ENTREVISTA
A ENRIQUE BOSTELMANN REALIZADA
POR ELISA RUIZ DE CONACULTA EL 22 DE AGOSTO DE 2003
Conaculta, Sala de Prensa
Elisa Ruiz
22
de agosto 2003
Oaxaca, Oax.- Al lado de una humeante taza de café,
inclinado sobre un pequeño plano, Enrique Bostelmann
explora con su dedo índice una ciudad a la que retorna
después de treinta años y que ahora encuentra
muy diferente. "Cuando vine a Oaxaca no existían
museos ni galerías, y era muy fácil ir a cualquier
lado", dice al tiempo que se incorpora y alcanza su café.
Descendiente de alemanes, nacido en Guadalajara, Jalisco en
1939 y ganador de premios internacionales como el Casa de
las Américas, Geomundo y Kinsa, Bostelmann pertenece
a esa generación de fotógrafos que retrataron
al México rural de los años cincuenta y sesenta,
recorriéndolo palmo a palmo. Él llamaba la atención
por ser rubio. "En los pueblos que visitaba, donde antes
me querían pagar para que les tomara una foto y ahora
piden one dollar, me decían: pinche gringo, cabeza
de cerillo, hijo del sol, nadie creía que era mexicano".
Luego de treinta años, Bostelmann retornó a
Oaxaca para ofrecer una conferencia sobre artes visuales e
inaugurar la exposición Plata sobre Zoología,
en la que participa junto con otros diez integrantes del Sistema
Nacional de Creadores de Arte, en el Centro Cultural Santo
Domingo. La muestra, que concluirá el 10 de septiembre,
ofrece fotografías de Manuel Álvarez Bravo y
Mariana Yampolsky -ya desaparecidos-, quienes como Bostelmann,
viajaron continuamente por todo el país "buscando
la luz".
Los fotógrafos viajábamos porque el mundo es
luz, buscábamos la luz. Ahora la vida se desarrolla
de noche, en las buhardillas, entre dos cigarrillos de marihuana.
Los fotógrafos ya no van a la sierra poblana, se van
a Cancún o Acapulco y a veces fotografían una
espaldita, y eso es todo".
"Siento que no era la facilidad del avión o del
auto, sino la seguridad con que uno se movía por todo
el país. Si iba uno a la Huasteca, la gente no se quería
dejar fotografiar, porque el fotógrafo cobraba. Ahora
es al revés, piden one dollar. Mientras más
lejos estaba uno de la susodicha civilización, se sentía
uno más seguro. La gente era muy hospitalaria, llegábamos
a pie, a veces caminábamos 50 kilómetros en
un día y después la gente no nos quería
dejar ir; nuestra llegada era un acontecimiento para ellos.
Nos decían quédense, matamos un borrego para
que coman.
El hombre de ese tiempo tenía más relación
con la naturaleza. Yo pertenecía a un club de exploraciones
de México, sus integrantes conocían todos los
cerros del país, y todas las lenguas. Cuando visitábamos
algún sitio, íbamos anotando en un librito las
señales para llegar. La fotografía era una aventura.
Con imágenes de aquellos años, Enrique Bostelmann
prepara, a petición del Instituto Nacional de Bellas
Artes (INBA), su próxima exposición que titulará
Tiempo recuperado: cartografía de lo imaginario, así
como una retrospectiva que será inaugurada el próximo
25 de septiembre en el Edificio Central del Instituto Mexicano
del Seguro Social (IMSS), en el Distrito Federal.
Pero, aclara, su producción fotográfica no se
ha detenido y aunque ya no viaja con la frecuencia que solía
hacerlo, porque después de todo "uno se inventa
su mundo con relación a la edad que va uno teniendo",
ahora realiza proyectos dentro de la misma ciudad de México
que le exigen visitar a diversos artistas con los cuales trabaja,
pues se trata de trabajos multidisciplinarios con la intervención
de escritores, pintores, escultores, etcétera.
"El ojo se hace muy detallista con el paso del tiempo.
Ahora mi tendencia es ir al objeto pequeño, incógnito,
que permite expresar una forma de ser del hombre. Después
de haber fotografiado a tantas personas uno empieza a sentirse
repetitivo, porque vemos la misma expresión, de tristeza,
de alegría, de sorpresa, esos gestos son universales
y hasta reiterativos. Ahora me pregunto ¿Cómo
puedo hablar del hombre a través de sus objetos? Y
trato de interpretar a cada uno por otros medios".
Así, el artista, quien ha expuesto en Europa, Asia
y Sudamérica, trabaja en la elaboración del
libro No anunciar, que reunirá 150 fotografías
sobre distintos artistas. Sobre esta obra, que será
editada por la Universidad Autónoma Metropolitana,
Bostelmann explica:
"Por ejemplo, Elena Poniatowska me dio la cuchara que
su padre usó en la cárcel. Busqué una
iluminación adecuada, proyecté una reja sobre
la cuchara y tuve un concepto; Luis de Tavira me entregó
una cajita de música; Carlos Monsiváis que vive
con gatos y su estudio apesta a ellos, me facilitó
una figura del gato Garfield; Carlos Montemayor, quien escribe
sobre la guerrilla, me entregó una botellita con tierra
de Creta; Vicente Leñero me ofreció un original
de alguna de sus obras y una maquinita de escribir de este
tamañito que le regaló su hija; Emilio Carballido
me dio una máquina de escribir color lila que le regaló
Salvador Novo, de tan vieja que ya ni se le ven las letras.
Estos objetos vistos a detalle son un universo que revelan
a su propietario. Una pequeña tecla, un zapato, dejan
de ser un objeto y se convierten en un paisaje".
Este proyecto, comenta, lo tiene muy ocupado no sólo
por el trabajo fotográfico sino porque además,
cada artista escribirá un texto para el libro, por
tanto debe estar en comunicación con ellos, los visita
y eso lo obliga a recorrer todos los días la ciudad
de México.
No tiene la más remota idea de jubilarse. "Cuando
uno se involucra en una actividad, lo que damos es la vida.
Así fue con Álvarez Bravo, Yampolsky, Nacho
López. Picasso murió trabajando a los 95 años
de edad; los músicos Rossini, Verdi, también
murieron componiendo. Los que se jubilan son los del Seguro
Social y los que trabajan así nada más, pero
los que trabajamos por gusto, por diversión, jamás
nos jubilamos".
Y aprovechó, de paso, para criticar a los fotógrafos
que toman cursos en escuelas "activas", que participan
en concursos con carpetas llenas de diplomas y comprobantes
de talleres, pero nada de obra. "Yo lo digo sinceramente,
tengo poca comunicación con los fotógrafos,
porque la fotografía es fácil en el sentido
de que es como un embudo muy ancho arriba y muy angosto abajo,
todos hacemos fotografía, existen las cámaras
automáticas, pero pocos utilizan la cámara como
si fuera el cincel, la espátula, el pincel de un artista;
pocos fotógrafos se interesan por el arte en general.
Van a cursos de fotografía activa, reciben un diplomita;
en los concursos -yo he sido jurado- uno recibe trabajos con
un expediente así de grueso con comprobantes, seminarios,
diplomados y cuando vemos las fotos... no hay lógica.
Yo les digo: pongan más énfasis en apoyar con
su trabajo lo que hacen que en obtener diplomitas".
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