Empecemos pisando firme, con una idea. Una idea acerca de una cogida cataclísmica, el big bang de México. Hace medio siglo Octavio Paz escribió sobre las máscaras que los mexicanos han elaborado con el tiempo, identidades míticas cuya función es ocultar el trauma de la chingada (del verbo chingar, que literal y figuradamente significa coger), es decir, la Conquista, que esencialmente fue un acto sexual la violación del indígena por parte del conquistador, de la cual nace la identidad mestiza del México moderno. No es de sorprenderse entonces que las máscaras mexicanas más comúnes, y más poderosas, sean las sexuales. |
La
del macho (muy trabajador, muy bebedor, muy cojedor) le
fue necesaria a la mayoría de los hombres mexicanos para recobrar
cierta sensación de hombría después de la chingada. |
La Iglesia Católica fiel a su naturaleza de institución brutalmente patriarcal, jugó un papel importante en la formulación de esta noción. Pero a final de cuentas, una máscara es tan sólo una máscara no altera lo que está detrás de ella, aunque es capaz de generar una tensión entre mito y esencia que conduce a una representación cómica, trágica y francamente surreal. |