remembering
father
Pedro MeyerMa. Angela CifuentesDiego CifuentesHugo Cifuentes



La memoria

María Angela Cifuentes

Danza de la bocina. Hugo Cifuentes

Tengo ahora una mezcla de sentimientos mientras escribo sobre papá. Varias veces me he preguntado cómo empezar este relato para describirlo a través de los recuerdos de vivencias en la intimidad y de sus búsquedas a través del arte.

Flotan dentro de mí sensaciones que tuve mientras crecí junto a él y también al pensarlo ahora. Me miro a través de los recuerdos de momentos donde el amor y la admiración, así como el miedo y la ira se entrecruzaron al sentir y vivir su fuerza y su complejidad.

Papá tuvo un espíritu sumamente crítico dentro del medio y en el tiempo en que vivió; con rectitud y honestidad en el trabajo, en la creación y también en la vida para mantenerse leal a sus principios éticos; de un juicio duro, que bien despertó provocación como también miedo u odio contra la falta de voluntad del medio para generar cambios y vencer el conformismo de seguir en los límites regionales.

También está en mi memoria el padre hermético y distante para entregar sus afectos, de un juicio severo sobre nuestra vida, quien quiso generar en sus hijos un espíritu crítico, aunque muchas veces su propia palabra caló profundo sobre nuestra sensibilidad.

Soy la última de sus hijos; viví una etapa importante de su vida artística, sobre todo en la fotografía; en otros momentos claves aun era muy niña, sobre todo cuando fue pintor y tuvo un papel protagónico en movimientos contestatarios dentro de las artes plásticas del país.

Puedo hablar de papá a través de mis recuerdos, de sus búsquedas en la fotografía, muchas de las cuales también las he ido entendiendo en el tiempo, mientras he querido saber sobre su pasión por la creación artística.

Sin ética no hay estética, pensaba papá, por eso su entrega al arte tenía un fundamento ético para buscar siempre nuevas formas y contenidos dentro de la pintura, el dibujo, el collage y la fotografía. Un discurso nacionalista heredado en el país de un arte social e indigenista de los años treinta reivindicaba lo “propio” como una causa perdida.

La representación de la figura humana en las artes plásticas mostraba al hombre del país como un ser abatido y vencido, envuelto en un sentimiento de llanto y de dolor. Papá concebía a la realidad como algo viviente y a la vez cambiante, y la creación está por ello en constante cambio.

La riqueza cultural del país está en su memoria histórica que el artista debe concebirla para extraer los elementos con los cuales crear significados propios. A través del estudio de la simbología ancestral, papá trabajó con la pintura y el collage dentro de una formulación conceptual.

Luego, con la fotografía documental, su intención fue mostrar la realidad cultural del país rica en su diversidad de tradiciones y vivencias que se expresan en cada una de las manifestaciones del hombre. Por eso, lo bello de su trabajo fotográfico reside en la forma cómo papá se introdujo en la interioridad del país para captar el contenido de las vivencias y de las emociones en ritos y en la cotidianidad

El hombre común es protagonista de su tiempo, cargado de memoria histórica y expresividad en cada uno de sus actos, desde el espacio interior, donde el hombre vive y trabaja, como en El peluquero de "La Esperanza" (1983) o en Petra y la Claraboya (1984), hasta en la fiesta y en la religiosidad.

Precisamente, la fiesta y la religiosidad son claves en la vida de pueblos y comunidades del país, sobre todo en la serranía, donde papá realizó buena parte de sus fotografías. La fiesta mantiene la tradición de la vida comunitaria en las culturas andinas, en las que la danza y la música son elementos para la participación colectiva. Buena parte de las fiestas están relacionadas al calendario católico para el festejo de un santo patrono, así también el fervor religioso en la Semana Santa a través de las procesiones.

Papá conocía del gran significado que tienen la fiesta y la religión en la cultura popular. Sus fotografías muestran, por ello, momentos de esplendor y de sentimiento en el festejo y en la devoción, como en Danza de la bocina (1978), o en Procesión (1980).

