La estación Entonces
veía el pueblo al otro lado de la línea ya encendidas
las luces y le parecía que, con sólo verlo pasar,
el tren lo había llevado a otro pueblo. Tal vez de ahí
vino su costumbre de asistir todos los días a la estación,
incluso después de que ametrallaron a los trabajadores y se acabaron
las plantaciones de bananos y con ellas los trenes de ciento cuarenta
vagones, y quedó apenas ese tren amarillo y polvoriento que no
traía ni se llevaba a nadie. Un día después del sábado |