Los murales son la forma de arte que refleja
más claramente los cambios del entorno sociopolítico.
Desde los tiempos del Renacimiento los murales han expuesto de forma
visual la ideología de sus patrocinadores, ya fuera la Iglesia,
el gobierno, una poderosa oposición o simplemente mecenas privados.
Después de la Revolución mexicana de 1917, cuando el nuevo
gobierno deseó promulgar su versión revisada de la historia
de México, el muralismo fue revivido como un medio de representar
visualmente el punto de vista de la "revolución". Se comisionó
a los artistas para decorar los edificios públicos con imágenes
heroicas del pueblo victorioso y de su historia cultural, la civilización
de la preconquista. En su nuevo papel como herramienta del revisionismo
histórico y el reclamo cultural, los murales han acompañado
a los movimientos revolucionarios anticolonialistas y antiburgueses
de todo el mundo, aunque nunca con el tipo de apoyo masivo del gobierno
que existió en México durante los años veinte.
El muralismo fue revivido en Estados Unidos gracias al ejemplo de tres
grandes muralistas mexicanos: Diego Rivera, José Clemente Orozco
y David Alfaro Siqueiros.(1) Estos tres renombrados artistas fueron
a Estados Unidos a principios de la década de los treinta, cuando
un gobierno más conservador tomó el poder en México
y redujo el presupuesto destinado a las artes. Durante los años
de la Depresión los artistas estadunidenses, inspirados por los
mexicanos, persuadieron a Franklin Delano Roosevelt de comenzar un programa
muralista como parte del New Deal; pero, con escasas excepciones, las
obras resultaron escasamente provocativas y poco destacadas. Sin embargo,
su presencia en oficinas y edificios públicos, así como
el precedente mexicano, ayudaron a crear el ímpetu para el movimiento
muralista comunitario de los años sesenta, que acompañó
las huelgas, las marchas y las manifestaciones de los grupos antibélicos
y de los derechos civiles.
A diferencia de todos los movimientos muralistas anteriores, patrocinados
por el gobierno, los murales comunitarios de finales de los sesenta
comenzaron siendo un brazo de lucha --no consolidado y no oficial--
para reclamar espacio urbano para un grupo o un punto de vista en particular.
Desde el comienzo una gran cantidad de artistas eran profesionales,
frecuentemente jóvenes graduados de escuelas de arte de orígenes
afroamericanos y mexicoamericanos o euroamericanos activistas de la
nueva izquierda, todos empleando sus aptitudes para apoyar los movimientos
sociales. Estos artistas entrenados trabajaron junto a los residentes
y los jóvenes de los barrios para crear murales y estimular a
los artistas autodidactas a unirse al movimiento cultural.
En el caso de los murales chicanos, el acontecimiento catalizador fue
la ofensiva organizativa del sindicato de la UFW, la United Farm Workers
(Trabajadores del Campo Unidos), y el correspondiente movimiento cultural
tendente a formar una identidad políticamente definida. Mientras
que los carteles y las pancartas fueron elementos importantes del nuevo
arte militante, la utilización de la forma muralística
fue alentada por la existencia de una fuerte tradición muralística
mexicana.(2)
De la misma forma en que el movimiento chicano se desarrolló
en dos direcciones que se traslapan, una enfatizando la identidad cultural
y la otra la acción política, las imágenes de los
primeros murales se derivan de ambas fuentes. Las imágenes de
los murales culturales incluían copias de murales mayas, pirámides,
esculturas olmecas, indios (históricos, míticos, hollywoodenses),
la cabeza tripartita (lo indio, lo español y lo mestizo) y los
motivos religiosos, particularmente la Virgen de Guadalupe. Los murales
políticos tendían a enfatizar la historia de México,
a los obreros oprimidos, retratos de líderes políticos
como César Chávez y Reies López Tijerina, así
como de Emiliano Zapata y Pancho Villa, héroes de la Revolución.
También se representaban personajes solidarios de otras revoluciones,
como el Ché Guevara y Martin Luther King Jr. Los iconos de la
identidad omnipresentes en las manifestaciones chicanas eran la bandera
de la UFW y la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Estos primeros murales, llenos de imágenes políticas
y culturales, son similares en sus orígenes y en sus temáticas
a los murales republicanos del norte de Irlanda. Los pintores muralistas
chicanos, sin embargo, y aun desde el comienzo, pusieron más
énfasis en la calidad artística y en una pintura compleja.
Esto se debió a que un gran número de los artistas comprometidos
en la realización de murales contaba con entrenamiento profesional
y a la importancia y popularidad de la tradición muralística
mexicana y su amplia difusión entre aquellos que poseían
menos habilidades. Por ejemplo, la película Muros de fuego, sobre
los murales de Siqueiros, fue ampliamente exhibida durante este periodo,
por lo que muchos murales tomaron algo prestado de esta fuente. También,
a partir de principios de los setenta, hubo dinero disponible para pagar
a los muralistas (por lo menos para los materiales); los fondos provinieron
de la recabación en poblaciones rurales, pequeñas donaciones
y del uso creativo de fondos contra la pobreza y de servicio social.
Otra diferencia entre los murales republicanos irlandeses y los murales
chicanos, incluso en este periodo, fue la necesidad del movimiento chicano
de tratar los problemas internos de violencia de pandillas, drogadicción
y otros comportamientos autodestructivos atribuidos al racismo y la
pobreza y al mismo tiempo continuar la lucha contra fuerzas de opresión
externas. Los muralistas abordaron el asunto de distintas maneras. Hubo
apasionadas súplicas contra los constantes asesinatos; algunas
decían: "Matar a un compa de otro barrio es matar a la Raza",
así como murales pintados por las pandillas para honrar a sus
muertos y establecer una tregua. Al mismo tiempo, hubo obras que glorificaban
la cultura de la calle: los estilos pachuco y pachuca, los automóviles
low riders, los graffitis, el spanglish y el "mal gusto", como el uso
de combinaciones de ropa de colores muy llamativos.(3) Estas obras estaban
dirigidas a elevar la autoestima y a combatir los estereotipos racistas
glorificando precisamente aquello que era condenado por las principales
corrientes norteamericanas.
