"Un diario en curso."
Dia 16
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Ben, el ahijado de mi esposa, vino a visitarnos al lugar en donde nos estamos quedando. Llegó con su hermanita Tonya, a quien yo no conocía y que acababa de llegar de Dinamarca, en donde vive con su madre. Quedé embrujado, me atrevería a decir que todos quedamos embrujados por su natural belleza. Tiene sólo 13 años. Uno empieza a pensar en todas esas niñas muy bellas que a muy temprana edad son engañadas con el señuelo de convertirse en modelos. Recuerdo un documental reciente producido por CNN sobre la vida de esas jóvenes modelos, y la enorme diferencia que hay entre la dura realidad de este tipo de trabajo y la ilusión que rodea a ese mundo de glamour. La mayoría de las niñas que lo intentan fracasan en su intento de volverse las supermodelos que aspiran ser.
Nos subimos todos al metro para ver si podiamos subirnos a la rueda de la fortuna conocida como el London Eye (El ojo de Londres). Cuando llegamos, los boletos están agotados. Hacemos una reservación para regresar el domingo.
Me parece fantástico encontrar esta escultura a los pies de la rueda de la fortuna, basada en el cuadro del pintor español Salvador Dalí, titulada La persistencia de la memoria y pintada en 1931. La impresionante visión de Dalí de esos relojes derritiéndose sobre una playa vasta y abandonada, semejante a las arenas del tiempo, nos ofrece este reloj gelatinoso, con una melaza de una plasticidad que sugiere la posibilidad de disminuir la velocidad del flujo del invisible río del tiempo a la del avance del lodo. En última instancia trata sobre la relatividad del tiempo, que Einstein postuló por primera vez. Qué escultura más apropiada podría haberse colocado a los pies del London Eye, construida para celebrar la llegada del nuevo milenio, que esta imagen surrealista que traduce la idea del tiempo a un símbolo que difícilmente podría expresarse mejor con palabras.
Las temperaturas en Londres son muy altas y la mayoría de las personas sale a la calle con el menor número posible de prendas. Sin embargo, hay personas que, ya sea por razones culturales, religiosas o institucionales (como los guardias del palacio), tienen que acostumbrarse a estar vestidos de pies a cabeza a pesar del calor. Si el tiempo es relativo, como aprendimos de Dalí, supongo que habituarse al calor debe ser también relativo.
Pedro
Meyer
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