas.

Muchos de los días de Horvat están representados por one-liners (ocurrencias) visuales que fueron vistos y registrados. No son imágenes monumentales sino más bien instancias de lo absurdo calladamente anotadas. Al ir avanzando el año encontramos partes fragmentadas del cuerpo de Horvat con la fantasía de que quizás hayamos entrevisto la totalidad llegado el fin de año. El 13 de marzo, una mano; el 18 de abril, un pie; una autorretrato del primero de junio en un baño de hotel muestra un torso con un rostro oscurecido por la cámara; el 2 de agosto, ambas manos y, por último, en diciembre al acabar el año, Horvat se retrata, enfermo de catarro, como si la enfermedad hubiese acabado con cualquier otra posibilidad y no quedara más opción que apuntar con la cámara a sí mismo.

El año termina como había comenzado, en su casa en Cotignac, Francia con su compañera Véronique Aubry que trabajó con Horvat en la edición del libro, y el milenio termina con el rito simbólico de purificación de la quema de hojas.

 

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