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Opino que una efecto secundario valioso de la imagen digital ha sido el debate de la prensa popular acerca de la capacidad de Photoshop y otros programas similares de elevar la probabilidad de mirar fotografías falsificadas. La mayor parte de este debate se da ignorando el sustancioso diálogo iniciado en los 70 por Alan Sekula y otros, respecto al ilusorio poder documental de la fotografía. La fotografía es inherentemente manipulada y construida, las nuevas maneras de manipulación, más rápidas y sencillas no cambian este hecho fundamental. Lo que cambian son las inflexiones, acentos y dialectos de la fotografía para aquellos que la ven como un lenguaje cultural. Pero preocuparse por esto pudiera ser como preocuparse del lenguaje al ser manipulado en un poema. Y parece un precio pequeño por la posibilidad de que el público en general note la diferencia entre ver y ver una fotografía, o mas aún entre ver y conocer.

Algunos artistas usan las nuevas herramientas digitales para continuar explorando las nociones de “proceso artístico” que vienen desde Joseph Beuys. Esto se deriva de la seductoramente abierta y accesible naturaleza de la manipulación digital y de sus a menudo interesantes errores fortuitos. Sin embargo, tal como señaló Beuys, si las ideas de un artista dependen de un proceso, quizá no sean tan interesantes como las maneras en que un determinado proceso puede funcionar de manera metafórica para apoyar las ideas en el arte. Es obvi que esto no comenzó con Beuys. El poeta inglés del siglo XVII William Blake veía su talento para el aguafuerte como una analogía para su necesidad poética para disolver la sabiduría recibida sin cuestionarla; “Primero, la noción de que el hombre posee un cuerpo que se diferencia de su alma debe ser suprimida. Yo haré esto imprimiendo con el infernal método de los corrosivos, derritiendo las aparentes superficies para mostrar el infinito que estaba oculto” (The Marriage of Heaven and Hell -La Boda entre el Cielo y el Infierno- placa 14) En otras palabras, sus herramientas extendieron sus ideas.

En un reciente proyecto, la artista Carolyn Krieg de Seattle, EEUU creo archivos digitales escaneando instantáneas familiares, algunas de las cuales tomó desde su niñez. Después manipuló la versión digital de Photoshop para eliminar algunos detalles y agregar otros y colocar el resultado en una Polaroid a color. Después removió la última capa de la Polaroid y la utilizó como un negativo par otra impresiones a color que también alteró durante la impresión. Las “degeneraciones” causadas por un proceso que involucró diversas tecnologías reproducen la selección, recombinación y colocación en capas semitransparentes de los recuerdos que nuestra propia memoria realiza.

Paul Berger, un pionero digital, inicialmente usó su computadora para catalogar una colección de imágenes de la televisión que había capturado en cinta de video ya que no podía encontrar para elaborar sus collages, Asignó los segmentos a las marcas de tiempo en una primitiva video casetera VHS y los catalogó con una descripción rudimentaria. Esto el permitió hacer negativos de foto fija directamente de un monitor, a veces realizando combinaciones de texto e imagen mediante doble exposición. Toda su materia prima provenía de transmisiones televisivas. Después pudo escanear crudamente su selección de imágenes y hacer un collage digital con ellas y algunos textos. Cada nuevo proceso añadió sus propias peculiaridades y posibilidades metafóricas, pero ninguno cambió su metódico plan para tomar als fotos que precisaba. Solamente aceleraron las cosas y, como en el proyecto de Krieg, se dieron algunos interesantes efectos secundarios.

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William Blake, Visiones de las Hijas de Albion, portada, 1793
Paul Berger, Cámara Texto o Foto #2, 1980

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Paul Berger, Seattle Subtexto - Cinema, 1981

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Paul Berger, Tarjeta Triángulo #3, 1989

 

