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EVANGELIO
I. Culturas Posfronterizas Un cholo de la Meseta Purépecha de Michoacán deambula por la calle principal de Nahuatzen, abriéndose paso entre abuelas de rebozo y campesinos de botas enlodadas. Porta su cachucha de los Oakland Raiders al revés y tiene la cabeza rapada al estilo de East L.A. Anda con sus Nikes y sus "baggy pants". Trae una camiseta sin mangas que deja ver su tatuaje de las máscaras de la comedia y la tragedia con el lema, "la vida loca" clavado en el hombro. Entra a un antro de videojuegos con sus cuates, donde la pasa matando ninjas, negros y árabes. Cada vez que mata a uno de los malos exclama: "¡En la madre, motherfucker!" . . . después se sube a su ranfla, un Datsun destartalado modelo 79 con placas de Carolina del Norte . . . y por su pueblo se echa a cruisear, cantando el estribillo de una oldie . . . "My angel baby, my angel baby/ oooh I love you, yes I do . . . " Ya sonando las campanas de la iglesia, a las ocho de la noche, regresa a casa donde su abuelita en trencitas lo espera. Lo saluda en tarasco (dialecto de los purépechas) y el cholazo posfronterizo, con mucho respeto, le responde en su lenguaje ancestral. Se sientan en la sala, prenden el televisor Samsung, conectado a la parabólica en el techo, y se clavan un par de horas wachando MTV, el noticiero de CNN y la novela De pura sangre...
Meanwhile, back in Los United States: Conozco a un joven chicano cuyos jefes emigraron de la mismísima meseta purépecha hace veinte años, agarrando jale en la pizca de lechuga en Watsonville, California, en la pizca de sandía en Kentucky, en la pizca de tabaco en Carolina del Norte, en la pizca de naranjas en Florida, chambeando un rato en el ferrocarril en Nebraska, como camareros en un hotel de Dallas y, por fin, viviendo en el sur de California, donde sus padres arreglan los papeles y compran una modesta casita en un barrio del valle de San Fernando cariñosamente re-bautizado North Hollywood, Michoacán (donde, hace tres generaciones, los mexicanos pizcaban naranjas y no era todavía ni North Hollywood ni Michoacán). Este joven se destacó como estudiante excepcional en la high school, le encanta la biología y ahora cursa su segundo año de licenciatura en la UCLA. Habla perfectamente bien el inglés y el español y hasta unas palabras en tarasco. Fue fanático del death metal y el trash. Pero hoy es miembro de MEChA, Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán, y todos los fines de semana se sumerge en el bosque nacional de Los Padres, una zona montañosa al norte de Los Angeles. Ahí, un viejo indio de la tribu chumash enseña a los chicanos inquietos las tradiciones indígenas y profetiza sobre una guerra espiritual en la que la raza de bronce habrá de recuperar su dignidad... El chicanísimo posrockero purépecha regresa a casa después del ritual en el temazcal y se clava un par de horas con sus jefes y hermanitos a ver un poco de MTV, las noticias de CNN y la telenovela De pura sangre...
EVANGELIO Palabra del Libro de Las aventuras de la Gaby (escandalosamente suprimido por el Cardenal Ratzinger), el travesti tapatío más cachondo del club El Plaza, un antro de pocamadre ubicado sobre la avenida La Brea a la altura de la calle Tercera en Hollywood, California: Mi amor |
Colonias, Nogales, Sonora. (1996). Joseph Rodríguez |
II. Flujo, ajetreo, continuidad. Si vemos el presente con el lente del pasado mamón, diríamos que la identidad nacional está siendo atacada una vez más por el invasor yanqui free trader y que cada parabólica es una amenaza directa al reinado de la santísima Virgen de Guadalupe. Si vemos el presente con el lente del pasado mamón, diríamos que los chicanos son unos pinches pochos sin ningún derecho a llamarse mexicanos, y que los narcocholos de Michoacán atentan contra el espíritu nacionalista de nuestro México lindo y querido. Si vemos el presente con el lente del pasado mamón, diríamos: "qué lamentable que los purépechas vean MTV, las noticias de CNN y la novela De pura sangre en vez de andar cultivando su maicito, descalzos, sin ninguna herramienta moderna".
