Subject: Re:
La historia del barómetro Date: 11/22/98 11:05 PM Received: 11/23/98 2:11 AM From: E.R. Beardsley, beardsley@qnet.com To: zonezero, zonezero@mail.internet.com.mx Pedro: >Llegados
aquí, le pregunté al alumno si realmente no sabía
la respuesta. Aceptó que sí la sabía, Esto, de algún modo, es la historia de mi hijo Ian, el de en medio. Te caería bien. Es alto, más bien guapo, y completamente...cómo decir, espiritual. A decir verdad, es el ser humano más espiritual que jamás haya conocido una persona incapaz de odio, mezquindad, o hasta de indiferencia. También es bastante brillante, pero de una manera que sus maestros no comprendieron. En todos sus años de escuela le fue más bien mal, al menos hasta su segundo o tercer año de prepa. Fue durante un verano de la prepa que algo pasó no estoy seguro qué que cambió todo. De lo único que me acuerdo es que una mañana se montó en su bicicleta, pedaleó 35 millas a la ciudad de Roseburg, compró un libro, regresó a casa y pasó el resto de ese verano ya sea descansando en la ladera de una colina o metido en su cuarto leyendo ese libro. Pues resulta que había decidido enseñarse los rudimentos de la física. No entendí lo mucho que aprendió por sí solo hasta más tarde cuando decidió dejar la preparatoria antes de graduarse para cursar la licenciatura de física y astronomía en la Universidad de Oregon. Desde luego sus maestros de prepa no entendieron, y se opusieron enérgicamente a sus intenciones. Pero, siendo que yo creía en él, que lo quería, escribí una carta a la universidad rogando que se considerara su caso. Para hacer el cuento corto, lo admitieron. Al cabo de un año lo designaron asistente de investigación del doctor James Kemp, un profesor de física y astronomía de buena reputación. Trabajó durante dos años con Kemp en el Observatorio de Pine Mountain, escribiendo artículos en coautoría, diseñando experimentos y cosas así. Mientras tanto, en la universidad estaba pasando con bombo y platillo ciertas materias de matemáticas teóricas y física, y reprobando las materias aplicadas, aunque descartaba esto último como inconsecuente. Aquí debería mencionar que durante todos los años de escuela y por siempre después Ian ha rechazado las respuestas adecuadas y los sistemas de aprendizaje que sofocan, no a todos, pero sí muy particularmente a los que son especiales, a los que naturalmente son más creativos. Una vez me dijo: "Pa, a mí no me interesa colocar números en fórmulas que no me quieren explicar." Así que, acto seguido, se enseñó a derivar las fórmulas, para entender por qué funcionaban los números de cajón. Y, naturalmente, le fue más bien mal en ese tipo de materias. Ésta fue una etapa maravillosa de nuestras vidas. La emoción que Ian sentía por la astronomía y la ciencia era contagiosa. Solíamos visitarlo a él y al profesor Kemp en el observatorio, pasar uno o dos días, quedándonos despiertos toda la noche (los atrónomos, como los vampiros, viven de noche) hablando de astronomía, ciencia, política, o de lo que dictaran el humor y las circunstancias. Kemp era un personaje singular; era alto, delgado y bronceado. Siempre usaba shorts e iba descalzo, aún estando el piso cubierto con tres pies de nieve y habiendo temperaturas bajo cero. Ian pensaba que no debía ser humano. Por su parte, Kemp se veía a sí mismo y a su trabajo en términos absolutamente humanos, siempre sugiriendo que él no era más que un arqueólogo que exploraba la antigua luz de la creación con la esperanza de quizá poder, con suerte, descubrir algo útil. Pero lo único que lograban estos comentarios era convencer aún más al querido Ian de que Kemp era más que humano. Porque, de hecho, no se asemejaba al resto, al menos no en lo que importa la mente. Entonces, sucedió algo terrible. Kemp cayó enfermo y murió al poco tiempo debido a los efectos de un cáncer veloz. Por supuesto, Ian estaba deshecho. Quería a ese hombre, quizá tanto como me quiere a mí. Ian y yo hablamos largamente al respecto, pero nada de lo que pudiera decirle en ese momento podía aliviar su sentido de pérdida; ya se había retraído a un lugar fuera de mi alcance. Ian y yo fuimos juntos al velorio. Se llevó a cabo en la universidad, en un cuarto muy grande para poder acomodar a la familia, los amigos, los colegas, y los muchos alumnnos de Kemp pasados y presentes. Ian insistió en llevar su guitarra (se había enseñado a tocar la guitarra clásica al mismo tiempo que se estaba enseñando física), y en un momento dado, sin que se lo pidieran, simplemente se dirigió al frente y empezó a tocar. Era una pieza bastante conmovedora...española...¿cuál era?...Ah, sí (si logro atinarle a la ortografía) "Rumors de Calmat." (Creo que hice pedazos la ortografía). De cualquier modo, cuando terminó de tocar, Ian se salió, yo detrás siguiéndolo. No habló una sola palabra de camino a casa. |