Durante este temprano lapso nacionalista, de 1970 a 1975, predominaron
los grupos monoculturales. Aunque los muralistas chicanos de una ciudad
frecuentemente ayudaron a otros en grandes proyectos, hubo poca mezcla
racial durante este periodo. En el Chicano Park de San Diego, por ejemplo,
una extensión de tierra ubicada bajo el puente de la bahía
de Coronado fue tomada en 1970 por militantes que buscaban un parque
para la gente. Parte del plan era pintar murales en los pilares de la
autopista. Durante los primeros años se pintaron varias rampas
de autopista, muros y pilastras gracias al trabajo de artistas de la
localidad y residentes del área; posteriormente participaron
artistas venidos de Sacramento. Pero hasta 1977, todos los artistas
comprometidos en el proyecto de San Diego eran latinos.(4) En Los Ángeles,
los proyectos murales se organizaron en dos proyectos de viviendas,
Ramona Gardens y Estrada Courts. Durante este periodo los proyectos
fueron localmente controlados y fundados con la asistencia de los centros
comunitarios de artes que organizaban estas actividades (como el Centro
Cultural de la Raza en San Diego, el Centro de Arte Mechicano o la galería
Goez en Los Ángeles).
Salud Global, Los Angeles, 1991. Mural hecho por East Los Streetscapers
Algunos artistas autodidactas encontraron en el mural el medio compatible
a sus habilidades y sintieron que su obra era de inmenso valor para
la comunidad local, lo cual resultó en su identificación
como muralistas. En 1976 la primera reunión nacional de estos
artistas autodidactas se llevó a cabo en Nueva York. Este sentido
de identidad, de pertenecer a un grupo mayor, se reforzó con
la publicación de una carta a la prensa y de dos libros que se
originaron dentro del movimiento.(5) Existen indicios de que esa incipiente
tendencia de identificar a los pintores de paredes como muralistas también
esté ocurriendo en Irlanda del Norte. En su libro titulado Apoyo
dibujístico; los murales en Irlanda del Norte, Bill Rolston describe
la obra de uno de esos artistas, Gerard Kelly. Mientras estaba en la
cárcel en calidad de prisionero de guerra Kelly estudió
arte, y tan pronto quedó libre comenzó a pintar murales.
Ahora es responsable de la creación de un considerable número
de murales en su vecindario. Como dice el mismo Kelly: "...a la mayoría
de la gente le gusta el arte... la gente prefiere pararse y contemplar
un mural antes que ponerse a leer el periódico. Y también
brinda a la gente del área aledaña al mural un sentido
de orgullo".(6) Tales artistas tienden a seguir pintando murales más
allá del periodo de lucha y transforman una explosión
momentánea en un movimiento de arte continuo en manos del pueblo.
Cuando el calor del movimiento chicano (y de la oposición de
la nueva izquierda en general) comenzó a menguar a mediados de
los años setenta, muchos de los artistas comprometidos en el
trabajo militante comenzaron a crear expresiones más personales
y a reintegrarse al sistema de galerías. Otros que se habían
identificado como muralistas sintieron el poder del impacto de su obra
en la comunidad en términos no tan sólo de una invitación
a la lucha, sino de satisfacer la necesidad de llevar arte relevante
a la vida cotidiana de la gente, un arte que trate de su orgullo y de
su barrio. Si los muralistas irlandeses continúan un arte comunitario
más allá de la paz, quizá este patrón se
repetirá en su país.
Cuando los muralistas abandonaron las imágenes militantes (siguiendo
el estado de ánimo general de la sociedad después de la
guerra de Vietnam) y se dedicaron a hacer representaciones del orgullo
y la unidad, finalizó la fase nacionalista del movimiento muralista
dando lugar a la fase institucional. Los murales se habían vuelto
respetables. Se consolidaron gracias a becas otorgadas por el National
Endowment for the Arts, que tenía un programa especial para fomentar
las organizaciones comunitarias de artes, gracias a fondos de la ciudad
y --de manera breve aunque masiva-- del CETA (Decreto para el Entrenamiento
Global del Empleo). Estos fondos se terminaron abruptamente con la elección
de Ronald Reagan en 1980. La CETA dio trabajo a artistas desempleados
para crear organizaciones de servicio orientadas al servicio público
de las artes en numerosas ciudades del país. Este programa general
de empleo fue el responsable de que influyeran grandemente los nuevos
artistas en el campo de los murales comunitarios. Las nuevas organizaciones
fueron multiétnicas, pero debido a que los fondos procedían
del gobierno de la ciudad, el contenido de los murales fue controlado.
Aunque con mucha frecuencia esto se debía más a la autocensura
y a demandas de la comunidad por temas no controvertidos que por la
interferencia del gobierno. Imágenes positivas de unidad, orgullo
étnico e historia fueron los temas más comunes, aunque
la protección de las ballenas y otros asuntos ecologistas llegaron
a formar un importante subgrupo.
Una de estas nuevas organizaciónes típicas que surgieron
fue SPARC (Centro de Recursos Artísticos Públicos y Sociales),
dirigido por la muralista chicana Judy Baca, que usaba fondos públicos
y donaciones privadas para financiar murales de artistas de distintos
medios raciales y étnicos. En 1976, Baca y el SPARC dieron inicio
a un proyecto masivo que reflejó el nuevo énfasis multicultural.