La investigación del collage como instrumento poético iniciada por los dadaístas, constructivistas, futuristas y surrealistas, ha sido retomada ampliamente por artistas que utilizan herramientas digitales como Kurt Schwitters, Hannah Höch, Raoul Hausmann, Lazlo Molohy Nagy, Dora Maar, Alexander Rodchenko y muchos otros, quienes han combinado sus fotografías y dibujos con fragmentos de anuncios publicitarios y otros textos. Inicialmente lo hicieron para remitirnos tanto a la perturbadora fragmentación de la vida urbana industrializada como a la tendencia de la cultura popular a bombardear con imágenes y textos, tensando la percepción hasta el punto de rompimiento (o desvanecimiento). Pero al estar haciendo esto, encontraron grandes espacios abiertos para las oportunidades poéticas del collage que iban mucho más allá de estos sermones. Hace algunos años tuve la gran fortuna de ver grandes colecciones de estas obras en la muestra Künstler mit der Kamera: Photographie als Experiment y en las importantes colecciones de obras de John Heartfield y Josep Reneauen el museo IVAM de Valencia. Repetidamente me maravillé al percatarme de que las posibilidades del collage en la primera década del siglo están lejos de agotarse. Las herramientas digitales han potenciado esta exploración al añadir audio e imágenes en movimiento, y en las versiones en CD ROM e Internet, la capacidad del usuario para participar en los procesos de selección y recombinación. El creciente interés en el collage como metáfora del proceso social y de la estructura de la curiosidad –y no solo por la facilidad de su elaboración- me parece ser el efecto más interesante de las tecnologías digitales en nuestra capacidad para ayudar al visitante del museo a gozar de las ideas artísticas.

La presencia de las nuevas tecnologías en el museo -especialmente aquellas que rompen el fúnebre silencio de las galerías puesto que hablan y exigen a los visitantes responder- con suerte debilitarán las convenciones de la apreciación artística basadas en una fascinación torpe. Por demasiado tiempo se ha puesto una refinada distancia entre el espectador y la excitación y complejidades del pensamiento crítico que conlleva la experiencia artística. Nos encontramos en una transición que molestará a algunos defensores del status quo y que no se lleva a cabo con rapidez suficiente para otros, quienes exigen mayor acceso y comienzan a encontrarlo fuera de los museos y galerías. Las cualidades de las nuevas tecnologías como la incorporeidad dominante, la respuesta interactiva, la manipulación por parte de usuarios múltiples y la necesidad de usar la propia mente, esperemos se conviertan en metáforas conductoras para nuevos tipos de arte y apreciación del mismo.

En la introducción a la versión impresa de Verdades y Ficciones de Pedro Meyer publicada por Casa de la Imágenes en 1994, Joan Fontcuberta discute en profundidad cómo las imágenes manipuladas en la computadora constituyen un nuevo tipo de documental. Concluye afirmando que: “Hoy más que nunca los artistas deben reestablecer su papel de demiurgo y sembrar dudas, destruir certezas y aniquilar convicciones para que del otro lado de la confusión un nuevo sentido y sensibilidad puedan ser creados”. Esto se aproxima bastante y de manera muy adecuada a las ideas del manifiesto dadaísta de Hannah Hoch y Raoul Hausmann. Fontcuberta es un buen ejemplo del tipo de artista que ha hecho la transición de lo analógico a lo digital sin cambiar de rumbo. Su trabajo analógico anterior comprendía la manipulación física de objetos frente a la cámara. En sus más recientes “milagros” hubo manipulación digital.

Opino que los mejores artistas que actualmente trabajan en la fotografía utilizan su poder retórico para sus propios fines conceptuales, al mismo tiempo que cuestionan la fuente, la naturaleza y la existencia misma de ese poder. La imagen fotográfica, con la ayuda de la tecnología digital, ha escapado de todo lo que pudiera considerarse como ”auténtico”. Se ha convertido en un viajero vagando libremente por un laberinto de argumentos sintéticos dependientes de sus muchos usos.

Sin embargo, en este contexto quizá sea apropiado dar la última palabra a Glenn Gould en un comentario de 1974 en Piano Quarterly: “Cuando comenzó mi romance con el micrófono me percaté de que toda el saber de mis iguales y mis mayores en el sentido de que la tecnología representaba una invasión peligrosa y deshumanizante del arte era un absurdo”. Su predilección por la grabaciones recombinadas y empalmadas cambió el sentido de la noción de autenticidad y atravesó el velo del ”aura” del arte. También se incrementó exponencialmente el número de personas con acceso a la idea de interpretación y al hecho de que no existe una sola manera de interpretar a Bach.

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Paul Berger, Deformación y Trama- Tierra, 2003
Edward S. Curtis, Cañón Palm, 1924

 

Rod Slemmons,
Director del Muso de Fotografía Contemporánea
del Columbia College Chicago

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