Los
terroristas ingresaron a Estados Unidos por el telón de fondo del
set de la ciudad virtual del film de Peter Wier, "The Truman Show",
en donde el protagonista intenta escapar cuando se da cuenta que toda
su vida es una simulación montada para una serie de televisión.
Los terroristas entraron a través del domo que protegía
a la ciudad del resto del mundo, el cual se mostró muy interesado
en lo que ahí sucedía, del mismo modo en que muchos extranjeros,
especialmente en el tercer mundo, se sienten fascinados por la sociedad
estadounidense y quieren vivir ahí. Los terroristas caminaron ilesos
debajo de las mangueras responsables de crear las falsas lluvias en el
set; se mezclaron con la multitud de comparsas debajo de las luces, sin
temor a ser detectados por las pequeñas cámaras de vigilancia
en los aeropuertos y hoteles o de dejar un rastro con sus tarjetas de
crédito porque sabían que tenían un boleto sólo
de ida al paraíso. Habiendo aprendido a volar en simuladores de
vuelo, sin tener que saber cómo despegar o aterrizar, causaron
un gran impacto al chocar contra el centro simbólico del capitalismo,
que prometía a muchos estadounidenses una vida en un paraíso
sobre la tierra. El impacto hizo que los edificios implotaran sobre sí
mismos -una imagen apropiadamente narcisista del colapso de un icono capitalista.
La aterradora lluvia de escombros cayó sobre los peatones, rodando
por las angostas calles del distrito financiero, como si de lava se tratase,
envolviendo a la gente que corría, contemplando la ira de su propia
creación babilónica. El carácter de espectáculo
no pasó inapercibido por muchos comentaristas que hicieron mención
a las últimas películas de acción de Hollywood, preguntándose
dónde habría quedado Batman o Bruce Willis aquel día.
Por alguna extraña razón, el siniestro tuvo el efecto de
transportarme a la historia temprana del cine norteamericano. Pensé
en King Kong escalando el Empire State; los afronorteamericanos cubiertos
de polvo blanco parecían la antítesis pálida de los
estereotipos del "Jazz Singer".

Aquí
residía la ironía última: la ciudad que se consideraba
el centro del mundo estaba habituada a celebrarse a sí misma con
los más grandes de los desfiles extravagantes. La única
nación que ha inventado los desfiles con confeti para conmemorar
a los héroes de guerra o los grandes logros nacionales como el
aterrizaje sobre la luna, arrojó confeti sobre sus héroes,
muestra de una sociedad que puede permitirse el lujo de desperdiciar.
Pero ahora, por una mañana, y de manera completamente inesperada,
el papel se había transformado en piedra, vidrio y acero en un
siniestro que no provino de abajo (una bomba en el metro) o de las calles
(como sucede en las ciudades a escala humana), sino de arriba, de los
símbolos mismos que la sociedad capitalista había puesto
como sus metas al decidir que hay un nexo fuerte entre la definición
estadounidense de orgullo y felicidad y la gráfica ascendente del
índice Dow Jones.
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