PUNTOS DE ACLARACION: A los que persisten en pensar que hay una frontera lineal que separa lo que es ser mexicano, indígena, mestizo, chicano, etc., la historia ya los rebasó. Los que persisten en la noción de "la vida onírica del indígena" niegan el presente del indígena: niegan el hecho de que puede ser y es tan moderno como los "posmodernos" oriundos de cualquier gran urbe del planeta. De hecho, más indios hoy en día viven en la ciudad que en el campo; un chingo de indios viven al otro lado; es decir, los indios que el mestizo admira congelados en los dioramas del Museo de Antropología e Historia son más inquietos, más roladores y más conocedores de la modernidad y de sus bases socioeconómicas reales que el mestizo mismo. El indígena es el que chambea al otro lado y regresa cargando un televisor y una videocasetera nuevos para disfrutar de las películas de Steven Seagall. Igual que los mestizos lamentan la supuesta pérdida del pasado indígena, ven con tristeza a los chicanos y su supuesta "crisis de identidad". Pero quienes ven en los chicanos una "pérdida de mexicanidad" no se conocen a sí mismos. El chicano en muchos sentidos es más "mexicano" que el chilango de clase media, cuya mirada siempre apunta hacia Nueva York y París. Así se crea una falsa dinámica: el mestizo clasemediero de la capirucha siente que el futuro está en el norte (en Estados Unidos o en Europa) y que el pasado está en la Meseta Purépecha (o en la Selva Lacandona o en la Sierra Tarahumara). La verdad es que el tiempo y el espacio ya no reconocen este tipo de fronteras primitivas. El futuro está en ambos lados, el pasado también, el presente en todos: la parabólica y el cholo en Michoacán, el neoindígena y los equipos de pelota mixteca en California. Todo se mueve, todo cambia, todo permanece y, al parecer, los únicos que se sienten cómodos dentro de este ajetreado paisaje son los indígenas y los chicanos, quienes reconocen que el futuro y el pasado coexisten en el presente. Más que pérdida de identidad, vemos la continuación del proceso de mestizaje, en donde el indígena y el chicano tienen voluntad propia para armar el paquete cultural a su antojo. El joven mixteco que vive en Fresno, California, y que ya no habla su dialecto, sigue siendo mixteco precisamente porque la cultura es un organismo que para mantenerse vivo debe adaptarse a su nuevo entorno, seguir creciendo. Pero, como anotó el filósofo Oswald Spengler, el entorno también se va adaptando al nuevo organismo que se hace presente: los gringos hoy en día consumen más salsa ranchera que ketchup, sólo para citar un dato gastronómico superficial, y para no enumerar aquí la obvia dependencia económica y social del gringo para con el latino en EEUU. El futuro no necesariamente aniquila el pasado: en el presente pueden convivir tradición y novedad. En los pueblos de la Meseta Purépecha la casa con la parabólica apuntando hacia los cielos puede estar habitada por una bruja que trata las "malas enfermedades" con hierbas y el tarot, o bien por un teenager trilingüe -español, inglés y tarasco-y a quien le encanta el grupo hard Transmetal y las pirecuas (la música típica de la región) a la vez. |
Spiritual
Cleansing (1996).
Joseph Rodríguez. |
Ver este proceso como nocivo para la salud cultural es proyectar la imagen del indio como víctima pasiva de la historia. Y ese es precisamente el más grande de los estereotipos construidos por los mestizos sobre la identidad indígena. Hace unos meses llegó a la Ciudad de México una joven activista norteamericana cuyos padres habían emigrado a los United desde la India. Cargaba unos de esos backpacks asquerosos que suelen traer los gringos o los europeos cuando viajan por el tercer mundo (como si emprendieran un safari en pos de elefantes y aborígenes). Le espantaba la capital: "So many white people", decía. Tanto bullicio, tanta luz, tantos edificios, tantos coches. De plano abandonó la ciudad para encontrarse con los tzotziles en Chiapas. Ellos no necesitan de electricidad, de televisores ni de zapatos o libros, decía emocionadísima. Los indígenas viven au naturel. ¡Qué cool! De la misma manera los mestizos de la capital necesitan de sus mitos indígenas para sentirse modernos, ya que padecen un complejo de inferioridad ante el gringo o el europeo. La máxima hipocresía aflora en el momento en que el mestizo capitalino se vuelve nacionalista y adopta una posición neoindígena ante los extranjeros. Cuando vine por primera vez al D.F. como adulto, hace más de diez años, los profes universitarios y los izquierdosos en general adoptaron una actitud paternalista hacia mí. Pobre chicano, me decían. En tu país padeces el mal del racismo. Aquí en México no tenemos crisis de identidad. ¡No mamen! Los chicanos (o en mi caso, los chicano-salvadoreños nacidos en Los Angeles que ahora viven en el D.F.) sabemos que la estabilidad, podríamos decir un tanto como los budistas, es un estado de movimiento. Simplemente, hoy día, los que no se mueven se mueren. Lo cual es todo lo contrario del lema del nuevo operativo de la Border Patrol: "Stay out, Stay alive" (colgando retóricamente de esta manera los cadáveres de los ahogados en el río Bravo y los muertos de sed en el desierto para que sirvan de escarmiento). Pero son muchos los mexicanos que saben que to stay alive is to move. Económicamente, culturalmente, lingüísticamente, sexualmente. Por eso, en vista de lo anteriormente afirmado, presentamos la PLATAFORMA DEL PARTIDO MOJADO: · El problema no es el idioma que hablamos ni con qué acento lo hablamos. · El problema aquí es la Border Patrol. · El problema no es ser gay, straight o bicicleta o travesti. · El problema es el sida. · El problema no es si somos católicos o pentecostales o sufis. · El problema es la falta de tolerancia, es la persistencia del Estado y de la Iglesia católica y de otros poderes sociales y económicos en seguir fomentando la intolerancia al promover una falsa homogeneidad nacional. . El problema no es la venta ambulante o la prostitución o la drogadicción. · El problema es el neoliberalismo que deja a muchos al margen de la posibilidad de participar plenamente, en lo económico y lo cultural, del proceso de globalización del cual gozan las clases medias estadunidenses y europeas, a quienes tanto les gusta bailar salsa, comer comida tailandesa y asistir a los performances de Guillermo Gómez-Peña.
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