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Una opinión hoy extendida en el campo del arte -y que anima una de las más vivas polémicas del día- es que el arte de los media, o más exactamente, el arte a través de los medios, predomina en la práctica artística contemporánea al punto que define nuestro tiempo y actúa como desencadenante de nuevas narrativas. Las consecuencias de este hecho serían tanto el cambio de las concepciones del arte como de sus modos de imaginar y comunicar, dicho de manera rápida. El asunto merece la mayor atención, pues si los años ochenta y primer lustro de los noventa del siglo XX constituyeron la expansión internacional, bajo el criterio de "arte joven" -esto es, vital, actualizado-, de un postconceptualismo que exponía la asimilación de las lecciones conceptualistas y minimalistas de los sesenta-setenta, los sucesos desplegados en el escenario artístico de fines del pasado siglo evidenciaron que, quizás sin perder el arte su orientación postconceptual, los medios tecnológicos de producción de imágenes adquirían en él un posicionamiento sin precedentes: DOCUMENTA X, de 1997, fue la muestra que dio la señal de la nueva situación. Aún acumulando reservas contra la predicción de que el arte de los próximos años será, fundamentalmente, realizado con los medios de la tecnología iconográfica, -reservas sustentadas en que la creación artística contemporánea se alimenta de las más variadas vivencias culturales y, entre ellas, de las que proporcionan la acumulación de medios y procedimientos vinculados a las artesanías y a las propias tradiciones de las bellas artes occidentales-, la presencia abundante de esas nuevas tecnologías en su seno exige, al menos, un análisis de la situación del arte actual en sus relaciones o contactos con procesos complejos de la cultura contemporánea y, más extensivamente, con las formas de articulación de la política, la economía y la comunicación a escala global, espacio de construcción de la experiencia sensible y creativa del hombre de nuestro tiempo. Poco vale, a las alturas del día, mostrar complacencia por la definitiva inscripción de la iconografía tecnológica en el campo del arte. Esa es una actitud ya superada por la propia dinámica de los procesos acaecidos en éste durante el transcurso del siglo XX, que satisfizo la voluntad de quienes quisieron hacer de los media instrumentos institucionalizados de la producción artística: creadores y críticos de las más avanzadas posiciones vanguardistas, comprometidos con los procesos desjerarquizadores de las artes. Menos, todavía, se trata de acusar al arte de enrumbarse en la senda del olvido de su historia precedente, centrada en el gusto por la manualidad, la exacerbación del gesto autorial y la noción de genio singular; de sacrificar su estatuto de práctica sofisticada en aras de la espectacularización y la seducción banales "a lo Hollywood"; de ceder su dominio a tecnologías de amplio peso en la industria de la cultura de masas: todo ello rémora del "síndrome baudelairiano" que sobrevive a la legitimación artística de los media. El asunto, entonces, exige repensar la estructura discursiva en la cual el arte ha estado inscrito y las fuerzas que actúan hacia su ampliación o modificación, en unas circunstancias -las de hoy- en que se problematizan las convenciones de la representación artística, se desequilibra el centrismo estético de la práctica del arte y ésta localiza nuevas posibilidades de subversión en las alianzas que gesta con otras esferas de la cultura. Explorar la productividad de este último enfoque será el objetivo de nuestras notas sucesivas.
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