Los seres humanos tienen animales por muchos motivos. Les gusta comérselos, quererlos, maltratarlos, sentirse protegidos por ellos, reírse de ellos y gritarles. En otras palabras, los animales se convierten en madres, padres, amantes, hijos, guardaespaldas, maestros, entretenedores y sacerdotes sustitutos.

Y encima de todo esto, está el poder. Usamos a los animales para sentir que tenemos el control, y para fomentar su sentido de dependencia.

Cuando uno lo piensa, los animales en cautiverio requieren muy poco de nosotros –comidas regulares, un lugar calientito donde dormir, y cierto grado de consistencia en el trato que les damos. Sorprendentemente, a menudo parecen estar agradecidos de esto, aunque los hemos privado de su libertad.

Además, los animales rara vez juzgan o son serviles. El gato callejero que voltea a ver a Charlie Chaplin parece notablemente indiferente. ¿Es que al animal que lame el maléfico tazón de Goering le importan algo los horrores nazis? El león marino dentro del tanque está bastante contento de darle a la nadadora un beso tronado, si eso es lo que realmente quiere.

Pero mire usted más de cerca. ¿Es demasiado fantasioso detectar un brillo de resistencia interior en los ojos y las expresiones de estos cautivos? ¿Estaremos presenciando la manifestación exterior de alguna venganza Jungiana masiva tramándose en sus genes? ¿Irán los nietos de nuestros nietos a ser testigos de la mejor película de horror de todos los tiempos, en el momento en que estas presiones arquetípicas detonen una explosión masiva de furia descontrolada, y el reino animal entero grite "Basta"? Entonces, mi amigo, la raza humana estará en el lugar de los animales, descendiendo vertiginosamente en un hoyo negro evolutivo, mientras estas especies menores nos la cobran caro por millones de años de afrenta, humillación, crueldad y desconsiderada provocación..