El gran muro de Los Ángeles está dedicado a la experiencia
de diferentes grupos étnicos en la historia de California. Cubre
más de dos kilómetros y está pintado sobre un muro
que corre a lo largo de un canal para el control de inundaciones; bajo
la dirección de Baca, se pintó a lo largo de cinco veranos
con la ayuda de grandes grupos de artistas y adolescentes étnica
y culturalmente diversos. Desde 1989 SPARC ha dirigido un programa de
murales apoyado con fondos del gobierno de la ciudad llamado "Orgullo
del Barrio", el cual ha producido de seis a diez nuevos murales cada
año en diferentes comunidades étnicas angelinas.
Aunque los murales comunitarios se habían vuelto una forma de
arte aceptada a mediados de los setenta, existía todavía
una significativa división entre las minorías, principalmente
las que representaban artistas negros y chicanos y un grupo de "artistas
públicos" orientado más hacia el mundo del arte que estaba
trabajando en estilos abstractos y fotorrealistas, mismos que fueron
incorporados dentro de la "renovación urbana" y los proyectos
de revitalización de las zonas céntricas de las ciudades.
Para mediados de los años ochenta, con el declive de la base
política activista y con la canalización de importantes
fondos públicos al arte (cuando más y más ciudades
aprobaban leyes que dictaminaban que hasta el uno por ciento de los
costos de renovación y construcción de la nueva ciudad
podían gastarse en arte), los muralistas comunitarios comenzaron
a competir por los proyectos urbanos.
Este movimiento que surgió de los barrios para ingresar a la
corriente principal correspondió a un incremento del profesionalismo
en el muralismo y al deseo de los artistas de tener la oportunidad de
crear obras mayores y permanentes. En Los Ángeles este proceso
tuvo más éxito que en otras ciudades, lo cual ayudó
a que se convirtiera en "la capital muralística del mundo". Durante
los Juegos Olímpicos de 1984, diez de los muralistas establecidos
de la comunidad --chicanos, negros y blancos-- fueron comisionados para
pintar murales en las paredes de los viaductos del centro de la ciudad,
atrayendo así la atención de los residentes de clase media
y de los visitantes de todas partes del mundo, la mayoría de
los cuales jamás se hubiera trasladado a los barrios donde se
pintaron las primeras obras maestras. Los murales se convirtieron en
uno de los atractivos turísticos de la ciudad, en una fuente
de "orgullo del barrio" y un freno al graffiti y a la violencia de las
pandillas. Y como tales continúan recibiendo fondos sustanciales
y apoyo a pesar de que la recesión de finales de los años
ochenta forzó los recortes en los fondos culturales de muchas
otras ciudades.
Fantasmas del Barrio, Los Angeles, 1974. Mural hecho por Wayne Healy,
East Los Streetscapers
Durante los veinticinco años que han transcurrido desde el auge
del movimiento chicano, la analogía del crisol de la sociedad
estadunidense ha dado lugar a una celebración "estilo barra de
ensaladas" de la diversidad multicultural. Concurrentemente, el mundo
del arte adoptó la postura de favorecer el minimalismo y el abstraccionismo
a ultranza para luego llegar al punto de exponer manifestaciones de
eclecticismo posmodernista junto con exposiciones donde el tema es el
género, la identidad y la política. La en algún
tiempo revolucionaria idea de que los residentes de una comunidad deberían
tener algo que decir respecto del arte realizado en sus barrios se ha
incorporado al proceso de selección de casi todos los programas
de arte públicos. Y finalmente, algunos artistas de la comunidad
están recibiendo una participación de las enormes comisiones
que hacen posible llevar obras mayores a públicos aún
más grandes.
La trayectoria de los murales desde el barrio a la corriente principal
se ejemplifica en la carrera de los East Los Streetcapers, un grupo
que se formó en los primeros años del movimiento muralístico.
En 1973 David Botello pintó su primer mural, Sueños de
vuelo, en Estrada Courts, y un año después Wayne Healy
(quien es medio irlandés y medio mexicano) pintó Los fantasmas
del barrio en Ramona Gardens. Los dos hicieron equipo en 1975 para formar
el grupo de los Streetcapers y continúan colaborando hasta la
fecha.(7) Juntos pintaron la obra El viaje en el tiempo del chicano
en el este de Los Ángeles, en 1977. De todos los murales mencionados
con anterioridad, éstos son considerados clásicos del
incipiente movimiento chicano y representan un legado cultural positivo
para todos los jóvenes. Botello y Healy pintaron nuevos muros
casi cada año, ambos viviendo en el barrio y en colonias mezcladas
mientras se veían obligados a trabajabar en otras actividades
para sostener a sus familias. Además de los temas chicanos, crearon
una odisea de 15 metros de largo titulada Moonscapes para la filial
de la Oficina de Vehículos Automotrices de Culver City, y el
mural de 25 metros de altura El Fuego Nuevo para el edificio de la compañía
Victor Clothing en el centro de la ciudad, inaugurado durante los Juegos
Olímpicos. En 1990 fundaron la galería Palmetto, un espacio
de trabajo y exposiciones para ellos mismos así como para jóvenes
artistas. Como muralistas experimentados y respetados de la comunidad
han ganado varias convocatorias públicas de comisiones para realizar
murales en los noventa, incluyendo aquella para la estación de
Metrorail y otra --irónicamente-- para un campo de entrenamiento
de la policía. Hay un largo trecho desde aquellos muros políticamente
motivados del comienzo o las conminaciones a la lucha de los militantes
irlandeses. ¿Hay en esto una contradicción o se trata de
una progresión?
