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Los pensamientos y sentimientos que quiero compartir con ustedes hoy han pasado por mi mente al observar como la revolución digital ha cambiado a la fotografía para siempre. Los pensamientos relativos a los recientes desarrollos, tanto en mi obra fotográfica como en mi trabajo como educador son enredados y contradictorios. Como muchos fotógrafos de mi generación -nacidos y criados dentro de las tecnologías analógicas- quienes han producido una gran cantidad de obra en película y papel, he visto estos cambios con una mezcla de fascinación, cautela, y a veces un poco de resentimiento. La velocidad de los cambios me ha fascinado, de repente todos usan cámaras digitales y editan imágenes en la computadora de su casa o estudio. Para los que utilizan formatos medios y grandes, las pruebas en Polaroid son cosa del pasado, al igual que los viajes de ida y vuelta al laboratorio fotográfico, y las pruebas para escoger el tipo de corrección en el revelado de las transparencias. Repentinamente, fotos a gran escala son impresas en su mayoría en máquinas digitales en vez de recurrir a la ampliación tradicional, y he oído que Kodak y Fuji han reducido al mínimo -si no es que cancelado por completo- la producción de papel para ampliación a gran escala.

Estoy aún más fascinado por el hecho de que- por lo menos en la zona de Toronto- puedes llevar tu tarjeta compact flash a un establecimiento de acabado fotográfico y obtener impresiones de tus imágenes por 50 centavos canadienses en solo 15 minutos. También es impactante el que pueda enviar mis imágenes desde mi computadora al establecimiento de acabado fotográfico por el Internet y recibir impresiones bastante decentes y baratas, en mi buzón de correo (físico) en un par de días. Me fascina que los estudios de fotografía puedan hacer excelentes impresiones en blanco y negro o color en distintos tipos de superficies y tamaños sin necesidad de un enorme procesador de color, sin químicos peligrosos y sin tener un cuarto oscuro exclusivamente para estos efectos. El aspecto que encuentro más interesante de esta revolución es el efecto que ha tenido en nuestra comprensión de las relaciones entre la representación fotográfica y la verdad, y como ello afecta a las nociones contemporáneas de la verdad como algo subjetivo y cambiante.

La crítica posmoderna de la fotografía documental , entre otras cosas, ha debilitado la pretensión de veracidad de la fotografía. La manipulación digital ha venido a separarlas aún más.
En“The Reconfigured Eye”William Mitchell sugiere que se ha difuminado la
línea divisoria entre la fotografía y otras formas de representación con pretensiones de veracidad . Haciendo de lado momentáneamente a los foto-reporteros (mis disculpas a los que lo son), para quienes esto continua siendo un problema, el desvanecimiento de ésta línea es tremendamente emocionante, puesto que siempre he pensado que las representaciones ficticias de lugares, gente y eventos dice mayores verdades y tiene un mayor impacto que aquellos que dicen ser “objetivos”. Mitchell también afirma que desde 1989 “La fotografía ha sido radical y permanentemente desplazada , tal como lo fue la pintura 150 años atrás“. Me parece que estoy en desacuerdo con esta afirmación y sugiero que aunque la particular pretensión de la fotografía acerca de la veracidad en la representación ha sido debilitada, nos encontramos ahora en una situación más honesta y abierta. Garry Winogrand dijo que la fotografía no es ni más ni menos que una ilusión de una representación realista, al poner el énfasis en la ilusión, la fotografía digital afloja las restricciones de las fotografías directas y documentales, y libra al fotógrafo de toda culpa por manipular la verdad, ya que la subjetividad se halla imbuida tanto en la elaboración como en la contemplación de las fotografías.

De regreso a lo cotidiano, podría continuar mencionando la maravilla de alcanzar un amplio público para mi obra a través de un portafolio en un sitio de Internet, la posibilidad de mandar imágenes por correo a clientes, amigos y familiares, así como recibir imágenes de mis alumnos para su revisión. Podría mencionar el ya no tener que almacenar rollos de película en el congelador y esperar que se descongelen para revelarlos, el no tener que pasar días escaneando películas y poder enviar imágenes a mis clientes, galerías y museos en un CD. Podría continuar describiendo durante un buen rato los maravillosos cambios que ha traído la revolución digital pero por una serie de razones mi entusiasmo no es completo ante estos cambios. La primera es una razón egoísta, y es que yo ya tengo una vida plena tomando fotografías -tanto personales como comerciales- mi labor docente y mi vida familiar. He logrado un delicado balance para que el tiempo me alcance, y este balance se ha dado por mi conocimiento del trabajo con películas y papel para lograr un resultado profesional, y esto me ha llevado su tiempo.

Ahora tengo que aprender constantemente sobre las nuevas tecnologías y procesos para mantenerme actualizado, y la curva de aprendizaje es muy abrupta. También he sido aprehensivo puesto que en nuestros tiempos lo nuevo es considerado mejor que lo viejo, y se nos apresura a desechar rápidamente todo aquello a lo que estamos acostumbrados para reemplazarlo con todo lo novedoso y mejorado. He usado película y papel para producir imágenes que han sido significativas para personas más inteligentes que yo, ¿Para qué cambiar un sistema que funciona bien? Pienso que ésta es la postura actual de muchos fotógrafos. Mi cautela se mezcla con resentimiento porque he sido avasallado por un cambio que ha sido más grande, rápido y profundo de lo que esperaba, y me ha costado mucho trabajo mantenerme actualizado en lo referente a la tecnología y a la teoría.

La carrera para crear y mejorar las tecnologías digitales de los procesos fotográficos ha sido rauda y furiosa, y en ella me he sentido irremediablemente retrasado en mi conocimiento y habilidades a pesar de los grandes esfuerzos para mantenerme al corriente debido tanto a mi labor artística como docente. Esto me ha provocado -y tal vez también a algunos de ustedes- una angustia considerable. Debo agregar a esta condición algo que vuelve locos a los fotógrafos. Espero coincidan conmigo en considerar a los fotógrafos como criaturas de la tecnología que se enorgullecen en su extenso conocimiento del equipo y materiales. Sucede a menudo que nos encontramos con personas que saben más que nosotros y esto es irritante. Dentro de un mundo estable de tecnología analógica esta irritación es tolerable, pero en el mundo de la foto digital esto se ha vuelto una demencial competencia por el status (tal vez esto sea algo particular a los canadienses, una especie de hockey del conocimiento), en donde el status se obtiene conociendo sobre el último software o cámara digital antes que nadie. Si alguno de ustedes tiene una copia legítima de Photoshop 8, tendré que rogarle que me permita echarle un vistazo, y que me dé una descripción de sus nuevas capacidades. Sin embargo, entiendo que pudieran tener un acuerdo de no divulgación con Adobe. Esto no se interpondría en su obtención de status y podrían torturar a los demás con sonrisas misteriosas y disimuladas risitas.

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