Joseph Rodriguez

Otro signo es un desplazamiento de los rituales del baile-como-sexo en los salones de baile hacia el acto mismo en verdad. En la ciudad de México, los antros de sexo (sex clubs) que una vez fueron clandestinos ahora se encuentran uno tras otro sobre la Avenida Insurgentes, la principal arteria de la ciudad que corre de norte a sur, anunciando la carne en marquesinas chillonas de neón estilo Las Vegas. En estos antros, el table dancing es sólo el más soso de los espectáculos.

Los shows de sexo en vivo son cada vez más comunes y no son precisamente inocentones –hay algo para prácticamente todas las inclinaciones: tríos bisexuales, escenarios sadomasoquistas y muchos pero muchos juguetes. Los antros gay están también al descubierto ahora. Se dice que a la fecha existen como ochenta tan sólo en la delegación Cuauhtémoc en el centro de la ciudad de México. Incluso he visto a parejas gay –hombres y mujeres tomados de la mano, caminando por la calle a plena luz del día.


Los radicales sexuales encontrarían muchos motivos para celebrar en esta representación pública de una novela de John Rechy. Pero la crisis, económica y culturalmente, espiritual y sexualmente, apenas ha comenzado. Los líderes derechistas católicosy pentecostales están organizando un ataque contra la plaga “inmoral”.

Joseph Rodriguez

Y luego está el costo privado de que esta contradicción privada se haya hecho pública. Yo viví en la ciudad de México durante dos años en una época en la que la crisis ya estaba en su apogeo. Quizá debiera decir que más bien la ciudad me bailó. El sexo que describo aquí es algo de lo que sé porque yo mismo me he abandonado a él. Al principio, me dejé llevar por lo que experimentaba, por el increíble erotismo que representaba tener todo lo oculto y lo prohibido ahí desplegado ante mí, cualquier deseo y tentación secretos.


 

 

 

 

En más ocasiones de las que me hubiera gustado, recibí el amanecer bajo el efecto de combinaciones de drogas y alcohol cada vez más volátiles, mi cuerpo entrelazado en el cuerpo de otro, en los cuerpos de otros, mi propio género y orientación tan intercambiable como los de ellos.

Era un territorio donde reinaba el impulso, donde Dios sabrá qué ecos existenciales e históricos asumían la forma de la carne. Pero, irónicamente, en el preciso momento de la consumación, sentía como si mi propio cuerpo estuviese siendo destruido. Me arrastraba de regreso a mi departamento sintiéndome como un fantasma: un espíritu incorpóreo, terriblemente solo.

Joseph Rodriguez