© Pedro Meyer 2001

En 1949, cuando tenía 14 años de edad, vi la película "El tercer hombre", una historia de corrupción social, económica y moral en una Viena que se derrumbaba después de la Segunda Guerra Mundial. Esta película pesimista en blanco y negro es uno de los mejores thrillers británicos de la posguerra, en la mejor tradición de Alfred Hitchcock. Bellamente producida y dirigida por el británico Carol Reed, tiene a Joseph Cotten y Orson Welles en los papeles protagónicos. Fue la segunda colaboración de Reed con el guionista Graham Greene y es un cuento de misterio que cuenta la ingeniosa historia de un triángulo amoroso que tiene suspenso, engaño, traición, culpa y desengaño. Sus dos secuencias más famosas incluyen una confrontación decisiva en lo alto de una rueda de la fortuna en un parque de diversiones abandonado y una persecución final a través de los túneles del alcantarillado.

De modo que, el nuevo London Eye y la rueda de la fortuna de esa película quedaron entrelazadas para siempre en el momento en que mi mirada se posó sobre aquellas cabinas del London Eye en su ruta hacia los cielos.

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Las cápsulas en las que uno se sube en el London Eye son en cierto modo una especie de vehículo espacial salido directamente de otras películas más modernas y de las tiras cómicas. Uno se pregunta qué le pasará al pasajero una vez que la cápsula haya llegado a la cima, a sabiendas de que quedan en la parte externa de la rueda.

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La vista de Londres es absolutamente espectacular; y al ir cambiando la perspectiva de la cabina todo el tiempo, va cambiando también lo que uno puede fotografiar.

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Al dejar el London Eye, de regreso a casa tomamos un taxi; enfoco sobre la vista trasera del Parlamento con el reloj Big Ben.

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