La situación ciertamente contradice la imagen romántica
de un movimiento muralístico motivado por la política,
algo que no se había dado a lo largo de quince años. A
pesar de ello, el profesionalismo y el éxito no necesitan ser
interpretados por sí mismos como una traición al movimiento
en tanto continúe su comedimiento hacia la comunidad. Cada obra
debe ser juzgada de manera individual por la integridad de su contenido
y no sólo por la identidad del patrocinador. Después de
todo, Rivera pintó algunos de sus más grandes murales
bajo el patrocinio de dos de los más grandes capitalistas, como
lo eran Ford y Rockefeller. Por otra parte, sólo a través
de una obra más accesible y permanente que demuestre una complejidad
temática de alto nivel artístico se podría transformar
un fenómeno artístico en un movimiento de arte continuo
que tenga influencia más allá de unos cuantos años.
A pesar de la adherencia del movimiento muralista comunitario a la
corriente principal, las imágenes positivas de una historia étnica
permanecen como tema controvertido de un cambiante clima político.
El retroceso conservador ha promovido una creciente intolerancia de
puntos de vista opuestos y multiculturalismo, como quedó demostrado
en dos casos recientes. Hace poco tiempo se pusieron objeciones al diseño
propuesto por Margaret García para la estación del Metro.
El lugar elegido, ubicado cerca de los Estudios Universal, es también
el sitio histórico de Campo de Cahuenga, donde el general Pico
se rindió y entregó California a los Estados Unidos en
1847. Utilizando textos, símbolos e imágenes mayas, los
diseños de García cuentan aquella historia que tiene que
ver con los nativos americanos y los residentes mexicanos de la incipiente
California. Las objeciones provienen de gente que siente que este punto
de vista representa negativamente a los norteamericanos blancos. El
otro caso tiene que ver con una historia más reciente. A un mural
a la memoria del movimiento de las Panteras Negras y su partido, hecho
por Noni Olabisi en una vecindad negra de la parte centrosur de Los
Ángeles --el cual fue realizado con fondos del gobierno de la
ciudad a través del programa Orgullo del Barrio de la SPARC--,
le fue negado el permiso gracias a la Comisión de Asuntos Culturales
después de una larga serie de tormentosas audiencias. Este mural
finalmente pudo pintarse gracias a la aportación de fondos privados,
en lugar de públicos.
Mientras caminan la cuerda floja que media entre la banalidad y la
censura, los muralistas de Estados Unidos siguen el sendero que conduce
a mayores ambiciones de la expresion artística respecto de asuntos
que tienen que ver con la problemática que enfrentan distintas
comunidades hoy en día. En Irlanda los muralistas irlandeses
se enfrentan a una encrucijada. Podrían dejar de pintar paredes
ahora que la paz está al alcance de la mano o podrían
cambiar con los tiempos y, al igual que los muralistas comunitarios
de los Estados Unidos, podían convertirse en la voz perenne del
pueblo.
Maestrapeace (detalle), Edificio de las mujeres de San Francisco, Calle
18, San Francisco, 1994. Mural pintado por Juan Alicia, Miranda
Bergman, Edythe Boone, Susan Kelk Cervantes, Meera Desai, Yvonne
Littleton e Irene Perez. Foto de Bill Rolston
Notas:
(1) Para consultar una excelente disertación acerca de la influencia
de los muralistas mexicanos en la producción de murales en Estados
Unidos después de los años treinta ver The Influence of
Diego Rivera on the Art of the United States During the 1930's and After
de Francis V. O'Connor (Nueva York; W.W. Norton & Co., 1986), pp.
156-83, y Mexican Muralist in the United States de Lawrence P. Hurlburt
(Albuquerque, N. M. , University of New Mexico Press, 1989).
(2) Para mayor información de las raíces culturales del
movimiento muralista chicano ver Signs from the Heart: California Chicano
Murals de Eva Sperling Cockcroft y Holly Barnet-Sánchez (Albuquerque,
N. M., University of New Mexico Press, 1990).
(3) El uso altamente estilizado, desafiante, de perdedor, de zoot-suiter,
influenciado por la actitud de las pandillas que evoca la palabra "pachuco"
o "pachuca" se explora a fondo en el ensayo "Rascuachismo: A Chicano
Sensibility" de Tomás Ybarra-Frausto, incluido en CARA: Chicano
Art, Resistance and Affirmation, 1965-1985 (Los Ángeles; UCLA
Wight Art Gallery, 1990), pp. 155-162.
(4) Una segunda fase de la actividad muralística chicana en
Chicano Park que comenzó en 1977 incluyó artistas euroamericanos
y japoneses.
(5) The Mural Manual de Mark Rogovin del Taller de Arte Público
de Chicago se autopublicó en 1973 y volvió a ser publicada
por la Beacon Press en 1975. Toward A People's Art: The Contemporary
Mural Movement fue escrito por Eva Cockcroft del Grupo de Pintores del
Pueblo de Nueva Jersey, por John Weber del Grupo Muralista de Chicago
y por el sociólogo político James Cockcroft en 1977. El
Community Murals Newsletter (más tarde conocido como Community
Murals Magazine, editado por Tim Drescher) apareció regularmente
entre 1976 y 1988.
(6) Drawing Support: Murals in the North of Ireland de Bill Rolston
(Belfast; Beyond the Pale Publications, 1992), p. VII.
(7) Otros artistas, entre ellos Rudy Calderón y George Yepes,
han formado parte de los Streetcapers durante algunas temporadas.
--Traducción de Cuauhtémoc García.
