KENT KLICH   Los niños de la calle de la Ciudad de México


El Cuyo, el General y la Canela
en el mercado de Tasqueña


El General tuvo polio cuando estaba chiquito y sobrevive boleando zapatos. "Podría vivir con mi familia si quisiera, pero me gusta la libertad de la vida en las calles." Cuando lo corrieron de la terminal de camiones donde solía trabajar, tuvo que pedir limosna. Una patrulla lo recoje todas las mañanas y lo lleva a la esquina de la Comercial Mexicana y Miguel Angel de Quevedo. A medio día lo regresan.

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Día de Muertos.
Chu-chu en el altar del Shaggi, que murió de Sida



Un día el Shaggi arrojó un bolso robado sobre la barda. No sabía que la banda vivía del otro lado de la barda, en el club nocturno abandonado. La policía llegó antes de que el Shaggi pudiera huir y lo rodearon junto con los demás. Le pusieron una pistola al bebé de Elizabeth para asegurarse de que nadie intentara escaparse. Para liberar a los demás, el Shaggi confesó y después de eso la banda lo adoptó como uno de ellos. El Shaggi era generoso. Compartía su comida y su dinero con los demás. Al poco tiempo de haber llegado, empezó a tener diarrea y una terrible tos que no se le quitó. No quería hablar al respecto y mucho menos ver a un doctor. No quería saber de eso. Se entregaba cada vez que hacía sus trucos en los altos de Garibaldi. Murió después de estar tres semanas en el hospital.

 

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El Ruco y el Morro peleando

La pelea continúa hasta que alguno "se rinde". Los otros rodean la zona de pelea para ver y para asegurarse de que nadie se meta. "¡Déjenlos ser!, ¡Déjenlos arreglarse solos!" Al Morro no le gustó la manera en que el Ruco ha estado hostigando a una de las chicas. Después de ganar la pelea, el Ruco fue expulsado del grupo.


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 Ismael y la Blanca

No había visto a los niños de la estación por algunos días. Escuché los rumores de que se los habían llevado por unos robos que habían ocurrido el domingo. Pero ya regresaron. Riéndose de manera histérica, me cuentan de su huída del reformatorio en Iztacalco. Afortunadamente, la policía no se los llevó a la penitenciaría juvenil del Centro Médico, de la que es imposible escapar. Nos sentamos afuera de la terminal de camiones mientras se estaciona frente a nosotros un camión repartidor de Coca Cola. Primero los niños trataron de convencer al chofer de que les diera un refresco, pero a fin de cuentas simpatizan tanto con el chofer que les regala dos refrescos a cada uno. Los niños están muy sucios y tienen el cabello rapado de forma descuidada. Cada uno tiene una botella de pegamento, de la que inhalan abiertamente. Comparten un par de guantes de boxeo, se quitan las playeras y empiezan peleas para regocijo de los transeuntes, los voceros y la policía.




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