Veo a músicos en sus imágenes y tengo rápidamente una relación muy personal en la vida con papá. Parte de su vida se dedicó también a la composición musical, por lo que músicos y danzantes fueron recurrentemente personajes de sus fotografías y dibujos.

Papá consideraba lo creativo de la imagen en lo que ella suscita para ver más allá de lo visible; cómo el absurdo o lo banal del instante cotidiano puede transformarse en algo insólito, inaudito. Lo maravilloso de varias de sus composiciones es también la dosis de humor e incluso de picardía que depositó en ellas, valiéndose de un título sugerente que invita al observador a mirar el orden de las cosas de una manera diferente. Siempre he guardado por ello una gran fascinación por Pudor (1984).

Papá trabajó en la fotografía gran parte de su vida, primero con el retrato en el estudio fotográfico que abrió muy joven en Quito, y con el trabajo documental, en lo que se concentró sobre todo hacia mediados de los años setenta y en los ochenta luego de haber dejado la pintura. Recuerdo, sin embargo, que fue en los años ochenta cuando tomó un fuerte vigor en lo documental.

Fue precisamente el tiempo cuando compartió con fotógrafos de otros países latinoamericanos las perspectivas y los alcances de la fotografía creativa en América Latina. Intercambió experiencias e ideales con otros colegas, entre ellos Pedro Meyer, Graciela Iturbide, Mario García Joya (Mayito), María Eugenia Haya Jiménez (Marucha). Compartió también con fotógrafos ecuatorianos el deseo de impulsar una nueva concepción y tratamiento de la fotografía dentro del país.

Esto, en verdad, tuvo gran importancia debido a momentos claves que antecedían en su vida artística. Por un buen tiempo, papá se mantuvo separado de cenáculos con artistas e intelectuales en Quito, luego de una fase sumamente activa en la que él protagonizó varios hechos en la historia de la plástica del país, en sus tiempos como pintor.

Papá promovió la conformación del Grupo VAN (Vanguardia de Artistas Nacionales) y la elaboración del Manifesto como movimiento de vanguardia, durante el año 68, así como la Antibienal de Pintura como una acción contra la Bienal de Pintura, precisamente a contracorriente de formas establecidas en las que había caído la plástica del país. Luego de la disolución del Grupo VAN, fue un tiempo de separación absoluta para él al decidirse trabajar solo.

En su crítica, papá era absolutamente radical. Así como podía entregarse hacia cambios de criterios dentro del arte, podía asimismo retirarse y mantenerse completamente reticente a la prensa y a la crítica. Muchas veces le vi negarse de una manera tajante a dar entrevistas u opiniones públicas. Su retiro mismo fue una forma de crítica contra la mediocridad de instituciones culturales del país, que estancaban cualquier deseo de transformación de los criterios estéticos vigentes; así también contra la falta de convicción de colegas artistas e intelectuales para generar cambios concretos.

Al emitir sus criterios sobre la labor de artistas papá fue concluyente; bien reconocía la profundidad del trabajo de ciertos artistas, o no escatimaba en separarse de quien él veía haber caído en el dogmatismo, o simplemente dejaba que su indiferencia diga más que las palabras.

El peluquero de "La Esperanza".
Hugo Cifuentes

 

Petra y la claraboya.
Hugo Cifuentes

 

Procesión.
Hugo Cifuentes

 

Pudor.
Hugo Cifuentes

Compartir deseos y expectativas con otros fotógrafos a inicios de los ochenta fue para él la posibilidad para emprender cambios en la fotografía del país. Junto con otros colegas ecuatorianos, papá conformó en el año 82 la Sección Académica de Fotografía de la Casa de la Cultura en Quito. El fin era, precisamente, fomentar el trabajo creativo en el país, y abrir las posibilidades de diálogo e intercambio con fotógrafos extranjeros.

En ese año, papá llevó a cabo con mi hermano Francisco el ensayo Huañurca con el que obtuvieron un año después el premio Casa de las Américas en Cuba. Huañurca (palabra quichua que en español significa Ha muerto), encierra de una manera poética el tema de la muerte al seguir paso a paso el entierro de un pequeño niño indígena de la comunidad de Otavalo. La fotografía de papá que lleva el nombre del ensayo, recoge de una manera delicada el sentimiento al dar el último adiós a la pequeña criatura.