Los murales son la forma de arte que refleja más
claramente los cambios del entorno sociopolítico. Desde los tiempos
del Renacimiento los murales han expuesto de forma visual la ideología
de sus patrocinadores, ya fuera la Iglesia, el gobierno, una poderosa
oposición o simplemente mecenas privados. Después de la
Revolución mexicana de 1917, cuando el nuevo gobierno deseó
promulgar su versión revisada de la historia de México,
el muralismo fue revivido como un medio de representar visualmente el
punto de vista de la "revolución". Se comisionó a los
artistas para decorar los edificios públicos con imágenes
heroicas del pueblo victorioso y de su historia cultural, la civilización
de la preconquista. En su nuevo papel como herramienta del revisionismo
histórico y el reclamo cultural, los murales han acompañado
a los movimientos revolucionarios anticolonialistas y antiburgueses
de todo el mundo, aunque nunca con el tipo de apoyo masivo del gobierno
que existió en México durante los años veinte.
El muralismo fue revivido en Estados Unidos gracias al ejemplo de tres
grandes muralistas mexicanos: Diego Rivera, José Clemente Orozco
y David Alfaro Siqueiros.(1) Estos tres renombrados artistas fueron
a Estados Unidos a principios de la década de los treinta, cuando
un gobierno más conservador tomó el poder en México
y redujo el presupuesto destinado a las artes. Durante los años
de la Depresión los artistas estadunidenses, inspirados por los
mexicanos, persuadieron a Franklin Delano Roosevelt de comenzar un programa
muralista como parte del New Deal; pero, con escasas excepciones, las
obras resultaron escasamente provocativas y poco destacadas. Sin embargo,
su presencia en oficinas y edificios públicos, así como
el precedente mexicano, ayudaron a crear el ímpetu para el movimiento
muralista comunitario de los años sesenta, que acompañó
las huelgas, las marchas y las manifestaciones de los grupos antibélicos
y de los derechos civiles.
A diferencia de todos los movimientos muralistas anteriores, patrocinados
por el gobierno, los murales comunitarios de finales de los sesenta
comenzaron siendo un brazo de lucha --no consolidado y no oficial--
para reclamar espacio urbano para un grupo o un punto de vista en particular.
Desde el comienzo una gran cantidad de artistas eran profesionales,
frecuentemente jóvenes graduados de escuelas de arte de orígenes
afroamericanos y mexicoamericanos o euroamericanos activistas de la
nueva izquierda, todos empleando sus aptitudes para apoyar los movimientos
sociales. Estos artistas entrenados trabajaron junto a los residentes
y los jóvenes de los barrios para crear murales y estimular a
los artistas autodidactas a unirse al movimiento cultural.
En el caso de los murales chicanos, el acontecimiento catalizador fue
la ofensiva organizativa del sindicato de la UFW, la United Farm Workers
(Trabajadores del Campo Unidos), y el correspondiente movimiento cultural
tendente a formar una identidad políticamente definida. Mientras
que los carteles y las pancartas fueron elementos importantes del nuevo
arte militante, la utilización de la forma muralística
fue alentada por la existencia de una fuerte tradición muralística
mexicana.(2)
De la misma forma en que el movimiento chicano se desarrolló
en dos direcciones que se traslapan, una enfatizando la identidad cultural
y la otra la acción política, las imágenes de los
primeros murales se derivan de ambas fuentes. Las imágenes de
los murales culturales incluían copias de murales mayas, pirámides,
esculturas olmecas, indios (históricos, míticos, hollywoodenses),
la cabeza tripartita (lo indio, lo español y lo mestizo) y los
motivos religiosos, particularmente la Virgen de Guadalupe. Los murales
políticos tendían a enfatizar la historia de México,
a los obreros oprimidos, retratos de líderes políticos
como César Chávez y Reies López Tijerina, así
como de Emiliano Zapata y Pancho Villa, héroes de la Revolución.
También se representaban personajes solidarios de otras revoluciones,
como el Ché Guevara y Martin Luther King Jr. Los iconos de la
identidad omnipresentes en las manifestaciones chicanas eran la bandera
de la UFW y la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Estos primeros murales, llenos de imágenes políticas
y culturales, son similares en sus orígenes y en sus temáticas
a los murales republicanos del norte de Irlanda. Los pintores muralistas
chicanos, sin embargo, y aun desde el comienzo, pusieron más
énfasis en la calidad artística y en una pintura compleja.
Esto se debió a que un gran número de los artistas comprometidos
en la realización de murales contaba con entrenamiento profesional
y a la importancia y popularidad de la tradición muralística
mexicana y su amplia difusión entre aquellos que poseían
menos habilidades. Por ejemplo, la película Muros de fuego, sobre
los murales de Siqueiros, fue ampliamente exhibida durante este periodo,
por lo que muchos murales tomaron algo prestado de esta fuente. También,
a partir de principios de los setenta, hubo dinero disponible para pagar
a los muralistas (por lo menos para los materiales); los fondos provinieron
de la recabación en poblaciones rurales, pequeñas donaciones
y del uso creativo de fondos contra la pobreza y de servicio social.
Otra diferencia entre los murales republicanos irlandeses y los murales
chicanos, incluso en este periodo, fue la necesidad del movimiento chicano
de tratar los problemas internos de violencia de pandillas, drogadicción
y otros comportamientos autodestructivos atribuidos al racismo y la
pobreza y al mismo tiempo continuar la lucha contra fuerzas de opresión
externas. Los muralistas abordaron el asunto de distintas maneras. Hubo
apasionadas súplicas contra los constantes asesinatos; algunas
decían: "Matar a un compa de otro barrio es matar a la Raza",
así como murales pintados por las pandillas para honrar a sus
muertos y establecer una tregua. Al mismo tiempo, hubo obras que glorificaban
la cultura de la calle: los estilos pachuco y pachuca, los automóviles
low riders, los graffitis, el spanglish y el "mal gusto", como el uso
de combinaciones de ropa de colores muy llamativos.(3) Estas obras estaban
dirigidas a elevar la autoestima y a combatir los estereotipos racistas
glorificando precisamente aquello que era condenado por las principales
corrientes norteamericanas.
