Shahidul Alam

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Shahidul Alam

El espíritu humano

Fotografía de Shanika por el mar
© Shahidul Alam / Drik Pictures Library, 2005


Shanika se aferró a su padre Priantha, cuando se dio cuenta que estábamos cerca del mar. Estaba en casa de su tía, la cual sobrevivió al Tsunami, en Hikkaduwa, pero aún así, presenció la furia de las olas que le quitaron a su madre, a su hermana gemela y a sus otras dos hermanas, así como su hogar. El mar era algo temible y ella no quería regresar, se tomaran fotos o no. Priantha trató de explicarle que era seguro, pero Shanika no estaba convencida. Fue mi cámara digital la que cambió las cosas. La mayoría de la gente, del sub-continente indio adora que la fotografíen, el placer de ver su propia imagen llevó instantáneamente una sonrisa al rostro de Shanika y pronto nos volvimos amigos. Ella tomó fotos de su padre, de su tía y de mí. Pronto me estaba tomado fotos cerca del mar ¡Y diciéndome que tuviera cuidado!

No hay vuelos directos de Dhaka a Colombo y partí el 29 de diciembre en el primer vuelo que encontré sin una idea clara de lo que haría al llegar. Dominic me puso en contacto con los fotógrafos especializados en vida salvaje Rukshan, Vajira y otros amigos que se habían reunido para tratar de llevar ayuda a las áreas más afectadas. Margot y otros también ayudaron. Dominic y yo traíamos algunas cosas pero no era nada en comparación a los camiones que Rukshan y sus amigoa habían conseguido. Nuestro convoy de doce vehículos siguieron a los dos camiones por Ratnapura, Pelmadulla, Timbolketiya, Uda Walawe, Thanamalwila, Wellawaya, Buttala, Moneragala y Siyambalanduwa hasta que llegamos al campo militar de Lahugala.

Fue ahí donde nos percatamos que nuestra planeación distaba mucho de ser perfecta, al principio muchos lugares les llegó ayuda en exceso, mientras que supimos que en otros no había nada.. Un vehículo anti-minas ayudó a sacar uno de nuestros camiones de las tierras inundadas y excepto por un poco de arroz, lentejas y medicinas que dejamos a las familias más necesitadas, cargamos de nuevo la ayuda a los camiones para su regreso a Colombo hasta que supiéramos bien qué hacer. Empapados por la lluvia, volvimos a meter al camión las toneladas de arroz, leche en polvo, medicinas, jabón, ropa y otras cosas que habíamos sacado del vehículo. Los otros regresaron, mientras que Rukshan, Vajira y yo fuimos a la costa oriental de Pottuvil. Había un silencio aterrador. Solamente los juguetes esparcidos y otros restos revelaban el hecho de que alguna vez hubo allí un animado pueblo. No había cuerpos, ni sonidos, ni lamentos para los muertos.

Como habitante de Bangla Desh, estoy acostumbrado a los desastres, pero aquellos grupos comunitarios que se formaban espontáneamente cuando yo era niño, en los que cantábamos canciones mientras recolectábamos ropa de puerta en puerta y que a su manera trataban de apoyar a los necesitados, parecen haber sido sustituidos por los métodos más “oficiales” de ayuda. Ahora los esfuerzos de las ONG’s y de las agencias de ayuda parecen ser las respuestas estándar. Aún nuestros propios esfuerzos parecían estar restringidos por el fondo de ayuda de la oficina del Primer Ministro. En Sri Lanka todavía pude sentir la gran compasión de la gente hacia sus semejantes.

Encontré maravillosas historias de misericordia y coraje. Y aunque lamenté la falta de advertencias oportunas y las barreras burocráticas que impidieron que los que sabían advirtieran a los que no, regresé convencido que se necesita mucho más que los Tsunamis para derrotar al espíritu humano.

Shahidul Alam

Dhaka, 7 de febrero del 2005.

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