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por Juan Antonio Molina
 

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III

La fotografía tiene un grado de vulgaridad que fue detectado desde que surgió y que estuvo en el centro de los debates sobre el medio desde su origen. Esto incorporó un toque de vulgaridad al sistema de las artes que se pretendía como elitista o aristocrático. Con la fotografía se inaugura una época de los medios, una época de relativa “democratización” del acceso a los medios (independiente del control sobre los significados, claro está). Esta democratización del acceso al medio conlleva también una suerte de vulgarización del medio y de las ideas que se tenían sobre la producción y la reproducción de imágenes.

El concepto de “deleite distraído” tanto como el concepto de “reproductividad técnica” se localizan de manera muy nítida en la obra de Walter Benjamín. Estos son referentes a los que se ha acudido con bastante frecuencia para la teoría de la fotografía, debido a la manera crítica en que relativizan y ubican a la fotografía en un contexto que nosotros ahora calificamos como “postmoderno”.

Lo que Walter Benjamín calificaba como época de “reproductividad técnica” ha sido conceptualizado posteriormente como época de la sociedad de masas. Yo creo que podemos aceptar los puntos donde coinciden ambos conceptos, sobre todo en la medida que nos permite una ubicación crítica de la imagen en esta época. En estas posibilidades de actualización del concepto propuesto por Benjamin podemos encontrar también el toque premonitorio de su discurso.

Uno de los planteamientos más interesantes dentro de ese discurso es el de la transición desde una función cultual de la imagen a una función de exhibición, tránsito en el que supuestamente se perdería el “aura” de lo artístico, y que obviamente es visto como parte de esa vulgarización que antes he mencionado. Pasar de la monumentalidad de la imagen a su relativización y carnavalización no hubiera sido posible sin la masificación que se deriva de sus condiciones técnicas de reproducción. La crítica a la masificación toca también al propio medio fotográfico, tanto como al cine o los incipientes medios de masas. Parecería que en el discurso de Walter Benjamin hay algo que nunca podrá conciliarse con el lugar y la función de la fotografía en el sistema de las artes, lo que hubiera implicado conciliarse con la idea de que el arte dejara de ser lo que era a principios del siglo XX y pasara a ser lo que es a principios del siglo XXI.

El declinar de lo artístico ha sido muy acelerado y ha llevado a resultados que no eran previsibles. Este no es un declinar del arte propiamente, sino un declinar de modelos y un declinar de paradigmas sobre los que se había sostenido una estructura de lo artístico que ya no funciona en el contexto de la postmodernidad.

El contexto de lo postmoderno, en el cual se ubica la fotografía contemporánea, puede ser visto desde distintas perspectivas (e incluso utilizando nomenclaturas distintas). Lo que Walter Benjamin planteaba como un síntoma de vulgarización de la cultura y de las producciones artísticas, es lo mismo que Gianni Vattimo, en su afán de relativizar el concepto de “muerte del arte”, elabora como concepto de “explosión de lo estético”.1 El “deleite distraído” vendría a entenderse como una modalidad de goce de lo estético en tanto experiencia de masificación y reproducción. Puesto que no es la obra de arte solamente la que se ve sometida a los efectos de la reproductividad, sino que es también la experiencia estética en sí misma la que se ve sometida a tales efectos. Digamos que la experiencia estética se ve sometida a una especie de dispersión que también contribuye en mucho a su debilitamiento, o al menos al hecho de que pueda ser conceptualizada en términos de experiencia “débil”, tal como se desprende de los planteamientos de Vattimo. Por eso también yo creo que conceptos como el de “belleza” se vuelven tan vulnerables, en tanto se refieren a fenómenos mucho más consistentes, inconmovibles, e incluso, metafísicos. Fenómenos, en todo caso, que ya no encajan dentro de esta dispersión de lo estético, que no es solamente dispersión del objeto sino también de la manera en que lo experimentamos. En tales circunstancias a lo que asistimos es a un fenómeno de descentramiento de la experiencia estética.

