Azares







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Sucedió que por primera vez en más de cuarenta años tuve la oportunidad de regresar a Sudamérica.

En mi vuelo de camino a Argentina tuve un sueño. Soñé con nuestro lento descenso en Buenos Aires. Mi sueño era en blanco y negro. Las calles no habían cambiado desde que mi madre tomó todas aquellas pequeñísimas fotografías en los años cuarenta.

Los coches eran antiguos y la gente pasaba por la calle estrecha y ventosa donde aterrizamos. Todo estaba en calma y yo me sentía totalmente en casa. Nuestro descenso real fue igual de asombroso. El avión llegó por el mar
y arribamos a una ciudad moderna espectacular. De nuevo me sentí en casa —estaba viendo rostros que sentía que conocía. Una y otra vez me sirvieron platillos curiosamente familiares y el sonido del idioma que ya hace mucho tiempo había ovidado me era muy reconfortante.




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