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Ensayos
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El camino del Pentágono
por Meir Wigoder
(Página 3)
Una imagen
en particular me persiguió. De hecho, desde el momento en que llegué
a Nueva York me había llamado la atención. Los enormes anuncios
para la miniserie épica de Spielberg, "Band of Brothers",
Por último, después de conseguir un boleto y de haber tenido cinco horas para empacar y llegar al aeropuerto para tomar el avión esa misma noche, me subí a un autobús rumbo al aeropuerto de Newark. Una vez que el autobús hubo pasado por el túnel, mostrándonos Manhattan a lo lejos, rodeada por agua y puentes, visible a través de un bosque de anuncios espectaculares y el gran tiradero que siempre ha servido como fascinante primer plano de la vista de la ciudad, comencé a preguntarme si era también el cambio de escala de la ciudad lo que hacía que mis memorias del acontecimiento se fueran desvaneciendo. Entrar al aeropuerto y pasar por las estrictas medidas de seguridad, terminó por sellar este sentimiento de separación y me introdujo al nuevo vacío de la sala de espera del aeropuerto. Poco consuelo había en pararse sobre la banda mecánica, a parte de disfrutar la sensación de movimiento que hacía que el mundo pareciera estar avanzando hacia nosotros sin esfuerzo, en contraposición al acto de caminar que enfatiza nuestro empeño por llegar a nuestro destino. Siempre había tenido la sensación de que el verdadero propósito de la banda mecánica era permitirnos un placentero momento de distracción: pasé por la ventanilla de Continental, junto a las cuales había una pantalla de televisión en donde CNN estaba anunciando la intención del presidente George Bush de consolidar una coalición con sus socios europeos. Del otro lado, bañadas en una luz mucha más cálida, las señales de vida habían regresado a la cobertura televisiva por la reanudación de los juegos de baseball. Los equipos de baseball sostenían una gigantesca bandera americana en el terreno de juego del estadio, como si se tratara del ensayo general de la ceremonia conmemorativa que tendría lugar en el estadio de los Yanquis una semana más tarde y a la cual asistirían más de 10,000 personas. (Esas ceremonias me recordaron que en los Estados Unidos todo tiene que hacerse a una escala gigantesca: desde el bocadillo demasiado grande para caber en boca, hasta las tazas de café tan grandes que se necesitan ambas manos para sostenerlas.) Era imposible pedirles a los estadounidenses que la tragedia tuviera una escala menor a la de las torres gemelas, otra cosa simplemente no correspondería a su manera de ser. Se tenía que disminuir la realidad con el artificio del espectáculo y cada acontecimiento tenía que eclipsar al anterior. (Un amigo que es artista comentó que el siniestro del WTC sería el último acto de terror en el mundo porque ya nada podría superarlo). |
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