Una vez que a Viviana se le detectó y operó el cáncer de mama, el tratamiento a seguir fueron cuatro sesiones de quimioterapia, una cada 21 días y dos meses de radioterapia en el pecho afectado (de lunes a viernes). Al finalizar este tratamiento recuerdo que el doctor le dijo: de aquí en adelante siéntete sana, pero no curada. Sólo pasaron tres meses y en los controles aparecieron unas pequeñas metástasis en la columna. De allí en adelante fue de nuevo la quimioterapia con otras drogas y radioterapia en la columna. Todas las fotos que aparecen aquí son de esta segunda etapa. En la primera tenía más ganas de olvidar que de recordar y mi compromiso con la enfermedad de mi esposa no era el mismo. Visiblemente instalada en mi hogar, a través de la alopecía que la quimioterapia le provocaba a Viviana, descubrí con dolor que la gente huye ante la enfermedad, como si se tratara siempre de una entidad contagiosa que puede evitarse eludiendo al enfermo. Contrariamente a esto, y desconozco por qué, mi amigo Humberto nunca quedó calvo, y fue para mí una sorpresa el constatar que los desconocidos nos aceptaban como si fuéramos sanos (:"salvos"). Creo que en lo más íntimo de sí, los que se comportan de este modo, se suponen exentos de la enfermedad mientras no la "ven" (de hecho, apuesto a que más de uno dejará de mirar ahora mismo estas fotos por este mismo motivo). En este punto quiero decir que al principio yo también fui manejado por el mismo miedo. Más adelante, ante la imposibilidad de no estar presente, opté por quedarme detrás del cristal de mi lente. ¡Estaba tan cerca y tan lejos al mismo tiempo! Poco a poco el juego de la cámara se fue convirtiendo en una compañía compartida entre Viviana, Humberto y yo. Un lenguaje sin palabras en el cual ese aparato nos permitía acompañarnos y no dejarnos solos ni siquiera en los lugares vedados para los "sanos". Finalmente el amor pudo más que el miedo. Creo que recién ahora entiendo como se sintió mi abuelo aquel día... |
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