Este premio y la publicación de su libro Sendas del Ecuador en México por el Fondo de Cultura Económica, en 1988, cierran un contenido importante en la trayectoria del trabajo de papá con la fotografía documental. Con este libro su obra documental fue expuesta por primera vez de una manera amplia y detallada. El libro viene a ser también una antología de su trabajo, pues, pocos años más tarde de su edición papá decidió retirarse por completo de la fotografía.

Siempre he pensado que su vida artística tuvo un movimiento cíclico; papá dejó la fotografía para regresar a la pintura y al dibujo, las que dejó en algún momento para dedicarse a la fotografía documental. Creo, sin embargo, que papá logró con la fotografía el deseo que llevó siempre consigo: dar cambios concretos en el arte del país. Con su obra y con su impulso, papá generó definitivamente un nuevo tiempo en la fotografía ecuatoriana, convirtiéndola en una disciplina creativa.

Las emociones pueden más que la cabeza cuando recuerdo mi vida con papá en la intimidad. Tantas veces me enredo en los recuerdos que me hacen sentir el deseo de afecto y cercanía y me ofusco al querer describirlos. Los últimos años junto a él fueron para mí de una confusión de sentimientos. De verlo viejo y cansado cuando dejó la fotografía y regresó a casa; de verlo aislado en su habitación que siempre fue su pequeño cosmos; de recordarlo allí mismo dibujar y pintar hasta cuando el pulso de su mano iba perdiéndose, y de sentir luego que la enfermedad fue tomando curso sobre su cuerpo y su mente.

Su personalidad arrasante me intimidó por mucho tiempo en mi vida; bastaba una mirada o una palabra suya para oprimirme en el error o en el absurdo de cualquier comentario. Nunca pude traspasar aquella coraza que lo envolvía, que lo hacía hermético y distante. Cuántas veces me hubiese gustado hablarle de mis desgracias o de mis logros, de poder sentir su presencia para compartir cualquier dolor que me afligía, libre de expresarlo sin el temor sobre mi propia equivocación; de sentirle cerca también en la enfermedad, en cualquier quiebre de profunda necesidad afectiva. Su voz se hizo viva en la crítica para reclamarnos un criterio propio, de no caer en la mediocridad del medio, aunque muchas veces pudiera opacarnos con el peso de su propia palabra.

Todavía se despiertan muchas de sus palabras como chasquidos en mi memoria; siento calidez como escalofrío cuando recuerdo, con ánimo y a la vez con censura, decirnos, «no quiero genios como hijos, quiero humanos»; también su voz pudo, por múltiples ocasiones, pisar sobre cualquier castillo hasta convertirlo en arena y poner en duda nuestra capacidad para lograr algo concreto

Papá fue precisamente la fuerza y la rebeldía para enfrentar la adversidad del medio, la fuerza y la sensibilidad para la creación, como también esa dureza y esa distancia afectiva que marcó nuestras vidas en casa. Sentí como un torbellino dentro de mí cuando la enfermedad fue consumiendo su fuerza; de sentir que su memoria iba silenciándose día a día; de sentir la fragilidad de su cuerpo en el abrazo al despedirme de él en Quito antes de partir a Alemania, de quebrarme al mirar en sus ojos el vacío.

Papá tenía 76 años y yo 32 cuando se fue para siempre. Son ahora dos años de su muerte. No ha sido fácil percibir que aun hay temor dentro de mí; de sentir que el tiempo parece ablandar o adormecer los dolores, pero en cualquier momento los recuerdos vuelven a despertar emociones y pueden llevarme incluso al ocaso. Papá está ahí en todo ello, en lo que fue y en lo que creó, en los sentimientos que llevo conmigo, en los recuerdos que me hacen tenerlo presente, allí mismo, donde la memoria me devuelve a ellos.

María Angela Cifuentes
marzo 2002
macifuentes@gmx.net
maria-angela@cifuentes.de