Shanika se aferró a su padre Priantha, cuando se dio cuenta
que estábamos cerca del mar. Estaba en casa de su tía,
la cual sobrevivió al Tsunami, en Hikkaduwa, pero aún
así, presenció la furia de las olas que le quitaron
a su madre, a su hermana gemela y a sus otras dos hermanas, así
como su hogar. El mar era algo temible y ella no quería regresar,
se tomaran fotos o no. Priantha trató de explicarle que era
seguro, pero Shanika no estaba convencida. Fue mi cámara
digital la que cambió las cosas. La mayoría de la
gente, del sub-continente indio adora que la fotografíen,
el placer de ver su propia imagen llevó instantáneamente
una sonrisa al rostro de Shanika y pronto nos volvimos amigos. Ella
tomó fotos de su padre, de su tía y de mí.
Pronto me estaba tomado fotos cerca del mar ¡Y diciéndome
que tuviera cuidado!
No hay vuelos directos de Dhaka a Colombo y partí el 29 de
diciembre en el primer vuelo que encontré sin una idea clara
de lo que haría al llegar. Dominic me puso en contacto con
los fotógrafos especializados en vida salvaje Rukshan, Vajira
y otros amigos que se habían reunido para tratar de llevar
ayuda a las áreas más afectadas. Margot y otros también
ayudaron. Dominic y yo traíamos algunas cosas pero no era
nada en comparación a los camiones que Rukshan y sus amigoa
habían conseguido. Nuestro convoy de doce vehículos
siguieron a los dos camiones por Ratnapura, Pelmadulla, Timbolketiya,
Uda Walawe, Thanamalwila, Wellawaya, Buttala, Moneragala y Siyambalanduwa
hasta que llegamos al campo militar de Lahugala.
Fue ahí donde nos percatamos que nuestra planeación
distaba mucho de ser perfecta, al principio muchos lugares les llegó
ayuda en exceso, mientras que supimos que en otros no había
nada.. Un vehículo anti-minas ayudó a sacar uno de
nuestros camiones de las tierras inundadas y excepto por un poco
de arroz, lentejas y medicinas que dejamos a las familias más
necesitadas, cargamos de nuevo la ayuda a los camiones para su regreso
a Colombo hasta que supiéramos bien qué hacer. Empapados
por la lluvia, volvimos a meter al camión las toneladas de
arroz, leche en polvo, medicinas, jabón, ropa y otras cosas
que habíamos sacado del vehículo. Los otros regresaron,
mientras que Rukshan, Vajira y yo fuimos a la costa oriental de
Pottuvil. Había un silencio aterrador. Solamente los juguetes
esparcidos y otros restos revelaban el hecho de que alguna vez hubo
allí un animado pueblo. No había cuerpos, ni sonidos,
ni lamentos para los muertos.
Como habitante de Bangla Desh, estoy acostumbrado a los desastres,
pero aquellos grupos comunitarios que se formaban espontáneamente
cuando yo era niño, en los que cantábamos canciones
mientras recolectábamos ropa de puerta en puerta y que a
su manera trataban de apoyar a los necesitados, parecen haber sido
sustituidos por los métodos más “oficiales”
de ayuda. Ahora los esfuerzos de las ONG’s y de las agencias
de ayuda parecen ser las respuestas estándar. Aún
nuestros propios esfuerzos parecían estar restringidos por
el fondo de ayuda de la oficina del Primer Ministro. En Sri Lanka
todavía pude sentir la gran compasión de la gente
hacia sus semejantes.
Encontré maravillosas historias de misericordia y coraje.
Y aunque lamenté la falta de advertencias oportunas y las
barreras burocráticas que impidieron que los que sabían
advirtieran a los que no, regresé convencido que se necesita
mucho más que los Tsunamis para derrotar al espíritu
humano.
Shahidul Alam
Dhaka, 7 de febrero del 2005.
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