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Los riesgos del camino |

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Casi todas las imágenes de esta primera muestra son de inmigrantes
del pueblo de Cherán, Michoacán. Fui a Cherán la primera vez para
conocer a la familia Chávez-Muñoz, que captó mi atención cuando
leí una noticia en los diarios el año pasado sobre un terrible
accidente cerca del pueblo de Temecula (al noreste de San Diego),
y en el cual tres hermanos de esa familia fueron muertos al intentar
cruzar ilegalmente a los Estados Unidos. |
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El coyote que manejaba la camioneta GMC en donde viajaban Benjamín,
Jaime y Salvador Chávez Muñoz, junto con otros 22 atrapados dentro
de la cabina, tomó caminos secundarios al norte de Tijuana para
evitar el punto de inspección de la Migra en la carretera I-5,
al sur de San Clemente, pero las patrullas por lo general también
revisan las colinas de Temecula.
Una patrulla descubrió a la camioneta GMC unos 45 minutos antes
del amanecer, evidentemente sobrecargada, las salpicaderas casi
pegadas a las llantas. A partir de este punto existen diferentes
versiones de lo que sucedió. La Migra sostiene que los oficiales
no emprendieron una persecución a gran velocidad, sino que siguieron
al vehículo a una distancia prudente y, por lo tanto, no son responsables
de la tragedia. Los abogados que representaron a las víctimas
afirman que la Patrulla puso en peligro las vidas de los migrantes
al perseguirlos a gran velocidad, cuando no era necesario.
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Como quiera que haya sido, la persecución terminó en la esquina
de Avenida del Oro y Capistrano, calles bautizadas con nombres
españoles por migrantes gringos llegados del medio oeste para
pasar el resto de sus días bajo el sol californiano. La camioneta
del coyote, que iba en dirección oeste y colina abajo por la angosta
Avenida del Oro, de dos carriles y curvas largas y peligrosas,
a una velocidad de 150 kilómetros por hora o más, falló al dar
la vuelta en Capistrano. La llanta frontal derecha golpeó el bordo
de la acera, sobre una zanja de drenaje. La camioneta dio una
voltereta y cayó en la zanja, la mayoría de los cuerpos salieron
volando cuando la cabina se partía en pedazos. Benjamín, Jaime
y Salvador murieron aplastados bajo el chasís de la camioneta. |
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Acostumbraban viajar a Watsonville, California, para trabajar en
la cosecha de fresas en los fértiles campos al este de Santa Cruz.
Los titulares de los principales diarios mexicanos y estadounidenses
mencionaban el accidente, tanto por la magnitud de la tragedia
(además de los hermanos Chávez murieron otros seis y 19 sufrieron
graves heridas) y porque tan sólo unos días antes otro incidente
del que también participaron algunos ilegales había salido en
la prensa y los noticiarios, un video como el de Rodney King transmitido
en las noticias de la tarde en donde aparecía el alguacil de Riverside
golpeando migrantes indocumentados desarmados, que no ofrecían
resistencia, en una autopista del sur de California en horas de
intenso tráfico.
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Nadie en Cherán duda que la Migra asesinó -aun intencionalmente-
a los hermanos Chávez. Su funeral fue un acontecimiento majestuoso:
cada habitante, desde el médico testigo de Jehová a la vieja alcohólica
y chimuela que dice tener 103 años de edad a los chavos banda
de estilo chicano que tapizaron el pueblo con rayones de spray
a los nuevos ricos que regresaron de los Estados Unidos con gruesas
cadenas de oro colgando del cuello, semejando más beisbolistas
dominicanos que mojados que trabajaron 15 años recogiendo fruta
de California a Florida. Porque los hermanos Chávez fueron mártires
de una causa: la de tener la libertad de movimiento. Para escapar
del infierno de Cherán -cuya economía local, basada en la madera,
se encuentra casi deshecha- y encontrar nuevos horizontes. Los
Joads mexicanos. |
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Moverse, ganar un poco de dinero, comprar algunas cadenas de oro
o un Plymouth 1984 con 145,000 millas en el odómetro pero interiores
de lujo, o una Osterizer para mamá, o unas chingonas botas de
piel de víbora, o, carajo, nomás volver a casa con un buen fajo
de dólares en la billetera, suficientes para sacar unos cuantos
de a veinte y prenderlos a la estatua de San Francisco, el santo
patrono del pueblo, durante la fiesta de Cherán y comprar una
docena de botellas de Bacardí, que bastarán para emborrachar a
todos los de la cuadra por lo menos durante una noche. Y luego,
después de descansar el invierno, regresar a California... a Arkansas...
a Wisconsin... a Carolina del Norte... a Pensilvania... y luego
volver a Cherán -siempre regresan-: un héroe espalda mojada. |
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Al advertir la enorme cantidad de carros en Cherán, con sus placas
de casi la mitad de los estados de la Unión Americana, pensé que
quizá ésta era una historia que me llevaría a comprender más que
la sola tragedia de Temecula.
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