Durante este temprano lapso nacionalista, de 1970 a 1975, predominaron
los grupos monoculturales. Aunque los muralistas chicanos de una ciudad
frecuentemente ayudaron a otros en grandes proyectos, hubo poca mezcla
racial durante este periodo. En el Chicano Park de San Diego, por ejemplo,
una extensión de tierra ubicada bajo el puente de la bahía
de Coronado fue tomada en 1970 por militantes que buscaban un parque
para la gente. Parte del plan era pintar murales en los pilares de la
autopista. Durante los primeros años se pintaron varias rampas
de autopista, muros y pilastras gracias al trabajo de artistas de la
localidad y residentes del área; posteriormente participaron
artistas venidos de Sacramento. Pero hasta 1977, todos los artistas
comprometidos en el proyecto de San Diego eran latinos.(4) En Los Ángeles,
los proyectos murales se organizaron en dos proyectos de viviendas,
Ramona Gardens y Estrada Courts. Durante este periodo los proyectos
fueron localmente controlados y fundados con la asistencia de los centros
comunitarios de artes que organizaban estas actividades (como el Centro
Cultural de la Raza en San Diego, el Centro de Arte Mechicano o la galería
Goez en Los Ángeles).
Salud Global, Los Angeles, 1991. Mural hecho por East Los Streetscapers
Algunos artistas autodidactas encontraron en el mural el medio compatible
a sus habilidades y sintieron que su obra era de inmenso valor para
la comunidad local, lo cual resultó en su identificación
como muralistas. En 1976 la primera reunión nacional de estos
artistas autodidactas se llevó a cabo en Nueva York. Este sentido
de identidad, de pertenecer a un grupo mayor, se reforzó con
la publicación de una carta a la prensa y de dos libros que se
originaron dentro del movimiento.(5) Existen indicios de que esa incipiente
tendencia de identificar a los pintores de paredes como muralistas también
esté ocurriendo en Irlanda del Norte. En su libro titulado Apoyo
dibujístico; los murales en Irlanda del Norte, Bill Rolston describe
la obra de uno de esos artistas, Gerard Kelly. Mientras estaba en la
cárcel en calidad de prisionero de guerra Kelly estudió
arte, y tan pronto quedó libre comenzó a pintar murales.
Ahora es responsable de la creación de un considerable número
de murales en su vecindario. Como dice el mismo Kelly: "...a la mayoría
de la gente le gusta el arte... la gente prefiere pararse y contemplar
un mural antes que ponerse a leer el periódico. Y también
brinda a la gente del área aledaña al mural un sentido
de orgullo".(6) Tales artistas tienden a seguir pintando murales más
allá del periodo de lucha y transforman una explosión
momentánea en un movimiento de arte continuo en manos del pueblo.
Cuando el calor del movimiento chicano (y de la oposición de
la nueva izquierda en general) comenzó a menguar a mediados de
los años setenta, muchos de los artistas comprometidos en el
trabajo militante comenzaron a crear expresiones más personales
y a reintegrarse al sistema de galerías. Otros que se habían
identificado como muralistas sintieron el poder del impacto de su obra
en la comunidad en términos no tan sólo de una invitación
a la lucha, sino de satisfacer la necesidad de llevar arte relevante
a la vida cotidiana de la gente, un arte que trate de su orgullo y de
su barrio. Si los muralistas irlandeses continúan un arte comunitario
más allá de la paz, quizá este patrón se
repetirá en su país.
Cuando los muralistas abandonaron las imágenes militantes (siguiendo
el estado de ánimo general de la sociedad después de la
guerra de Vietnam) y se dedicaron a hacer representaciones del orgullo
y la unidad, finalizó la fase nacionalista del movimiento muralista
dando lugar a la fase institucional. Los murales se habían vuelto
respetables. Se consolidaron gracias a becas otorgadas por el National
Endowment for the Arts, que tenía un programa especial para fomentar
las organizaciones comunitarias de artes, gracias a fondos de la ciudad
y --de manera breve aunque masiva-- del CETA (Decreto para el Entrenamiento
Global del Empleo). Estos fondos se terminaron abruptamente con la elección
de Ronald Reagan en 1980. La CETA dio trabajo a artistas desempleados
para crear organizaciones de servicio orientadas al servicio público
de las artes en numerosas ciudades del país. Este programa general
de empleo fue el responsable de que influyeran grandemente los nuevos
artistas en el campo de los murales comunitarios. Las nuevas organizaciones
fueron multiétnicas, pero debido a que los fondos procedían
del gobierno de la ciudad, el contenido de los murales fue controlado.
Aunque con mucha frecuencia esto se debía más a la autocensura
y a demandas de la comunidad por temas no controvertidos que por la
interferencia del gobierno. Imágenes positivas de unidad, orgullo
étnico e historia fueron los temas más comunes, aunque
la protección de las ballenas y otros asuntos ecologistas llegaron
a formar un importante subgrupo.
Una de estas nuevas organizaciónes típicas que surgieron
fue SPARC (Centro de Recursos Artísticos Públicos y Sociales),
dirigido por la muralista chicana Judy Baca, que usaba fondos públicos
y donaciones privadas para financiar murales de artistas de distintos
medios raciales y étnicos. En 1976, Baca y el SPARC dieron inicio
a un proyecto masivo que reflejó el nuevo énfasis multicultural.
