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Cuando
salgo a caminar por Wimbledon Common (donde vivo con mi esposo nacido
en Nueva Zelanda), entre los abedules que me son tan familiares por
la lectura obligatoria de los clásicos rusos en la escuela, ahora
me siento completamente
a gusto con mi acento húngaro,mi temperamento latino y mi apetito
insaciable por películas que vengan del continente y el realismo
mágico de la literatura sudamericana y judía.
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