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ALLA DE LAS MAMONERIAS:
III. Utopía y Apocalipsis También en Estados Unidos se promueven falsedades homogenizadoras, provenientes tanto del establishment conservador y liberal (republicanos y demócratas) como por la izquierda marginal (que aglutina los particularismos étnicos, sexuales y de clase). Se ha dicho, por ejemplo, que al alcanzar poblaciones mayoritarias latinas en varias ciudades de los Estados Unidos la raza podrá ejercer, finalmente, algún poder político para poder contrarrestar medidas xenofóbicas como la Proposición 187 de California o, a nivel nacional, la infame Welfare Reform firmado recientemente por el Presidente Clinton, que ataca hasta los inmigrantes legales. Pero los latinos de los United no somos homogéneos en nada. Somos salvadoreños y guatemaltecos, cubanos y puertorriqueños, hondureños y colombianos y nicaragüenses y entre los mexicanos tenemos que distinguir entre los recién llegados, los chicanos de segunda o tercera generación y los hispanos de Nuevo México, cuyas raíces en el suroeste son añejísimas. Además somos de clase media y trabajadora, somos rubios y morenos e indígenas, somos católicos y pentecostales y judíos. Somos todo lo que somos al otro lado (es decir, en Latinoamérica). Dificilmente podemos pensar que los cubanos de Miami siempre estarán de acuerdo con los chicanos de California, o que los migrantes zacatecanos se llevarán siempre bien con los de Michoacán (recuérdense las riñas entre estos dos grupos en Saint Louis, Missouri, donde el saldo del conflicto fue de varias decenas de muertos y heridos). Estamos todos en ambos lados del río Bravo inmersos en un proceso de mestizaje aceleradísimo: culturas y subculturas brotan como las mil flores de Mao. Este proceso nos crea nuevas utopías y apocalipsis a la vez. |
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of the serie What immigration problem? Joseph Rodríguez, 1996
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Por ejemplo, en el barrio de Compton, al sur de Los Angeles, cuya fama mundial se debe a las violentísimas pandillas afroamericanas y a los rapperos como Ice Cube y Niggers With Attitude (NWA), la poblacion latina (en su mayoría migrantes recién llegados de México y Centroamérica) amenaza con desplazar a la comunidad negra. Mientras este cambio demográfico se lleva a cabo, dos realidades opuestas se enfrentan en las calles de Compton. Por una parte, un conflicto de índole racial y de clase entre negros y latinos. Aquí, se da por lo menos la apariencia, sino el hecho, de competencia entre los dos por los escasos y mal pagados puestos de empleo en el sur de California. "Pinches mayates", dicen los mexicanos de los negros. "Fuckin' wetbacks", dicen los negros de los mexicanos. Pero hace dos años, en la high school de Compton, un joven salvadoreño fue elegido como presidente del consejo estudiantil. Ganó votos de negros y latinos. Porque el cuate habla inglés y español. Porque escucha rap y oldies y boleros y rock. Porque su novia es negra. Porque prácticamente nació en el barrio (llegó a los seis años de su país natal) y maneja tanto el inglés en su versión afroamericana como el español. Tenemos dos presentes, dos futuros contrarios: el cáos de una torre de Babel moderna, o un nuevo Pentecostés en donde, aunque terminemos todos hablando en lenguas distintas, aún así habra comprensión entre todos. Lo que nos amenaza con la incomprensión de una nueva Babel es la ruptura económica que hace que grupos "marginales" compitan entre sí por las migajas del nuevo orden económico, que claramente no ofrece el sueño americano a las mayorías. A medida que se frustran más y más los sueños de una vida mejor de los mexicanos en Nueva York, los afroamericanos en Chicago, los turcos en Francia, los nigerianos en Inglaterra y los purépechas en Michoacán, aumenta la desesperación y las medidas desesperadas para sobrevivir. Cruzar la frontera en Arizona con elriesgo de morir deshidratado en el desierto... Entrarle al narcotráfico, a la prostitución, a la venta ambulante, a las mil maneras de participar del mercado negro... O desquitarse por medio de la violencia entre semejantes los zacatecanos que se dan en la madre con los michoacanos en Saint Louis; la pandilla 18 Street (mexicana) con la pandilla Mara Salvatrucha (salvadoreña) en el barrio de Pico Union en Los Angeles. La unidad política entre los latinos, si es que se da, será puramente coyuntural. La lucha contra la 187 en California fue una coyuntura clásica: en 1994, días antes de las elecciones en que se aprobó la medida anti-inmigrante, se realizó una marcha de más de 100 000 personas en Los Angeles, con plena participación de chicanos y salvadoreños, los recién llegados y los de tercera generación. Sin embargo, dicho movimiento se desbandó después de la derrota electoral. La desesperación y la frustración pueden crear una fuerza aglutinadora, pero también una que acelere la fragmentación social. Ahora estamos más fragmentados que nunca, lo cual es jodidísimo, lo cual es bellísimo. Al resquebrejarse justamente los falsos esquemas homogenizadores del pasado crece tanto la conciencia de nuestra diversidad (y, ojalá, la tolerancia) como una especie de angustia existencial. Si el México profundo no existe, ¿con qué llenamos el vacío? Si el melting pot no existe, ¿cómo se reconstruye el American Dream? El momento no es para desenterrar mamonerías (los neomarxistas del aún misterioso grupo guerrillero EPR en México; los chicanos neonacionalistas remasticando los mitos aztlanecos en Estados Unidos) ni para andar con la cabeza agachada. Es para seguir expandiendo nuestro concepto de identidad, de tolerancia, de democracia. Y lo crucial, es para buscar la manera de conectar lo que son nuestros procesos de migración cultural y social con la problemática económica. Porque todos sabemos a estas alturas, como se ha dicho en Chiapas, que donde hay hambre no puede haber democracia. O, como diría cualquiera de los chavos purépechas posfronterizos: cuando no hay chamba, ¡fuímonos p'al otro lado! |