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Moments
by the River
A
photo-essay by Tan Wee Boon
Languidly,
the tugboat crawls through the water, leaving a trail of surf
in its wake. The water reflected the slanting golden rays of the
sun, shining, shimmering, and flickering, like millions of tiny
candlelight.
The tugboat is painted in bright shades of green, yellow and red.
The bow is painted to resemble a fish, or is it a dragon, with
two eyes to instill a sense of life to the boat. But
at this moment, it looks like an ageing bull, ploughing the field
in agony.
Apparently,
the tourists on board the boat did not seem to mind the speed
as they took in the sights and sounds of the river, snapping away
at anything that lends a photo opportunity with their digital
cameras.
Apart
from the honking and rumbling of traffic on the outskirts of Boat
Quay, these river taxis, as the tugboats are called,
are about the only form of traffic on the river, traversing back
and forth across the river in pairs.
Today, however, their territory is invaded by a dozen
canoeists, trying to inch their way along the congested river,
taking care to avoid crashing into the taxis.
A
river taxi ride costs twelve dollars, a daunting price
for any local but not enough to put off any visiting tourist.
Life
seems to come to a standstill on Boat Quay in the day. And this
is weird because Boat Quay is at the heart of the commercial district
in Singapore, like a cove along the coast.
A gigantic statue of a bird greets you as you step into Boat Quay.
A tribute perhaps, to the pigeons that flock here in numbers,
like Filipinos to theBotanic Gardens. And they actually out-number
the people along Boat Quay.
Pockets
of people scattered along the steps on the banks of the Singapore
River. Some have gathered in groups of three to chat and enjoy
the beautiful scenery before them. Some like to read. A handful
of couples engaged in sweet murmurings. A few came to fish, I
was told by one Mr Lau, for crabs. And most others, like me, came
here just to sit and stare.
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Momentos
a la orilla del río
Foto-ensayo de Tan Wee Boon
Lánguidamente,
el barco remolcador se desliza por el agua, dejando un rastro
de olas como estela. El agua refleja los rayos dorados del sol,
brillando, trémulos y vacilantes, como si fueran la luz
de millones de velas diminutas.
La
embarcación está pintada con matices de verde, amarillo
y rojo. La proa está decorada imitando un pez, o será
un dragón, con dos ojos que infunden algo de
vida a la barca. Sin embargo, en este momento, parece un toro
viejo, arando el campo de la agonía.
Aparentemente,
a los turistas a bordo de la nave parece no importarles la velocidad
conforme disfrutan de la vista y los sonidos del río, disparándole
con sus cámaras digitales a todo lo que ofrezca una oportunidad
de hacer una foto.
Además
de los bocinazos y el ruido sordo del tráfico en las afueras
del embarcadero (Boat Quay), estos taxis de río,
como se conoce a los barcos remolcadores, son casi la única
forma de tráfico en el río, recorriendo el río
arriba y abajo en pares.
Sin
embargo, hoy, su territorio está invadido por
una docena de canoeros, tratando de avanzar poco a poco en el
congestionado río, buscando no chocar contra los taxis.
Un
viaje en un taxi del río cuesta doce dólares,
un precio prohibitivo para cualquier nativo, pero no lo bastante
caro como para intimidar a un turista.
La
vida parece tener un descanso en Boat Quay durante el día.
Esto es extraño porque Boat Quay está en el corazón
del barrio comercial de Singapur, como una ensenada a lo largo
de la costa.
La
estatua gigante de un pájaro da la bienvenida mientras
uno entra a Boat Quay. Quizá es un tributo a las palomas
que llegan aquí en grandes cantidades, como filipinos a
los jardines botánicos. Las aves sobrepasan el número
de personas en Boat Quay.
Hay
grupos de personas esparcidos a lo largo de los estribos de las
orillas del río Singapur. Algunos se reúnen en grupos
de tres para platicar y disfrutar del hermoso escenario que tienen
ante ellos. Algunos prefieren leer. Pocos vienen a pescar, uno
de ellos, el Sr. Lau, viene por cangrejos. Y casi todos los demás,
como yo, venimos sólo a sentarnos y observar.
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