El gran muro de Los Ángeles está dedicado a la experiencia
de diferentes grupos étnicos en la historia de California. Cubre
más de dos kilómetros y está pintado sobre un muro
que corre a lo largo de un canal para el control de inundaciones; bajo
la dirección de Baca, se pintó a lo largo de cinco veranos
con la ayuda de grandes grupos de artistas y adolescentes étnica
y culturalmente diversos. Desde 1989 SPARC ha dirigido un programa de
murales apoyado con fondos del gobierno de la ciudad llamado "Orgullo
del Barrio", el cual ha producido de seis a diez nuevos murales cada
año en diferentes comunidades étnicas angelinas.
Aunque los murales comunitarios se habían vuelto una forma de
arte aceptada a mediados de los setenta, existía todavía
una significativa división entre las minorías, principalmente
las que representaban artistas negros y chicanos y un grupo de "artistas
públicos" orientado más hacia el mundo del arte que estaba
trabajando en estilos abstractos y fotorrealistas, mismos que fueron
incorporados dentro de la "renovación urbana" y los proyectos
de revitalización de las zonas céntricas de las ciudades.
Para mediados de los años ochenta, con el declive de la base
política activista y con la canalización de importantes
fondos públicos al arte (cuando más y más ciudades
aprobaban leyes que dictaminaban que hasta el uno por ciento de los
costos de renovación y construcción de la nueva ciudad
podían gastarse en arte), los muralistas comunitarios comenzaron
a competir por los proyectos urbanos.
Este movimiento que surgió de los barrios para ingresar a la
corriente principal correspondió a un incremento del profesionalismo
en el muralismo y al deseo de los artistas de tener la oportunidad de
crear obras mayores y permanentes. En Los Ángeles este proceso
tuvo más éxito que en otras ciudades, lo cual ayudó
a que se convirtiera en "la capital muralística del mundo". Durante
los Juegos Olímpicos de 1984, diez de los muralistas establecidos
de la comunidad --chicanos, negros y blancos-- fueron comisionados para
pintar murales en las paredes de los viaductos del centro de la ciudad,
atrayendo así la atención de los residentes de clase media
y de los visitantes de todas partes del mundo, la mayoría de
los cuales jamás se hubiera trasladado a los barrios donde se
pintaron las primeras obras maestras. Los murales se convirtieron en
uno de los atractivos turísticos de la ciudad, en una fuente
de "orgullo del barrio" y un freno al graffiti y a la violencia de las
pandillas. Y como tales continúan recibiendo fondos sustanciales
y apoyo a pesar de que la recesión de finales de los años
ochenta forzó los recortes en los fondos culturales de muchas
otras ciudades.
Fantasmas del Barrio, Los Angeles, 1974. Mural hecho por Wayne Healy,
East Los Streetscapers
Durante los veinticinco años que han transcurrido desde el auge
del movimiento chicano, la analogía del crisol de la sociedad
estadunidense ha dado lugar a una celebración "estilo barra de
ensaladas" de la diversidad multicultural. Concurrentemente, el mundo
del arte adoptó la postura de favorecer el minimalismo y el abstraccionismo
a ultranza para luego llegar al punto de exponer manifestaciones de
eclecticismo posmodernista junto con exposiciones donde el tema es el
género, la identidad y la política. La en algún
tiempo revolucionaria idea de que los residentes de una comunidad deberían
tener algo que decir respecto del arte realizado en sus barrios se ha
incorporado al proceso de selección de casi todos los programas
de arte públicos. Y finalmente, algunos artistas de la comunidad
están recibiendo una participación de las enormes comisiones
que hacen posible llevar obras mayores a públicos aún
más grandes.
La trayectoria de los murales desde el barrio a la corriente principal
se ejemplifica en la carrera de los East Los Streetcapers, un grupo
que se formó en los primeros años del movimiento muralístico.
En 1973 David Botello pintó su primer mural, Sueños de
vuelo, en Estrada Courts, y un año después Wayne Healy
(quien es medio irlandés y medio mexicano) pintó Los fantasmas
del barrio en Ramona Gardens. Los dos hicieron equipo en 1975 para formar
el grupo de los Streetcapers y continúan colaborando hasta la
fecha.(7) Juntos pintaron la obra El viaje en el tiempo del chicano
en el este de Los Ángeles, en 1977. De todos los murales mencionados
con anterioridad, éstos son considerados clásicos del
incipiente movimiento chicano y representan un legado cultural positivo
para todos los jóvenes. Botello y Healy pintaron nuevos muros
casi cada año, ambos viviendo en el barrio y en colonias mezcladas
mientras se veían obligados a trabajabar en otras actividades
para sostener a sus familias. Además de los temas chicanos, crearon
una odisea de 15 metros de largo titulada Moonscapes para la filial
de la Oficina de Vehículos Automotrices de Culver City, y el
mural de 25 metros de altura El Fuego Nuevo para el edificio de la compañía
Victor Clothing en el centro de la ciudad, inaugurado durante los Juegos
Olímpicos. En 1990 fundaron la galería Palmetto, un espacio
de trabajo y exposiciones para ellos mismos así como para jóvenes
artistas. Como muralistas experimentados y respetados de la comunidad
han ganado varias convocatorias públicas de comisiones para realizar
murales en los noventa, incluyendo aquella para la estación de
Metrorail y otra --irónicamente-- para un campo de entrenamiento
de la policía. Hay un largo trecho desde aquellos muros políticamente
motivados del comienzo o las conminaciones a la lucha de los militantes
irlandeses. ¿Hay en esto una contradicción o se trata de
una progresión?
