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por Pedro Meyer

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De algún modo se nos inculcó la idea de que las imágenes documentales eran el equivalente de un testimonio que era creíble por tratarse de una fotografía.

En otras palabras, la naturaleza misma de lo fotográfico era razón suficiente para considerar a la fotografía como un testigo confiable de los eventos en la vida diaria. Debido a que algo estaba plasmado en una imagen, teníamos la firme convicción de que las cosas eran tal como las veíamos.

Después de todo, podíamos comparar lo que habíamos visto con lo que fotografiábamos y sabíamos que eran idénticos. O por lo menos eso era lo que pensábamos.

Así que la pregunta es ¿Lo son? Y así como muchas otras cosas en la vida, la respuesta es ambivalente. Sí y No.

Sí por que hay ciertos equivalentes inequívocos que nos dan la sensación de que la comparación entre lo que se ve y lo que se fotografía es sostenible. No obstante, al realizar una inspección y un escrutinio más detenidos, encontramos toda clase de lagunas que crean muchas dudas en la, por lo demás meramente empírica, comparación entre las fotografía y la realidad.

¿Cuáles serían algunas de éstas lagunas? Por ejemplo, me atrevería a decir que nadie ve la realidad en blanco y negro, salvo las personas con algún defecto ocular, y que tales fotografías son cuando más una abstracción de cómo se ve la realidad.

O si se prefiere el color, la misma teoría se aplica, ¿De qué colores estamos hablando? Todas las imágenes tomadas en película tienen una cierta desviación específica de color y el color final depende de quién la imprima.

Otra de las lagunas mencionadas es la que se refiere a la idea de que una imagen fotográfica no requiere de explicación y basta con solo verla. Ahora sabemos que la interpretación personal del espectador está plagada de prejuicios creados por su educación, ideología, cultura y psicología. Dicho de otro modo, la imagen fotográfica es lo suficientemente maleable como para que el espectador pueda leer lo que desea en la imagen.

Otro tema interesante es el de lo que llamamos manipulación de la imagen. Los tradicionalistas creen que hacen su trabajo sin ningún tipo de manipulación, pero desde luego pasan por alto que al acto mismo de fotografiar es, por su naturaleza, un proceso de edición y por lo tanto de intervención.

La idea, que tan vehementemente defienden los tradicionalistas, acerca de fotografiar la vida tal como se le encuentra, se diluye ante la realidad que tanto protegen. Tmemos por ejemplo a los fotoperiodistas que con su sola presencia con la cámara, alteran el comportamiento de los que fotografían. La gente tiende a posar, a presentarse como creen que se ven mejor, ya sea por razones políticas o de ego. Y si se fotografía un lugar sin gente, nadie puede negar que el ángulo desde el que se tomó, el tipo de lente que se usó o la hora del día, alterarán significativamente lo que se nos muestra como LA realidad.

Aún las cámaras de vigilancia, tienen un punto de vista y si se quiere hasta una estética propia. Aunque no está determinada por un fotógrafo sino por un sistema automatizado, ésta se decidió cuando fue colocada en su sitio por primera vez.

En 1996 pronuncié un discurso en la inauguración del Primer Coloquio Latinoamericano de Fotografía en la Ciudad de México. En dicha presentación, mencioné que, debido a su naturaleza, las cámaras de vigilancia se convertirían en los fotógrafos documentales ubicuos. Y tan solo unos días después, en la primera plana de uno de los periódicos principales se encontraba una de tales imágenes documentales, en la que se mostraba un asalto a un banco.

 

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