El archivo Macondo
era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la
cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó
once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos,
y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo
a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo
en el acto de descifrar la última página de los pergaminos,
como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Cien años de soledad |