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La
música que acompaña esta sección fue compuesta por
Diego Cifuentes
¡Vaya que fue difícil vivir con mi padre! Cuando era niño la relación estaba basada en el temor más profundo, era casi demencial, solo oír sus pasos provocaban en mí un estremecimiento. Yo era un niño que tenía problemas bronquiales tremendos, mi asma llegaba a niveles insospechados, la ausencia paternal, la presencia permanente de mi madre, la admiración a ese hombre huraño que se encerraba en su habitación, fueron la constante en mi infancia. Para mí era normal vivir sin contacto externo, tener una vida familiar autárquica, sin amigos, sin parientes, sin presencia extraña (salvo los encuentros intelectuales de mi padre), no había contacto con el mundo exterior. Mi padre era un hombre de una inteligencia extraordinaria, un intelectual honesto y solitario, pero un padre ausente. Esa fue mi primera relación con el mundo, mi forma de entender lo normal. Cuando llegué a la adolescencia, mi temor se comenzó a transformar en odio. Mis hermanos todavía conservaban esa admiración a la deidad, el temor desenfrenado y un amor que yo no podía entender. A él le encantaba discutir y, generalmente lo hacíamos en el auto, pero en el trayecto de 15 kilómetros que separaban su oficina de nuestro hogar, la cosa cambiaba a niveles de batalla campal, la discusión filosófica terminaba siendo un cuestión personal, cada uno se mantenía en su trinchera sin ceder un milímetro hasta el día siguiente, cuando la historia volvía a empezar. Recuerdo cuando ingresé a la universidad, la respuesta de mi padre fue una sonrisa lacónica, para luego añadir, ya verás que eso no sirve para nada. Él decía eso porque fue un autodidacta, nunca pisó una universidad como alumno, solo lo hizo como conferenciante. Mi formación es de politólogo y abandoné las ciencias sociales. Nuevamente fue mi padre quien con un comentario demoledor me hizo reflexionar, yo mantenía siempre una relación con la fotografía y pensaba que podía hacer las dos cosas simultáneamente, cuando mi padre vio por casualidad unas cuantas fotos sobre mi escritorio musitó: vaya, cuánto hecho social hay por acá, supe que debía decidir entre la fotografía y el quehacer social. Fue ahí donde todo empezó. Extrañamente mi padre había tenido una visión optimista de las cosas, a veces no puedo entender eso, su discurso era tan fatalista, pero cuando uno observa su obra se da cuenta cuan optimista era, una mirada con mucho humor de la vida. Ahora que ya han pasado dos años de su muerte, entiendo muchas cosas, comprendo su forma de amarnos, aunque jamás compartiré esa forma de hacerlo. Cuando dejé las ciencias sociales y me dediqué por completo a la fotografía, traté de copiar la forma de acercarme al mundo que tenía mi padre, después, una parte intencionada y otra no tanto, se fue dando un divorcio, al fin pude cometer parricidio. No hube de buscar mucho, solo dejé que mi mente hablara con boca propia, para luego después de algunos años, recibir un abrazo de ese viejo huraño y cruel. Mi vida, llena de acontecimientos no muy agradables, hizo que mi visión no sea llena del humor que poseía mi padre, por el contrario, cada vez más iba profundizando en la sin razón de la vida (o de mi vida), más adelante esto mutó hasta llegar a hablar de la violencia, mencionada un poco tímidamente en Las Delicias del Infierno, pero cada vez más fuerte en los trabajos más actuales. Pienso que es una coincidencia, o que el subconsciente es tan fuerte, que de alguna manera mi padre y yo hemos tocado los mismos temas, las mismas disciplinas, pero cada uno con ojos propios. Ahora, estoy sentado y escucho muy buen blues, ahora, sentado pienso en el viejo Hugo y solamente tengo un sentimiento de gratitud y de una ternura infinita. Acá, frente al blues, nos hemos reconciliado definitivamente. Diego
Cifuentes |
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