El dentista

Desde entonces tuvo copias de dientes en todas partes, en distintos lugares de la casa, en la gaveta del escritorio, y una en cada uno de los tres buques de la empresa. Además, cuando comía fuera de casa solía llevar otra de repuesto en el bolsillo dentro de una cajita de pastillas para la tos, porque una se le había quebrado tratando de comerse un chicharrón en un almuerzo campestre. Temiendo que el sobrino fuera víctima de sobresaltos similares, el tío León XII le ordenó al doctor Adonay que le hiciera de una vez dos dentaduras: una de materiales baratos, para uso diario en la oficina, y otra para los domingos y días feriados, con una chispa de oro en la muela de la sonrisa, que le imprimiera un toque adicional de verdad.

El amor en los tiempos del cólera



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