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El verano pasado mientras almorzaba con un fotógrafo europeo residente en Canadá desde hace 30 años y que ha conservado su fuerte acento. Él ha sido un abogado del medio digital desde principios de los noventa y ha enseñado ha hacer imágenes digitales a mucha gente, yo incluido. En años recientes, siempre lo vi con una linda cámara reflex digital DSLR de un solo lente, pero en el almuerzo vi que traía una Leica M4P que había adquirido recientemente. Repentinamente recordé que hacía un año, me hizo posar frente a una enorme cámara de madera de con un visor de 8 X10 montada en un gran trípode, que produjo una imagen increíblemente detallada, en la que me veía algo tieso.

Se me ocurrió que tal vez estuviera atravesando una especie de crisis de edad madura de lo analógico contra lo digital y decidí preguntarle (después de un par de cervezas) que era lo que le sucedía. Después de mucho dudar y una larga pausa, se me acercó y susurró que pensaba que las imágenes digitales no eran “reales’ por no tener una forma física permanente. Dijo que mientras más imágenes “irreales” hacía, más “irreal” se sentía, que tenía el temor de que el único rastro de su existencia iba a ser un montón de CDs deteriorándose lentamente sin que hubiera un lector de CD con el que pudieran mirarse. Mientras me decía esto noté que (tras 3 cervezas) se estaba volviendo transparente, casi como si perdiera su sustancia y me preocupé. Protesté diciendo que las imágenes en película no tienen mayor realidad que la de un disco, puesto que son solamente contenedores que también se deterioran si no se almacenan apropiadamente.

Añadí que con el tiempo, podría transferir su colección de imágenes digitales a DVD reduciendo así el número de discos y dando mayor permanencia a sus imágenes. Mis argumentos no lo convencieron, mi colega es una reciente víctima de la rápida obsolescencia de los equipos de cómputo y las tecnologías digitales (ya comenzamos a ver la desaparición de los CD de audio, debido a la popularidad de los MP3 y el intercambio de música a través de Internet). Comentó despreocupadamente que por lo menos es posible ver una imagen un negativo o en una transparencia, y que eso les otorgaba una dimensión física real, mientras que los unos y ceros en un disco son demasiado abstractos, demasiado irreales. Él ha retomado la película a blanco y negro y los viejos procesos de archivo y del húmedo cuarto oscuro. Él es una persona que no se alinea fácilmente y tal vez esté reaccionando desproporcionadamente en contra del entusiasmo por esta nueva “corrección” fotográfica que ahora propagan la industria y sus aliados (lo digital es lo mejor). También sospecho que en este momento de su vida, él necesita aferrarse a algo sólido, que paradójicamente, es esa ilusión de representación veraz dada por la fotografía directa.

Otro jugador en el partido es Adrian, un graduado de Fotografía de la Universidad de York en Toronto, y colaborador artístico mío. Adrian completó sus estudios en arte en el Ontario College de Arte y Diseño, y ha sido fotógrafo y artista independiente por varios años. Adrian es el caso común de un gran número de fotógrafos con entrenamiento tradicional que siguen trabajando con cámaras de película e impresiones en el cuarto oscuro. Dentro de este grupo permanece la creencia irracional de que, sin importar lo que se diga, la película y papel son mejores. Ciertamente las películas, químicos y papel son tecnologías maduras que han logrado un alto grado de refinamiento.

Hay una mezcla de consideraciones de presupuesto y una necesidad de seguridad laboral en este grupo. Aunque Adrian recibió educación en tecnología digital a mediados de los noventa en el Sheridan Institute of Technology y ha trabajado con imágenes escaneadas por varios años, no ha dado todavía el salto hacia lo digital y ha seguido haciendo fotografías “sin manipular”.

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