Así es como los teóricos contemporáneos pueden hablar hoy día de una estetización de la vida que no está planteada ni figurada de la manera en que se planteaba desde el discurso de la vanguardia. Tiene que ver más bien con la manera en que se estetiza nuestra experiencia de la realidad y con el hecho de que esa estetización se da por medio de recursos diversionistas. El descentramiento de lo estético contribuye de alguna manera al acomodamiento o domesticación de la experiencia estética. Las imágenes dramáticas del 11 de septiembre están acomodadas en el imaginario social, gracias a los procesos contemporáneos de masificación y de estetización de lo real. Si me interesa llamar la atención sobre estas fotos o videos es más bien para proponer que entendamos que en esas circunstancias a lo que asistimos fue a un proceso de estetización de la realidad. Cuando he comentado que estamos cómodamente viviendo la ilusión de una participación en la historia he estado queriendo decir también que estamos participando estéticamente en la historia. Estamos entonces en un mundo donde la experiencia de lo real se ve filtrada casi de manera inédita a través del tamiz de lo imaginario.

El concepto de deleite distraído nos coloca por un lado frente a una noción festiva, lúdicra y hedonista. Y nos coloca frente a los nuevos caminos por los que pasa el goce estético. Pero por otra parte nos enfrenta a la diversificación y el descentramiento del objeto del goce. El objeto del goce es difícilmente localizable y es errático, como lo es también la identidad del propio sujeto que goza. Es también en este punto donde encuentro una clave para entender el concepto de “sujeto débil” introducido por Gianni Vattimo.

Esta errancia del objeto del goce, tanto como esta errancia del placer mismo, es también una evidencia de las condiciones que ha impuesto la postmodernidad al consumo de la imagen y al goce de la obra de arte. Es en este contexto que se ven relativizadas (digamos que se ven reactualizadas) las ideas sobre la muerte del arte. Ideas que encuentro útiles para un análisis de la fotografía contemporánea en la medida en que la disolución de lo fotográfico también debe entenderse en el contexto de la disolución de lo artístico. El deleite distraído también afecta palpablemente la existencia de la fotografía dentro del campo del arte contemporáneo. Es un efecto de desplazamiento análogo al que se da dentro de la llamada “explosión de lo estético”, entendida esta última como el cambio o la permuta de los lugares que tradicionalmente se habían asignado para el goce, la manifestación y el “estacionamiento” de lo estético. Aquí es donde resulta oportuno llamar la atención sobre las permutas a que ha estado sometida la propia fotografía en cuanto objeto estético y objeto de lo estético, pero también en cuanto objeto artístico y en cuanto objeto de lo artístico.

O sea, que debemos entender también en términos más microscópicos el cambio de los lugares y de los sitios desde donde se definía, se construía y donde se estacionaba lo fotográfico. Si es difícil sostener que la fotografía amerita un estudio particular, que la aísle un tanto del resto de las artes, es precisamente porque la fotografía está sometida a los mismos desplazamientos y las mismas errancias a que están sometidos los otros medios, las otras tecnologías, las otras metodologías de lo artístico.

La dispersión o distracción de lo estético se da en coherencia con las condiciones y las características que tiene en la sociedad contemporánea el protagonismo de los medios de masas, en tanto crean un consenso estético, una estandarización del gusto y una adecuación del objeto a dicha estandarización. Este consenso es condición sine qua non para que ocurra de manera estricta la explosión de lo estético. Quiero decir que la explosión de lo estético no es un fenómeno que atañe exclusivamente al devenir y la manifestación de lo artístico. Más bien tiendo a sospechar que ese fenómeno se da en el campo de lo artístico porque la cultura contemporánea ha sentado nuevas condiciones de producción, reproducción, distribución y consumo de sus bienes simbólicos.

 


1. Me refiero en específico al capítulo Muerte o crepúsculo del arte, en Gianni Vattimo. El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura postmoderna. Barcelona, Gedisa, 1985. Para una visión complementaria, véase Stefan Morawsky. Las variantes interpretativas de la fórmula “el ocaso del arte”. En Criterios. No. 21/24. Tercera época. Enero 1987-Diciembre 1988. Págs. 123-153. (Traducción Desiderio Navarro).

 

 

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