13 de agosto de 1996 Estaba en el baño. Las manchas en el espejo tan sólo realzaban la imagen distorsionada de mí mismo. Tenía sentimientos encontrados de excitación nerviosa y rabia incontrolable sobre las circunstancias de mi situación y sobre lo que estaba a punto de hacer para aliviar el dolor, tanto físico como mental. La navaja de afeitar estaba muy filosa, recién salida de la caja. Casi no sentí dolor y levanté mi brazo para poder ver cómo se escurría la sangre por él y caía al lavabo. El fuerte contraste entre la porcelana blanca y la sangre era tan impresionante que tomé una foto. |