De ese día a la fecha, Ian se ha rehusado a volver a un salón
de física. De hecho, al cabo de un año se había ido
a España, había viajado al sur, a Granada, y se había
asentado en aquellas famosas cuevas con los gitanos. Habría de
pasar otro año antes de que lo volviera a ver. Es difícil
explicar por qué había escogido ese lugar, aunque es un
hecho que a Ian siempre lo han guiado luces que sólo brillan para
él.
Con el mismo genio que había aplicado al estudio de la física
y la guitarra clásica, había aprendido de los gitanos el
estilo flamenco del Sacramonte. El clan Heredia lo había adoptado
y sin pedir nada a cambio le había dado la información que
necesitaba. De hecho, había estudiado español antes de su
partida y lo hablaba bastante bien, lo cual estoy seguro ayudó.
Aprendió mucho de esta gente, y encontró entre ellos a muchos
que se convertirían en amigos queridos. Cuando lo volví
a ver estaba cambiado la pasión que había perdido
trás la muerte de Kemp le había sido devuelta, y estaba
lleno de optimismo y de confianza. Hablamos mucho acerca del arte y la
vida, siempre llegando a la conclusión de que estas dos cosas son
inseparables. Estaba decidido a ordenar su vida de acuerdo a esto.
Esta
historia aún no llega a su fin. Ha sido interrumpida en años
recientes por una enfermedad grave, y ahora Ian debe enseñarse
el tipo de cosas que el resto de la gente da por sentado. Cosas simples.
Y debe recuperar recuerdos y conocimiento que le fueron quitados por una
enfermedad que humilla hasta a doctores bien entrenados y capaces. El
dolor de los dos o tres años siguientes es demasiado grande para
poder recordarlo sin que me duela, así que sólo déjenme
decirles que este año, al menos, celebramos, porque la enfermedad
parece haberse ido. Y este año me toca presenciar cómo vuelve
a enseñarse cosas, cómo vuelve a estar lleno de energía
y amor por la vida. No creo que retome la física, pero la guitarra
está una vez más en sus manos y, en un buen día,
toca maravillosamente. Últimamente ha estado tocando piezas judías
antiguas y se aplica en el estudio de percusiones del Medio Oriente, algo
que había comenzado a hacer antes de que la enfermedad inhabilitara
su mente.
Bueno, siento haber seguido y seguido de esta manera. Tu historia me
movió a ello. La mente humana es una maravilla, pero cuando se
trata de educarla, de curar sus enfermedades, somos en gran medida tontos
andando a tropezones que las más de las veces hacemos más
daño que bien. Los buenos maestros son tan escasos como los artistas
verdaderamente talentosos. A mis sesenta años, la mayor parte de
ellos dedicados a la educación, yo personalmente me he topado con
menos de una docena de maestros talentosos. De hecho, nuestras instituciones
educativas hacen todo lo posible por desalentar y frustrar a los talentosos,
sean maestros o alumnos. Y me temo que mientras ése sea el caso
tenemos sólo la garantía de generar una mediocridad perfecta.
La gente talentosa, en los lugares donde logra persistir, andará
sola, algunas veces pasando desapercibida y sintiéndose sola. Está
enemistada con la sociedad y, lo que es más alarmante, lo que posee
se considera muy a menudo como un defecto.
Mientras reflexiono acerca de esto me viene a la mente que algunas gentes
ven a las personas talentosas en términos bastante románticos.
Ven su soledad y sufrimiento como elementos necesarios y admirables. Pero,
realmente, no es así para nada.
Me acuerdo de la historia del poeta en Perú que se metió
un tiro en la cabeza. Hasta donde sé, él no estaba ni descontento
con sus poemas ni con la vida en general. Lo que lo mató fue la
indiferencia de sus compatriotas hacia sus poemas y hacia sus esfuerzos
por preservar y celebrar su cultura (era un musicólogo amateur,
creo). Parece ser que esto era un insulto demasiado duro de soportar.
Para ser sincero, yo no sabía nada del hombre antes de escuchar
la noticia de su muerte prematura. Ian y yo viajábamos juntos en
un coche. El radio estaba encendido, y en algún momento entró
un noticiero dando los detalles de esta tragedia. Empecé a llorar.
Mi esposa estaba manejando y debió preguntarse qué era lo
que estaba pasando, porque recuerdo que Ian le dijo algo así como
"No pasa nada. Es natural." Él entendió la situación
perfectamente, pero desde entonces me he preguntado qué tanto de
su entendimiento venía de su propio sufrimiento. ¿Sería
que esta misma indiferencia lo había tocado de maneras que yo no
comprendía? ¿Había jugado algún papel en su
enfermedad?
Sabemos qué hacer cuando nuestros hijos se enferman de sarampión,
pero contra la enfermedad de la indiferencia y lo alrevesado de las aspiraciones
de la sociedad estamos casi indefensos. Casi lo único que podemos
hacer es armarnos, y especialmente a nuestros hijos, de sentido del humor.
No es a prueba de balas, pero ¿qué otra cosa tenemos?
Ah, se me olvidó contestarte acerca de los problemas que estabas
teniendo con tus estadísticas de la Red. ¿Pudiste resolver
algo? ¿Quieres nuestros scripts? Mi úlcera me está
molestando otra vez y llevo una semana en cama.
Saludos, E.B.
E.R. Beardsley