La situación ciertamente contradice la imagen romántica
de un movimiento muralístico motivado por la política,
algo que no se había dado a lo largo de quince años. A
pesar de ello, el profesionalismo y el éxito no necesitan ser
interpretados por sí mismos como una traición al movimiento
en tanto continúe su comedimiento hacia la comunidad. Cada obra
debe ser juzgada de manera individual por la integridad de su contenido
y no sólo por la identidad del patrocinador. Después de
todo, Rivera pintó algunos de sus más grandes murales
bajo el patrocinio de dos de los más grandes capitalistas, como
lo eran Ford y Rockefeller. Por otra parte, sólo a través
de una obra más accesible y permanente que demuestre una complejidad
temática de alto nivel artístico se podría transformar
un fenómeno artístico en un movimiento de arte continuo
que tenga influencia más allá de unos cuantos años.
A pesar de la adherencia del movimiento muralista comunitario a la
corriente principal, las imágenes positivas de una historia étnica
permanecen como tema controvertido de un cambiante clima político.
El retroceso conservador ha promovido una creciente intolerancia de
puntos de vista opuestos y multiculturalismo, como quedó demostrado
en dos casos recientes. Hace poco tiempo se pusieron objeciones al diseño
propuesto por Margaret García para la estación del Metro.
El lugar elegido, ubicado cerca de los Estudios Universal, es también
el sitio histórico de Campo de Cahuenga, donde el general Pico
se rindió y entregó California a los Estados Unidos en
1847. Utilizando textos, símbolos e imágenes mayas, los
diseños de García cuentan aquella historia que tiene que
ver con los nativos americanos y los residentes mexicanos de la incipiente
California. Las objeciones provienen de gente que siente que este punto
de vista representa negativamente a los norteamericanos blancos. El
otro caso tiene que ver con una historia más reciente. A un mural
a la memoria del movimiento de las Panteras Negras y su partido, hecho
por Noni Olabisi en una vecindad negra de la parte centrosur de Los
Ángeles --el cual fue realizado con fondos del gobierno de la
ciudad a través del programa Orgullo del Barrio de la SPARC--,
le fue negado el permiso gracias a la Comisión de Asuntos Culturales
después de una larga serie de tormentosas audiencias. Este mural
finalmente pudo pintarse gracias a la aportación de fondos privados,
en lugar de públicos.
Mientras caminan la cuerda floja que media entre la banalidad y la
censura, los muralistas de Estados Unidos siguen el sendero que conduce
a mayores ambiciones de la expresion artística respecto de asuntos
que tienen que ver con la problemática que enfrentan distintas
comunidades hoy en día. En Irlanda los muralistas irlandeses
se enfrentan a una encrucijada. Podrían dejar de pintar paredes
ahora que la paz está al alcance de la mano o podrían
cambiar con los tiempos y, al igual que los muralistas comunitarios
de los Estados Unidos, podían convertirse en la voz perenne del
pueblo.
Maestrapeace (detalle), Edificio de las mujeres de San Francisco, Calle
18, San Francisco, 1994. Mural pintado por Juan Alicia, Miranda
Bergman, Edythe Boone, Susan Kelk Cervantes, Meera Desai, Yvonne
Littleton e Irene Perez. Foto de Bill Rolston
Notas:
(1) Para consultar una excelente disertación acerca de la influencia
de los muralistas mexicanos en la producción de murales en Estados
Unidos después de los años treinta ver The Influence of
Diego Rivera on the Art of the United States During the 1930's and After
de Francis V. O'Connor (Nueva York; W.W. Norton & Co., 1986), pp.
156-83, y Mexican Muralist in the United States de Lawrence P. Hurlburt
(Albuquerque, N. M. , University of New Mexico Press, 1989).
(2) Para mayor información de las raíces culturales del
movimiento muralista chicano ver Signs from the Heart: California Chicano
Murals de Eva Sperling Cockcroft y Holly Barnet-Sánchez (Albuquerque,
N. M., University of New Mexico Press, 1990).
(3) El uso altamente estilizado, desafiante, de perdedor, de zoot-suiter,
influenciado por la actitud de las pandillas que evoca la palabra "pachuco"
o "pachuca" se explora a fondo en el ensayo "Rascuachismo: A Chicano
Sensibility" de Tomás Ybarra-Frausto, incluido en CARA: Chicano
Art, Resistance and Affirmation, 1965-1985 (Los Ángeles; UCLA
Wight Art Gallery, 1990), pp. 155-162.
(4) Una segunda fase de la actividad muralística chicana en
Chicano Park que comenzó en 1977 incluyó artistas euroamericanos
y japoneses.
(5) The Mural Manual de Mark Rogovin del Taller de Arte Público
de Chicago se autopublicó en 1973 y volvió a ser publicada
por la Beacon Press en 1975. Toward A People's Art: The Contemporary
Mural Movement fue escrito por Eva Cockcroft del Grupo de Pintores del
Pueblo de Nueva Jersey, por John Weber del Grupo Muralista de Chicago
y por el sociólogo político James Cockcroft en 1977. El
Community Murals Newsletter (más tarde conocido como Community
Murals Magazine, editado por Tim Drescher) apareció regularmente
entre 1976 y 1988.
(6) Drawing Support: Murals in the North of Ireland de Bill Rolston
(Belfast; Beyond the Pale Publications, 1992), p. VII.
(7) Otros artistas, entre ellos Rudy Calderón y George Yepes,
han formado parte de los Streetcapers durante algunas temporadas.
--Traducción de Cuauhtémoc García.
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